¿Línea dura en Cuba?
Por Miguel Iturria Savón/ Desde Cuba
Llama la atención, por reiterado, el divorcio entre el manejo de la información y la realidad cubana, al menos en la prensa oficial, especializada en dulcificar la situación del país, exaltar a los aliados del régimen, denigrar a supuestos enemigos internos y externos y repetir las aleluyas del gobierno en torno a las reformas, sobredimensionadas también por los corresponsales extranjeros, como si hubiera un pacto entre el normativo Centro de Prensa de La Habana y las agencias representadas en la isla.
A veces vemos en la televisión el rostro de algunos opositores pacíficos, en especial las Damas de Blanco, la bloguera Yoani Sánchez, el periodista independiente Guillermo Fariñas Hernández, el comunicador laico Dagoberto Valdés y otros demócratas demonizados como “agentes del imperio”. Tal reducción enmascara a los represores, amparados en la impunidad, la tradición del terror y la indolencia de la mayoría sobre los sucesos nacionales.
Como si fuera poco para una nación desconectada del libre flujo informativo y de las libertades esenciales que favorecen el desarrollo individual y colectivo, no solo el gobierno reniega de los sectores emergentes de la sociedad civil, aún minoritaria, sino que los corresponsales acreditados en La Habana y hasta un sector del exilio los asocian a la “reacción de Miami”, como si dicha “reacción” no fuera fruto de la exclusión y la intolerancia de quienes llevan medio siglo gobernando a Cuba contra viento y marea.
Se habla con desdén de los opositores de “línea dura”, de “la encrucijada de la disidencia”, del empeño de las Damas de Blanco en desfilar en las calles a pesar de “quedar sin causa y sin algunos de sus personajes más conocidos”, como resultado de la excarcelación de los prisioneros de la primavera del 2003. Desde Miami se comentó, por supuesto, el aumento de las detenciones breves y continúas, demostradas por el exhaustivo Informe de Elizardo Sánchez Santa Cruz, líder de la Comisión de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional.
Al margen del respeto por las opiniones contrapuestas, validadas en el derecho a la libertad de expresión, tan vilipendiado en Cuba como la libertad de prensa, asociación y otros que se violan diariamente, creo que exageran quienes hablan de línea dura dentro de la oposición insular. Insistir en reunirse, celebrar el aniversario de ciertos hechos, exigir el cese del acoso policial, desfilar pacíficamente por las calles, conceder entrevistas a Cubanet y Radio Martí o difundir documentos con propuestas al gobierno no tiene nada de duro. ¿Es duro el lenguaje? Tal vez, pero menos rabioso que las campañas del Granma contra los Estados Unidos.
Desde el golpe de estado de Batista en 1952 la línea dura marcó la política cubana. El forcejeo entre el déspota y los opositores culminó con la huida del tirano el 31 de diciembre de 1958, ante la ingobernabilidad provocada por las bombas, los “ajusticiamientos” urbanos y las acciones guerrilleras del Escambray y la Sierra Maestra. Los revolucionarios de la época llegaron al poder desde la violencia, fusilaron a miles de personas e impusieron el terror hasta dentro de sus propias filas. Gracias al terror y la alianza con la desaparecida Unión Soviética acabaron con las instituciones republicanas y liquidaron a quienes enfrentaron a la nueva dictadura, la de los Castro; la cual sigue jugando al duro para preservar la entelequia revolucionaria.
Jugar al duro pasa por la violencia, al menos para el gobierno. Los opositores saben que tras medio siglo de retórica “revolucionaria”, involución económica y desmoralización de la población, la violencia carece de horizonte. No hay que confundir las declaraciones mediáticas con las acciones posibles.
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