Por Luis Cino Álvarez-LA HABANA, Cuba
Recientemente, a un veguero pinareño lo multaron porque -luego de terminada la cosecha tabacalera- sembró frijoles negros en la tierra dedicada al tabaco, que de todos modos iba a estar ociosa por varios meses. El campesino solo aplicó el viejo método de rotación de cultivos. Los frijoles, además de servirle para alimentarse o ganarse unos pesos, le aportan hierro a la tierra, lo que hará mejor la próxima cosecha de tabaco. Cualquier guajiro sabe eso. Pero los burócratas del Ministerio de Agricultura, no. Y tampoco les interesa. Para ellos, los tabaqueros es como si fueran esclavos de un gran latifundista: el Estado.
El Estado les paga una miseria por las cosechas y no les da nada para trabajar. Sólo órdenes, muchas veces absurdas. Deben comprar los aperos, las turbinas y las mangueras para regar sus cultivos, los fertilizantes y herbicidas. Y contratar hombres para la siembra, el guataqueo y la recogida. Eso, si encuentran a alguien, porque nadie quiere trabajar por menos de 30 pesos diarios (poco más de un dólar). Y el cosechero no puede pagar más porque la cuenta sencillamente no le da…
Pero al Estado sí le da la cuenta con el tabaco y de qué manera. De no ser así, los guías de turismo no recibirían la tajada de dinero que reciben por llevar los turistas a las tiendas de habanos.
Las comisiones por la venta de habanos oscilan entre el 20 y el 30 por ciento de la compra. Los precios de las cajas de puros (cada una contiene 25) oscilan entre 200 y 400 cuc. Si les pagan el 30 por ciento por la caja más barata, que cuesta 200 cuc, el guía se echa 60 cuc en el bolsillo.
Sin estas comisiones, que compran su silencio y su incondicionalidad al régimen – en contacto directo con extranjeros, cualquier cosa que digan puede resultar dañina- los guías no tendrían interés en llevar a los turistas a las tiendas de tabaco ni dedicarían una buena parte de la excursión a la publicidad y la información sobre el habano.
Con tal tajada, vale la pena la contienda que tienen que librar con los choferes de los ómnibus que transportan a los turistas –que no cobran comisión alguna-, los revendedores clandestinos y los policías.
Los negocios se hacen con desfachatez absoluta, frente a policías y custodios, lo mismo en la puerta de Partagás o La Corona, que en la Plaza de Armas, en La Habana Vieja, donde están las tiendas Galeón, que son las que dan mayores comisiones. Los revendedores conversan y jaranean con los uniformados, de quienes han comprado su protección (los nagüitos también tienen que vivir). En sus narices, acosan a los turistas, lo mismo para venderles que para llevarlos a comprar a la tienda, de la que reciben una comisión. Por el camino, forcejean entre ellos y presionan o chantajean a los guías (“meterles el pie”, como le dicen).
A veces, se producen altercados entre los guías de Cubatur y los traficantes, principalmente durante el tiempo que pasan los turistas en la Calle de los Artesanos, o cuando visitan el Palacio de los Capitanes Generales, donde los dejan solos para que lo visiten a su ritmo, mientras los guías descansan y esperan afuera.
El asedio de los revendedores suele llegar hasta la misma puerta del ómnibus. Mientras, los policías, se tocan la mascada en el bolsillo y se hacen de la vista gorda. Tienen que aprovechar la buena racha, porque los rotan frecuentemente. Para que no le cojan el gusto al asunto.
Y cuando veo estos hechos, en los que todo indica que el Estado está implicado, no puedo dejar de pensar en los mal pagados cosecheros, allá en los surcos.