Ramón se divorció hace diez años y no se ha vuelto a casar. Al principio, quiso hallar una pareja para rehacer su vida. Ya renunció a la idea. No tiene con qué mantener una esposa. Luego que pasa la pensión a su hijo, su salario de 400 pesos (unos 18 dólares) le alcanza malamente para una semana.
Ramón vive en La Habana y tiene 48 años. Confiesa que se siente sólo. Pasa aburrido las noches y los fines de semana. A veces, se deprime. Si consigue algún dinero, se emborracha. Dice que estos son malos tiempos para estar casado: “Si no tienes mucho dinero, es mejor estar solo. O pagar una puta, cuando no puedas aguantar las ganas. Las mujeres se han vuelto muy interesadas y exigentes. Si alguna te hace caso, hay que tener mucho cuidado porque después no la puedes sacar de la casa y se quiere quedar con todo”.
Datos oficiales del Centro de Estudios de Población y Desarrollo indican, además de la baja en la natalidad y el creciente envejecimiento de la población, que en el país hay una cifra de hembras considerablemente más alta que de varones. Pero se equivoca el hombre que piense que le será fácil hallar su media naranja si no tiene suficiente dinero.
El matrimonio en Cuba es una institución en crisis como consecuencia de la grave situación económica que atraviesa el país desde hace más de dos décadas. Hay un aumento de las uniones libres, de corta duración, sobre todo entre los jóvenes. Los divorcios registran una tasa del 60%. El aumento de las rupturas matrimoniales se debe a una madeja de factores sociales y económicos que van desde la escasez de viviendas hasta los bajos salarios. Todo ello origina tensiones, stress y hasta violencia en la vida doméstica de los cubanos.
La mayor parte de las mujeres cubanas esquivan las relaciones sentimentales que impliquen demasiadas obligaciones si no les reportan un mínimo de seguridad material.
María Caridad tenía 29 años y un hijo que no había cumplido los siete cuando la abandonó su esposo. Necesitó ayuda de un siquiatra para reponerse. No se adaptaba a vivir sola, pero La Habana del Período Especial era un mal lugar para conseguir marido.
“Yo no quería un príncipe azul”, explica. “Sólo quería un hombre romántico y gentil, que me gustara y que tratara bien a mi hijo. Si tenía casa, mejor. Pero sólo aparecían tipos groseros, vulgares y sucios, tan pobres como yo. No querían obligaciones. Sólo buscaban sexo”.
Finalmente, encontró a alguien semejante al hombre que buscaba, sólo que mucho mayor que ella: tiene 68 años y ella aun no ha cumplido los 37. Confiesa que no está enamorada, pero que él gana mucho dinero “en sus negocios”, tiene una buena casa y la complace en todo lo que se le antoja. “¿Qué más puedo pedir?”, pregunta.
El fenómeno de la búsqueda de buenos partidos masculinos no ha desaparecido en la sociedad socialista, que presume de haber conseguido la plena emancipación femenina.
Hasta fines de los años 80, las cortesanas de dirigentes y altos oficiales buscaban en sus amantes las comodidades de una posición social privilegiada.
En los años 90, aparecieron las jineteras. Son “las prostitutas más sanas y educadas del mundo”, según Fidel Castro, que se enorgullecía de que su revolución erradicó la prostitución, una lacra capitalista.
Las jineteras se han convertido en triunfadoras en una sociedad donde pocos tienen posibilidad de éxito. Rondan hoteles, playas y discotecas en pos de pesos convertibles para alimentar a sus familias. Pero su máxima aspiración es casarse con algún extranjero que les brinde la posibilidad de abandonar el territorio nacional. Luego, desde allá, seguirán ayudando a los suyos. También, en muchos casos, a los novios y los maridos que dejaron atrás. El gusto y el cariño es una cosa y los negocios otra.
Mientras, como personajes solitarios y tristes de alguna vieja película de Antonioni, los solteros, divorciados o viudos de la isla, esperan con resignación que vengan tiempos mejores para el amor.