Lo único que no pudo destruir el Comandante
LA HABANA, Cuba
La familia de María, que reside en Santa Fe, pueblo costero de La Habana , estuvo esperando su visita durante más de veinte años. Cuando llegó, la tarde del pasado 14 de junio, sus hermanos y primos la reconocieron. María parecía otra persona. Su físico no era el mismo.
Explicó que había podido adelgazar haciéndose una cirugía bariátrica para suprimir más de cien libras de peso. Se había afinado la nariz, estirado la piel del rostro, y tenía puestos unos lentes de contacto de color verde-azul.
María era otra. A pesar de sus cincuenta años, parecía una mulata de treinta. Y vino acompañada de su pareja, Jessica, una joven newyorkina que hablaba un perfecto español.
El primer recorrido que hicieron fue por la parte vieja de La Habana, donde vivió María en la niñez. Caminó todo lo que pudo por las calles Obispo, Cuba, Cuarteles… Se descalzó para disfrutar de los adoquines, andando por los alrededores de la Catedral. Entró a los solares que aún están “habitables”, y por último se sentó en la Cafetería El Patio, donde disfrutaron de unos mojitos, con sus hojitas de hierba buena y unas chicharritas de plátano.
Al cabo de diez días de estancia en la casa familiar, cuando estaban a punto de marcharse, me senté a conversar con ellas. Quería saber cómo María había encontrado a Cuba, después de tanto tiempo sin venir. “Destruida”, exclamó con tristeza.
Jessica, la americana, dijo que Cuba se le parecía bastante a Haití, porque aquí la gente se interesaba demasiado por bailar y perder el tiempo. Dijo que el pan que le vendían a la población, por la libreta, era lo más malo que había probado en su vida, y que la falta de frazadas para limpiar el piso, y de buen papel higiénico para el baño, eran cosas increíbles.
Bueno, ¿pero que te gustó?, insistí para saber si había encontrado algo positivo ennuestro país. La americana se quedó unos instantes en silencio, sonrió con picardía y mirando de reojo para María, me dijo:
“Como caminan las mujeres. No podría explicártelo. Pero si las mujeres de New York caminaran como las cubanas, en Estados Unidos no nos faltaría nada. A nuestras mujeres les falta “sex appeal”, sazón, el mendó que sólo tienen las mulatas cubanas al caminar. Es lo único que el Comandante no ha podido destruir.”