La historia cubana marcha hacia el pasado
Por Dimas Castellanos
En materia de libertades y derechos, la situación actual es idéntica o peor a la que desembocó en la Guerra de los Diez Años.
Para cualquier sociedad resultará frustrante que su historia, en lugar de marchar hacia el progreso, retroceda a pasos agigantados: es el caso de la sociedad cubana, cuya situación en materia de libertades y derechos es idéntica o inferior a la que desembocó en la Guerra de los Diez Años.
A mediados del siglo XIX cubano, cuando las contradicciones entre colonia y metrópoli parecían acercarse a una solución reformista, los hechos tomaron otro camino. La Junta de Información, convocada por el Ministro de Ultramar con participación de comisionados cubanos para esbozar un proyecto de reforma colonial, fracasó. En lugar del reclamo insular de disminuir la contribución fiscal a un 6%, se impuso un impuesto del 10% que afectó los intereses de los hacendados isleños, en particular a los de la región centro oriental.
Veamos brevemente algunos de los acontecimientos decisivos.
El 15 de septiembre de 1868 la monarquía hispana fue sustituida por un gobierno provisional, el cual siguió negando a la Isla las libertades que reclamaba para la península. La confluencia del aumento de los impuestos, las faltas de libertades y el creciente sentimiento nacional, unidos a varios factores externos desfavorables a España, pusieron la insurrección independentista a la orden del día, la cual se estructuró desde la logia Gran Oriente de Cuba y Las Antillas (GOCA)*, un cuerpo irregular masónico que devino centro de discusión e investigación de asuntos sociales y políticos.
El 10 de octubre de 1868, el movimiento independentista comenzado en Oriente se extendió en corto tiempo hasta el centro del país. La necesidad de coordinar los esfuerzos de los grupos sublevados condujo a la convocatoria de la Asamblea de Guáimaro, el 10 de abril de 1869, en la que se promulgó la primera Constitución cubana de carácter eminentemente democrático, basada en la división de poderes. Sin embargo, diez años después del inicio de aquella proeza cívico-militar, las contradicciones entre los jefes militares, entre éstos y el presidente de la República y entre los poderes Legislativo y Ejecutivo, unidos al caudillismo y al regionalismo, dieron al traste con el patriótico esfuerzo.
El 14 de noviembre de 1876, cuando el general Máximo Gómez tuvo que abandonar el mando de la invasión hacia Occidente —la operación más importante de esa guerra— la iniciativa estratégica, tanto en lo militar como en lo político, pasó a manos de España. La política de pacificación puesta en vigor cayó en terreno abonado. En septiembre de 1877 tropas holguineras se erigieron en cantón independiente, uno de los regimientos de Jiguaní se presentó al enemigo y en octubre, el presidente Estrada Palma cayó prisionero. Unos días después, representantes de la Cámara entraron en conversación con las fuerzas españolas. Y finalmente, el Comité del Centro, encargado de las negociaciones de paz, firmó el 10 de febrero de 1878 el documento que puso fin al proyecto independentista; una guerra que como expresó José Martí, "no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos".
Así, la Guerra de los Diez Años llegó a su fin, con excepción de las fuerzas al mando de Antonio Maceo, que escenificaron la Protesta de Baraguá para expresar la inconformidad con la culminación de una contienda que no pudo alcanzar los objetivos que perseguía, hecho que sirvió de sustento a próximos intentos independentistas.
Desde el punto de vista histórico, el resultado de aquel enorme esfuerzo no puede medirse solamente por el hecho de no haber alcanzado ninguno de sus objetivos básicos, sino también por el estado actual de la sociedad cubana, separada por casi siglo y medio del Grito de Yara, el 10 de octubre de 1868.
Antes y ahora
En aquel momento, a cambio de la independencia y de la abolición de la esclavitud, entre 1879 y 1886 se aprobaron y pusieron en vigor la Ley de Imprenta, la Ley de Reuniones y la Ley de Asociaciones, refrendadas en la constitución española. Gracias a ella se crearon órganos de prensa, asociaciones económicas, culturales, fraternales, educacionales, de socorros mutuos e instrucción y recreo, sindicatos y los primeros partidos políticos de Cuba. Gracias a la amnistía contemplada en el Pacto y a la permisibilidad para que los exiliados regresaran a Cuba, José Martí, Juan Gualberto Gómez y Antonio Maceo pudieron pisar nuevamente tierra cubana.
El resultado habla por sí solo: cuando llegó a Cuba Gerardo Castellanos, enviado por Martí para preparar el nuevo alzamiento, ya existía en la Isla un movimiento organizado en varias provincias.
Actualmente, en pleno siglo XXI, aquellas libertades limitadas, pero que favorecieron la continuidad de la lucha por la independencia, están ausentes. Aún peor. Cada año, al arribar al 10 de octubre, la prensa oficial, en merecido homenaje, recuerda el alzamiento con actos, artículos y discursos, a la vez que se ocupa meticulosamente de perseguir toda manifestación cívica de libertad, como lo demuestran las constantes acciones represivas y la enorme cifra de opositores pacíficos detenidos.
¿Qué aportó todo aquel inmenso esfuerzo por la independencia, la libertad y la dignidad de los cubanos al presente que vivimos? ¿Cómo es posible que un pueblo que derramó su sangre y sufrió en nombre de la libertad se encuentre hoy en tal estado?