No es ninguna infidencia señalar, en este momento, que el presidente Rafael Correa ha tenido la legítima aspiración de convertirse en el líder progresista de América Latina. Hace un año era el candidato ideal. La fuerza de las circunstancias lo pusieron en esa ruta: el relevo generacional en Cuba es una urgencia, mientras que el lamentable estado de salud del presidente venezolano, Hugo Chávez, ha abierto una serie de escenarios sobre el futuro político de ese rico país con la posibilidad de que una oposición mejor organizada le arrebate el poder.
Correa es un líder joven y carismático, de buen verbo y preparación académica. Hasta hace 10 meses –yo puedo dar fe de que fue así- en Europa lo miraban con admiración y entusiasmo. Cierto etnocentrismo se notaba en los comentarios de funcionarios de la Unión Europea que trabajan en Bruselas y de otros políticos belgas de la izquierda verde radical. Correa, al contar con una sólida preparación universitaria, por ejemplo la de Lovaina, reunía ciertas credenciales de estadista que, a ojos del Viejo Continente, no las tiene Hugo Chávez, de cuño más autoritario y demagogo.
El Presidente ecuatoriano era diferente. Les entusiasmaba su manejo económico en un país alentado por los más altos precios del petróleo de la historia (10 veces más alto que cualquier gobierno de la partidocracia). Y la Iniciativa Yasuní-ITT proyectaba hace pocos meses la fuerza necesaria para convertirse en la marca país del futuro, a pesar de que a inicios del 2010, Correa le restó apoyo político.
El propio Heinz Dieterich, mentalizador de la ambigua teoría del Socialismo del XXI, según lo acabo de leer en la última edición de la revista Vanguardia, ha sugerido que Correa sea el encargado de tomar la posta de ese liderazgo latinoamericano, entre los países que se autodenominan progresistas.
Pero el parroquiano y errático manejo de su política exterior ha hecho que el proyecto geopolítico de Correa se haya frenado a raya, con muy pocas posibilidades de retomar impulso y velocidad.
Demasiadas cosas han pasado en 10 meses. Todas ellas se alinearon para devaluar la imagen del líder ecuatoriano en la aldea global. Los absurdos juicios contra El Universo y los autores del libro ‘El Gran Hermano’ destaparon la crítica mundial. Ex presidentes del mundo, periódicos por todo lado, 140 intelectuales de primera línea. También fueron críticos la ONU, la Comisión Interamericana de DD.HH.; las organizaciones que protegen el trabajo de los periodistas, dos premios Nobel (Jimmy Carter y Mario Vargas Llosa). Todos ellos, con diferentes argumentos, lamentaron las prácticas autoritarias de Correa, su poco respeto y tolerancia a la libertad de opinión y a la oposición política; las críticas permanentes a las instituciones regionales, las presiones a un poder Judicial que nació con estigma, y su supuesto afán por cobrar indemnizaciones millonarias en procesos penales y civiles impulsados en su condición de ciudadano en ejercicio de la Presidencia.
El discurso lánguido del lunes 27, leído en teleprónpter, evidenció que Correa no pudo con la presión internacional y, a regañadientes, se convenció de que su furia contra la prensa le pasó una factura política muy grande. Quizás mucho más cara que los 42 millones de dólares que la justicia le dio en sus polémicos fallos.
Pero ese retroceso forzado resulta tardío, a lo mejor infructuoso, en los afanes de Correa de ser el nuevo rostro de la izquierda sudamericana. Ni siquiera los países de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba) hicieron votos públicos por apoyar a un Presidente que, como nunca, se vio tan solo. Chávez lucha por su vida, esa es su prioridad. Pero los Castro, Ortega o Morales se han mantenido en la sombra, al igual que la Presidenta de Argentina.
Correa, acostumbrado a los discursos de tarima que solo encienden fervor en los muchos votantes ecuatorianos que sin duda lo apoyan, se ha quedado sin argumentos para explicar al mundo por qué tanto odio a la prensa y a quienes no piensan como él.
Y mientras Correa replantea el remozamiento de su imagen internacional, sus dos principales alfiles en la diplomacia: Ricardo Patiño y Kintto Lucas, tienen el deber de encauzar la política exterior del Ecuador, un pasivo más importante que lo que el Presidente haya podido perder como político.
La pregunta es si estos dos señores, de discurso sesentero y parroquiano, están interesados en dar las explicaciones que exigen la Unión Europea, EE.UU., o los países serios de América Latina. A la Comunidad Internacional le interesará saber cómo es posible que una valija diplomática, como lo advierte Patiño, sea usada por cualquier sinvergüenza para meter 40 kilos de cocaína líquida.
Si el Canciller y Lucas no lo quieren entender, allá ellos. Lo único que van a conseguir es que la voz de Ecuador, a futuro, solo tenga valor en el foro de la Alba que, sin Venezuela, habrá perdido toda su energía diplomática. Y que ambos pasen a la posteridad del correísmo como los directores de la frustrada campaña internacional para conquistar el liderato progresista de nuestra América. Correa ya no será ese candidato.
Fuente: El Comercio Diario de Quito / Por Carlos Rojas.