Sin alegría ni esperanzas
Por Lucas Garve
El pavimento de la calzada reflejaba la luz de una farola encendida en la calle Infanta, a las nueve de la noche. Aún la suave brisa no había secado por completo el pavimento reflejo de aquella única farola encendida, en medio de dos cuadras a oscuras, me advirtia de los charcos de agua acumulada entre los surcos del asfalto.
Mientras trataba de evadir los charcos, vi las luces de un vehículo que se acercaba y le hice señas para que se detuviera. El chofer, luego de una maniobra rápida, paró el carro junto a mí. Le dije el barrio a donde quería llegar, esperando una respuesta negativa, pero me abrió la puerta. Monté en el asiento delantero. Detrás, viajaba un adolescente silencioso.
El chofer me preguntó a dónde iba exactamente y me dijo que me llevaría hasta el alejado suburbio habanero donde vivo, sin decirme si ese era su destino. Le aseguré que le pagaría el viaje completo. Otra persona en la calle le hizo señas con el brazo; se detuvo la pequeña guagüita y el hombre subió. El nuevo pasajero dijo que iba hasta La Palma, al sur del centro de la capital.
El chofer explicó que tenía que recoger a varias personas porque necesitaba dinero. Cada pasajero paga diez pesos por el viaje, sin importar la distancia. No faltaban los pasajeros porque a esa hora de la noche son escasos los ómnibus que circulan por La Habana. Había llovido bastante en las primeras horas de la noche y quienes regresábamos a nuestros hogares después de un día de trabajo sólo queríamos llegar.
Contó el conductor que tiene cinco hijos, que el sueldo no le alcanza para nada y es imposible mantenerlos con su sueldo de chofer en una empresa estatal. “Por eso me dedico a esto, aunque está prohibido. Algo tiene que cambiar pero para bien, porque no creo que esta situación pueda mantenerse por mucho más tiempo”, dijo.
El chofer tomó la calzada de 10 de octubre y en pocos minutos llegué al final del viaje; antes de bajarme me agradeció los diez pesos que le pagué.
La conversación con el chofer me hizo recordar los sorprendentes resultados de un informe de Freedom House, supuestamente basado en una encuesta realizada en el país meses atrás, según el cual en Cuba la población se mantiene alegre y esperanzada de que las supuestas reformas emprendidas por el gobierno de Raúl Castro resuelvan la grave situación económica nacional.
Una vecina que encontré en la panadería me confirmó que estaba de acuerdo con el pronóstico que hace unos meses le había dado lo que nos esperaría este próximo fin de año: “La cosa cada vez está peor, tenías razón cuando me dijiste hace meses que empeoraría para todos”.
Al día siguiente, en el noticiario matinal, el especialista en temas económicos habló sobre la parálisis de los planes crediticios que la banca cubana debía implementar para apoyar a los que han abierto negocios privados, y están pagando impuestos muy elevados.
Siendo supuestamente el éxito de estos pequeños negocios uno de los principales puntos de partida para el crecimiento económico que persigue el Estado, resulta inexplicable las trabas y la ineficacia de la burocracia.