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General: LOS NUEVOS RUSOS EN CUBA
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: administrador2  (Mensaje original) Enviado: 31/05/2012 14:28
Los nuevos rusos
Embajada_rusa
Por: Yoani Sánchez
El avión toca suelo en medio de la noche habanera y los turistas atraviesan un salón del aeropuerto internacional donde decenas de cubanos les proponen taxis, habitaciones de alquiler, ron o mulatas. Un joven se acerca a un rechoncho visitante y le musita muy cerca del oído “Mister, du you like cigars?”, pero la respuesta brota con un acento enérgico y conocido, que hace al osado vendedor caer en cuenta del origen del viajero. Son los nuevos rusos, que ya no vienen en viajes de trabajo sino de placer, que han dejado de llamarnos “camaradas” y ahora traen tarjetas de crédito Visa o Mastercard. En fin que cada vez se parecen menos a aquellos que sostuvieron durante décadas nuestros experimento social.

Hace ya más de cincuenta años que el gobierno cubano reanudó relaciones diplomáticas con lo que en ese momento se denominaba la Unión Soviética. Me cuentan los que vivieron aquella etapa, que no fue nada fácil vencer los prejuicios acumulados contra los habitantes del primer territorio socialista del mundo, quienes eran vistos por muchos de mis compatriotas como parte de una avanzada colonizadora. La vida demostró que los alarmistas no estaban del todo equivocados. En la inmensa ingenuidad de nuestra infancia colectiva no había diferencias entre ucranianos, turkmenios o lituanos, pues los creíamos a todos una uniforme extensión gobernada desde el Kremlin. Por otro lado, el abismo cultural entre la patria de Lenin y nuestra jaranera isla del Caribe, hizo a un estudioso admitir que “los cubanos y los rusos latíamos en dos frecuencias de honda totalmente diferentes”. Sin embargo, la geopolítica intentó hacernos coincidir, sin mucho éxito. A diferencia de otros países europeos donde el comunismo había entrado junto a las esteras de los tanques comandados por Stalin, en el caso nuestro llegaba a través del subsidio, con los barcos cargados de petróleo que desembarcaban cada mes en los puertos de esta Isla.

“¡Qué vienen los rusos!” decían algunos asustados, mientras otros ripostaban: “¡Bienvenidos los soviéticos!”. Elegir entre una u otra palabra fue durante mucho tiempo, más que un dilema lingüístico una toma de posición ideológica. Cuando los cubanos de mi generación empezamos a tener conciencia del mundo, a principio de los años ochenta, ya nadie se rasgaba las vestiduras al elegir entre esos dos vocablos a los que la historia obligó a ser sinónimos. Así que veíamos películas rusas y nos transportábamos en los Ladas soviéticos. El céntrico restaurante Moscú había desaparecido en un voraz y misterioso incendio y al Oeste de la ciudad se levantaba un espantoso edifico, que serviría de sede a la embajada de la URSS, al que jocosamente bautizamos como “la torre de control”, tanto por sus perfiles arquitectónicos como por sus evocaciones políticas. Eran tiempos grises aquellos, en que los niños vivíamos como atrapados entre los lacrimógenos dibujos animados de Europa del Este y los interminables discursos del entonces robusto Máximo Líder.

Al comenzar los años noventa y con el descalabro ocurrido por aquellos lares, el discurso oficial eliminó las alusiones a los otrora mentores. Se borraron de los libros de texto y se sacaron del Museo de la Revolución las fotos de los líderes de gorras peludas y orejeras, mientras la historia nacional se reescribió restándole importancia a la presencia soviética en nuestras vidas. El impacto cultural de esta salida abrupta, se hizo sentir de inmediato sobre todo en las carteleras de cines, donde las producciones norteamericanas atiborraron -hasta el día de hoy- las salas de proyección y sólo de manera excepcional se reponen los viejos clásicos distribuidos en otra época bajo el símbolo de un soldado y una campesina que portan una hoz y un martillo. Para sorpresa de muchos, agradable sorpresa por cierto, la televisión estrenó hace unos meses la serie El maestro y Margarita, basada en la inolvidable novela satírica del incómodo Mijaíl Bulgákov. Incluso en los escenarios nacionales volvió a presentarse el Ballet Bolshoi, anteriormente buque insignia de la cultura soviética que, según quienes asistieron a la función, defraudó al exigente público habanero. Pero nada ha tornado a ser cómo en aquella época cuando los memorándums viajaban veloces desde aquel palacio de cúpulas de colores hasta nuestro sobrio Consejo de estado.

Después de años de poca interacción los visitantes provenientes del otro lado de los Urales han regresado. Ya no se les ve en grandes grupos, vestidos con pantalones siempre de una talla mayor y las camisas blancas remangadas hasta al codo. Han dejado de ser aquellos técnicos extranjeros que tenían derecho a comprar en comercios para nosotros prohibidos y que vendían en mercado negro las baratijas que adquirían en las llamadas diplotiendas. No los hemos vuelto a llamar “los bolos”, ese apelativo entre burlón y cariñoso con el que los denominábamos por la falta de sofisticación de sus productos industriales, llenos de cordones de soldadura sin desbastar, divorciados de la aerodinámica y del confort. Ahora los retornados camaradas de antaño compiten en las discotecas, tienen aspecto de empresarios y usan perfumes franceses. Son empresarios que muestran sus productos de informática, como el conocido antivirus Kaspersky, ante los asombrados ojos de quienes una vez los vimos enfundados en sus uniformes militares. Incluso hace un par de años tuvieron una zona expositiva en la Feria Internacional del Libro. Sus anaqueles estaban repletos de temáticas diversas, incluyendo la autoayuda, con muy pocos títulos de marxismo y leninismo. Se pasean entre nosotros y nadie grita asustado ¡Qué regresan los soviéticos! Pues para todos queda claro que estos que han vuelto y se bañan hoy en nuestras playas o toman un mojito en algún bar para turistas, son –claramente- rusos.
 
Datos sobre el autor
Yoani Sánchez. Una vez me gradué como filóloga, pero el periodismo y la tecnología me han subyugado más que la fonética y la gramática. Vivo en La Habana y fantaseo con que habito una Cuba a punto de cambiar.

Fuente: El País



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