Por Alejandro Tur Valladares
Karl Marx utilizó la expresión:”El hombre es el lobo del hombre”, para referirse a la forma en que, según él, el capitalista de la época en la que le tocó vivir devoraba al obrero, comportándose como un verdadero lobo.
Marx tenía la hipótesis que en la medida en que el Capitalismo fuera desarrollándose, aumentaría la pobreza de la clase trabajadora, pues según lo entendía, en la medida en que el dueño de la industria acumulase más capital, menos dinero tendrían los proletarios para satisfacer sus necesidades elementales. En cambio, en la sociedad comunista que soñaba. todos los hombres serían como hermanos, trabajando sin egoísmos por el bien común, no para su beneficio personal.
A ciento veintiocho años de su muerte, queda claro que el filósofo alemán, cuyas teorías sirvieron de base ideológica al engendro comunista del siglo XX, se equivocó. El Capitalismo resultó ser un ente vivo capaz de evolucionar. El siglo XX fue una etapa de reacomodo o si lo prefieren de transición, durante la que el obrero fue arrancando, unas veces por la fuerza, otras a través del diálogo, concesiones al patrón, quien al final comprendió que un trabajador bien remunerado, se convertía en eficiente y disciplinado.
¿Dónde encontramos la gran paradoja?. Pues en el hecho de que la sociedad comunista que Marx imaginó y que supuestamente estaba llamada a suplantar aquel sistema capitalista, ha demostrado ser el laboratorio ideal para desarrollar esos hombres, lobos del hombre, a que él se refería.
Y no hablo de hipótesis, sino de lo que veo día a día en las calles de mi país. Cuando hoy miramos a Cuba por dentro, vemos una sociedad que semeja una selva, donde sólo sobreviven los más fuertes, o los que no se detienen ante nada para sobrevivir. Expresiones populares como: “Ya nadie quiere a nadie”, “Se acabó el querer”, “Lo mío primero” o “Ese es tu maletín (tu problema)” denotan el creciente egoísmo de mis coterráneos, que deriva en un comportamiento repudiable.
Basta salir a la calle y observar como casi todos están en función de ver cómo estafan a sus semejantes. El bodeguero te roba parte de la cuota de alimentos; el verdulero trata de venderte las verduras descompuestas, el chofer del ómnibus busca quedarse con el vuelto del pasaje, el funcionario trata de ponerte la cosa más difícil de lo que está por que lo sobornes.
Ya nada, o casi nada, para no ser absolutos, es gratis; nadie da nada por gusto. Pensarán que exagero, pero me acabo de enterar de que la lata de sancocho -los desperdicios de alimentos caseros que utilizan los campesinos para alimentar los cerdos- se está vendiendo a veinte pesos. El agua de beber, que antaño se ofrecía con placer al sediento transeúnte, “que no se le niega ni a un perro”, ahora algunos la envasan en pomos reciclados y venden a peso el pomo de 500 mililitros.
Analizar en profundidad y explicar paso a paso cómo llegamos los cubanos a este punto, cómo nos fuimos degradando a través de medio siglo, requeriría quizás centenares de páginas. Lo que sí puedo asegurar es que las privaciones económicas que hemos sufrido bajo el comunismo, la relativización de todas las normas y conceptos que en el pasado se tenían por referentes de las buenas costumbres y la moralidad; la imposición del ateísmo, el autoritarismo, la centralización, el colectivismo, y una lista infinita de comportamientos sociales impuestos o propiciados por el Estado, con la finalidad, según se nos decía, de crear un “hombre nuevo”, han dado resultados.
Esos lobos que hoy aúllan en nuestras calles son los verdaderos hombres nuevos y con su comportamiento diario confirman el apotegma marxista:”El hombre es el lobo del hombre”.
En lo único en que se equivocó Marx fue en el hábitat donde situó a los hombres-lobos.
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