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General: Sexóloga alemana opina sobre la homofobia cubana
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Resposta  Mensagem 1 de 1 no assunto 
De: administrador2  (Mensagem original) Enviado: 27/02/2012 18:15
Imagen de Alfredo de J. VisoEn el Punto G de la Revolución
Directora del CENESEX antes que Mariela Castro, la sexóloga alemana Monika Krause opina sobre la homofobia cubana, la primera operación de cambio de sexo, la censura de literatura científica y otros temas
 
Monika Krause, 2007. (Fotograma del documental 'La reina del condón'.
 
InicioPor Ileana Medina y Manuel Zayas | Tenerife-Barcelona
Monika Krause tenía apenas veinte años cuando se enamoró de un cubano, capitán de la marina mercante, enviado a la ciudad portuaria de Rostock. Como ciudadana de la República Democrática Alemania (RDA), necesitó de una autorización para poder abandonar su país. "Cuando a finales de 1961 solicité el permiso de salida y el de poder casarme, me amenazaron con expulsarme de la universidad si insistía en mi propósito de ir a vivir en Cuba. Fue 'mi capitán' quien obtuvo los permisos”, dice.
 
Krause emprendió un viaje sin retorno. Cuando regresó en 1990, ya la RDA solo existía en el recuerdo. Había caído el Muro de Berlín, levantado poco tiempo antes de su partida, y las dos Alemanias se habían reunificado.
 
En Cuba, Krause ganaría fama como promotora de educación sexual, con programas en la televisión y la radio. A la par, enfrentó algunos escollos frente a la homofobia rampante de la jerarquía comunista. Hoy vive en un pequeño pueblo del norte de Alemania, Glücksburg, desde donde accedió a hablar para DIARIO DE CUBA.
 
Monika Krause ha publicado dos libros sobre su experiencia cubana: Monika y la Revolución (Centro de la Cultura Popular Canaria, Tenerife, 2002) y ¿Machismo? No, gracias (Ediciones Idea, Tenerife, 2007). El documental La reina del condón, de Silvana Ceschi y Reto Stamm, es un retrato testimonial de su vida.
 
¿Cuál es el balance que hace de su vida en un sistema comunista tropical? ¿Se vivía en Cuba mucho mejor o peor que en la Alemania comunista?
 
La primera fase de mi vida en Cuba la pasé en un estado de euforia, de expectativa, de ilusiones, de poder participar de algún modo en el proceso de cambios revolucionarios. Al mismo tiempo veía y sentía constantemente el desmejoramiento, la falta cada día más abrumadora de los productos alimentarios más elementales.
 
En pocas semanas —me remonto a los mediados del año 1962—,  nuestra dieta diaria, invariablemente, constaba de arroz y frijoles, frijoles y arroz, arroz congrí. Conseguir un huevo equivalía a un premio en la lotería (el Combinado Avícola Nacional aun no existía).
 
Para aquellos que no disponían de contactos con familiares o amigos en el campo, la carestía de todo era la normalidad. Claro, el clima cubano —en comparación con el de Alemania— tiene muchas ventajas: no hace falta la calefacción, no se necesita ropa apropiada para cada estación del año, se puede vivir con muy pocas prendas de vestir.
 
Sin embargo, el transporte público adquirió características de servicio desconfiable. Escaseaban, o no existían ya, todo tipo de materiales de construcción para el mantenimiento de la vivienda. Mi primer hijo, nacido en febrero de 1963, tuvo que conformarse con que constantemente cambiara la composición de la leche (no había suficiente leche fresca, de forma que se la preparaba con leche en polvo, proveniente de diversas fuentes de importación).
 
La cantidad de pañales recibida por "la libreta" no alcanzaba ni para comenzar. La falta de agua —por apagones o por rotura de la bomba de agua, que para repararse demoraba semanas, meses— me tenía al borde de la crisis: bajar tres pisos para llenar cubos, palanganas, cazuelas de agua de la cisterna y luego subirlos tres pisos —sin elevador—  constituía una prueba de nervios casi insoportable. La tubería de gas estaba defectuosa y pasé un mes sin poder arreglarla.
 
¿Polvo de lavar? ¿Jabón de tocador y amarillo? Eran productos que aparecían de vez en cuando, pero nunca en cantidades suficientes. Durante mis casi 30 años en Cuba, la falta de agua, de gas, de alimentos, de prendas de vestir, de artículos electrodomésticos, de materiales imprescindibles para el mantenimiento de la vivienda, eran una constante.
 
Boda de Monika Krause, 1962
En la RDA, ya en este tiempo el racionamiento de los alimentos no existía. Nunca faltaban los productos alimentarios esenciales: había pan (de diversas variedades), leche fresca y los derivados de la leche —quesos, mantequilla— y carne —de res, de puerco y pollo—, embutidos variados, todo tipo de granos, arroz, aceite vegetal, frutas y vegetales de estación (no se conseguían grandes variedades, puesto que apenas se importaban del área "capitalista"). Pero nunca a un niño le faltó la leche o su comida, ni a los adultos tampoco.
 
Podían adquirirse materiales de construcción para el mantenimiento de las viviendas. El surtido era pobre, pero nadie ha tenido que verse en la imposibilidad de pintar la casa, de arreglar una pila de agua, de comprarse una cocina nueva o una lavadora.
 
Los círculos infantiles ofrecían la capacidad requerida para permitir a las madres trabajadoras la permanencia en sus puestos de trabajo. El sistema de transporte público funcionaba, cumpliéndose los horarios puntualmente. Sin embargo, la tensión, la imposibilidad en la RDA de expresar libremente criterios inconformes con la línea política, el miedo de contradecir, de desacatar, de no haber sabido guardar la apariencia, de no haber respetado "las reglas de juego" de una sociedad socialista, costaba muchos nervios portarse como una ciudadana "digna de ser estudiante en una universidad socialista", admirar incondicionalmente al gran país hermano, la Unión Soviética.
 
Los cubanos —chistosos, ocurrentes, afables, hospitalarios, sobre todo los amigos nuestros— me brindaron una acogida muy agradable. Lo mismo sucedió luego con mis colegas, pero siempre hubo un "pero". Me resultaba difícil aceptar la falta de constancia, la exageración, los frenos, los obstáculos, los problemas reales e inventados y el eterno: "¡Ya verás, todo esto se resolverá!" "¡Patria o muerte!"
 
Por un lado me fascinaba mi trabajo; por el otro, me desesperaba vivir constantemente las contradicciones a todos los niveles: entre las declaraciones, las disposiciones, los lineamientos y la implementación de los mismos.
 
Para regresar al inicio, a la pregunta de si en Cuba se vivía mucho mejor o peor que en Alemania, mi respuesta es: ni mejor ni peor, sino muy diferente. Y al final, cuando había decidido regresar definitivamente a Alemania, sencillamente estaban gastadas mis energías, después de haberle dedicado a Cuba casi treinta años de mi vida, los años más importantes, cuando mi rendimiento intelectual, mis fuerzas y también mi capacidad de soportar reveses, estaban al máximo. Ya no quería batallar como Don Quijote contra los molinos.
 
¿Cuándo comienza a colaborar con la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y cómo se involucra en el trabajo de educación sexual?
 
En 1970, depués de haber tenido que interrumpir varias veces mis estudios en la Universidad de La Habana, terminé "con broche de oro" la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas. Casualmente, recibí la oferta de Vilma Espín, presidenta de la FMC, de trabajar en el departamento de relaciones exteriores de esa organización. Gustosamente acepté. Primero realizaba trabajos de traducción y de intérprete y, poco a poco, fui promovida a asumir responsabilidades de mayor importancia. A menudo fui solicitada, tanto por Vilma Espín como también por el Comité Central y por otros organismos, para servir de intérprete y/o traductora.
 
Fue Vilma Espín la que me encomendó la tarea de elaborar un Programa Nacional de Educación Sexual que abarcara también los aspectos de la orientación y terapia sexuales y la planificación familiar, en 1976. Yo no tenía idea de cómo concebir tal programa. Para comenzar, Vilma me entregó un montón de libros guardados en la biblioteca de la FMC, la mayoría en inglés, otros en alemán y en francés. De alguna manera todos trataban de planificación familiar, de orientación de la pareja o de la capacitación de los jóvenes para la vida en pareja y el matrimonio, con criterios ideológicos y acercamientos muy variados.
 
Al comienzo me declaré incapaz de realizar el trabajo, pero Vilma me aseguró que en Cuba nadie estaba capacitado para  implementar educación sexual, que utilizara mi sentido común, sacara de la lectura los aspectos que me parecían importantes y que al final nos reuniríamos ella y yo para diseñar un proyecto de programa.
 
Igualmente me aseguró que para la puesta en práctica del programa, yo recibiría la capacitación necesaria. Otro paso importante fue la búsqueda de experiencias principalmente en Suecia y en la RDA. Ambos países dieron aportes muy importantes. Con estos y los elementos útiles encontrados en la literatura, estructuramos el "Programa Multisectorial y Multidisciplinario de Educación Sexual".
 
¿Cuáles fueron los principales objetivos de ese programa, quizás único de su tipo en el mundo, y cómo se evaluó?
 
 Los objetivos principales de este programa se basan en los acuerdos de Naciones Unidas, en su Plan de Acción Mundial de 1975, así como en el Programa del UNFPA (Fondo de Población de Naciones Unidas), de 1976, en lo referente a la planificación familiar, a la necesidad de bajar los altos índices de embarazos en adolescentes, a la salud y los derechos reproductivos de la mujer, a la educación de la población para el logro de conocimientos, actitudes y conductas sexuales responsables.
 
Hicimos nuestra la definición de salud sexual de la Organización Mundial de Salud (OMS): "Salud sexual es el estado de bienestar físico, psíquico y social relacionado con la sexualidad", etc. Igualmente, forman parte del Programa las resoluciones del II y III Congreso Nacional de la FMC y del Partido Comunista de Cuba (PCC), así como del Código de Familia, que hacen referencia explícitamente a la lucha por el pleno ejercicio de la igualdad de la mujer, a la educación sexual y para la familia, a la superación del machismo, a los derechos y deberes de madres y padres en la educación de sus hijos.
bndera gyCONTINUARA


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