junto a un grupo de periodistas entre los que me encuentro
POR MARÍA EUGENIA YAGÜE
La noticia política de septiembre de 1991 era el primer viaje oficial de Manuel Fraga a Cuba. Un gallego con raíces cubanas visitaba el país donde trabajaron y se conocieron sus padres y donde había emigrado media Galicia. No había que justificar mucho más.
Sin embargo, se decía que la verdadera finalidad del viaje era ofrecerle a Castro un exilio discreto en la Galicia natal de ambos para que Cuba pudiera vivir una transición democrática semejante a la española.
Las mayores críticas a esa visita oficial venían curiosamente del Partido Popular, donde algunos argumentaban que al dictador no había que ir a verle oficialemente para no legitimar su régimen. Fraga, que lo tenía todo muy meditado y las ideas claras, 'pasó' de críticas, habló en Moncloa con Felipe González y puso misión al servicio del estado español.
Para la prensa, acompañar a Don Manuel a Cuba era vivir una historia apasionante. "Pero te advierto que vamos todos en turista y no invitaremos a nadie", me dijo Don Manuel con firmeza y afecto.
Y allá que nos fuimos con una ilusión profesional enorme. Pero una vez dentro del avión de Iberia, el comandante advierte que el vuelo no puede salir por un problema técnico. Y que la avería va para largo.
Nos instalamos en los salones del hotel Barajas y mientras Fraga jugaba al dominó con su gente, demostrando una templanza en contraste con las circunstancias y con su temible carácter habitual, en las tertulias de radio hablaban del boicot al viaje, de conspiración de la derecha, de "algo muy sospechoso".
Llegamos a La Habana con diez horas de retraso en plena noche cubana. El comandante estaba al pie de la escalerilla esperando a su huésped y luego supimos que las decenas de ancianos gaiteros, sabe Dios salidos de dónde, que recibían a la comitiva española, llevaban esas diez horas de pie en la pista, aguantando el sol, calor y la caída de la noche, sin moverse con las gaitas y seguramente sin probar bocado.
A pesar del cansancio de la comitiva española, los cubanos no variaron su programa y nos llevaron a un recinto al aire libre donde sentaron a Don Manuel junto a Fidel Castro para ofrecernos una demostración de sensuales bailes caribeños.
Las espectaculares artistas cubanas movían muslos y traseros a rtimo de salsa delante mismo de las narices del presidente gallego pero Fraga, inmune a sus encantos, dio una cabezada y se durmió, aunque todo el mundo hizo como que no escichaba sus ronquidos.
Al día siguiente, Castro ofreció una cena en el Palacio de la Revolución en un ambiente bastante informal. Un buffé espectacular donde abundaban langostas, su plato preferido, según nos contó su cocinero. En un momento dado, cuando Fidel pasaba a nuestro lado, un periodista gallego le lanzó. "Comandante, dice esta compañaera que usted no se atreve a hablar con la prensa española".
Y Fidel, consciente de que aquel viaje era excepcional y muy importante para su imagen, contestó: "Cuando ustedes quieran, pregunten lo que quieran".
Y como nos habían quitado bolsos, cámaras de fotos y prohibido terminantemente grabadoras, cuadernos, bolígrafos y cualquier cosa para tomar notas, nos llevaron al hotel para buscar nuestro material de trabajo.
"A ver, tú que has armado este bochinche (alboroto)", me dijo abriendo la rueda de prensa improvisada, "empieza a preguntar".
"Yo quería saber cuándo piensa usted retirarse y dejar el poder", le dije.
Y Fidel, reprimiendo un enfado monumental, empezó a argumentar. "¿Y por que tengo yo que retirarme? ¿Se retiran los artistas? ¿Deja de bailar Antonio Gades, se jubila Gabriel García Márquez...?"
En la semana siguiente nos encontramos casi a diario. Me miraba siempre escurridizo, saludaba con sequedad.
Fraga ofreció una espectacular romería en La Tropical, un jardín donde siempre se han celerbado fiestas en La Habana. Por allí andaba su hija rebelde, Alina Fernández, casi como una provocación.
Se sirvieron miles de lacones y empanadas gallegas. Los invitados, incluidos militares de alta graduación, cogían con disimulo comida de las mesas y la metían en bolsas para llevarse los restos a su casa. La gente de Fraga nos dijo después que la exagerada abundancia estaba calculada para que la gente pudiera comer varios días más.
El viaje terminó y Fidel no se exilió a Galicia. Tampoco dejó el poder, ahí sigue. Pero Manuel Fraga no volvió a España con las manos vacías. Las empresas españolas tuvieron más facilidades para establecerse en Cuba y muchos presos políticos cubanos salieron de la cárcel gracias a sus gestiones.