La violencia oculta
LA HABANA, Cuba, julio 2012
A eso de las 10 am, tres individuos atravesaron el pasillo que comparten varias viviendas en una “cuartería” en el habanero barrio de Buena Vista. Se detuvieron frente a una de las puertas y uno de ellos tocó varias veces. Le abrió el más anciano de los residentes en la casa. Uno de los hombres preguntó por el hijo del anciano y éste le respondió que no estaba. El viejo no pudo decir media palabra más, fue casi atravesado por un punzón a la altura del pecho y murió en el acto.
Los hombres penetraron en la pequeña vivienda y también atacaron a machetazos, y con igual saña, al nieto adolescente del viejo y a una de las hermanas menores de éste. Se comentó luego que lo ocurrido fue consecuencia de una deuda de dinero y el intento de estafa del hijo ausente a los atacantes.
Noche de sábado, concluyó un concierto de William “El Magnífico” y Osmani García “La Voz”, en un centro nocturno. El reggaetón, la bebida y la droga caldearon los ánimos. Sin embargo, se aparenta control frente a la policía. La cosa cambia de tono unas cuantas cuadras más allá del lugar. La rencilla entre dos proxenetas de barrios distintos por el mayor control del “negocio de la carne”, estalla, y dos grupos se enfrentan a golpe de machetines, cuchillos, piedras y tubos de luz fluorescente, cuyas astillas y polvo son letales. Varios son los heridos y seguramente alguno terminará muerto.
Un ómnibus de transporte público viaja repleto de pasajeros. El calor es poco menos que insoportable. El hacinamiento y la incomodidad convierten el más mínimo roce en detonante de un conflicto. El choque ocurre en la puerta trasera del vehículo cuando un tipo saca un punzón e intenta agredir a su oponente en la discusión. Frenazo. Se generaliza la reyerta. Los demás pasajeros abandonan el vehículo saltando por las ventanillas.
Parafraseando a Virgilio Piñera, La Habana es hoy la capital marginal de un país marginal.
La crisis económica, y su expresión más visible, en forma de crisis espiritual, le están cobrando factura de “boutique” al entramado social cubano. La desesperación y la angustia generadas por una prolongada secuencia de incertidumbres llevan a un estado mental de abandono de los escrúpulos. La violencia es precaria válvula de escape, por la cual se puede ser víctima o victimario. Toda la rabia contenida y la frustración personal se convierten en impotencia, primero, y luego en renuncia al sentido común, en nombre de la lucha implacable por la supervivencia.
Los medios oficiales cubanos tocan el tema de la latente violencia social, de modo superficial o condicionado por el decadente discurso político gubernamental. Generalmente se establecen comparaciones con el estado de violencia extrema en el cual viven sociedades como la mexicana, colombiana o guatemalteca. Se obvia el carácter histórico y acumulativo de esos estados de violencia. Se culpa al omnipresente “capitalismo feroz” del cual, curiosa y paradójicamente, estamos recibiendo nuestra cuota en el día a día. Proceso gradual, pero inexorable.
A comienzos del próximo mes de agosto, tendrán lugar en la capital cubana los festejos carnavalescos. Las áreas donde transcurrirá este evento estarán fuertemente custodiadas por tropas de choque de la policía. Esta caricatura de los otrora célebres carnavales de La Habana, tendrá un trasfondo de violencia y muerte, algo que, como siempre, las autoridades gubernamentales insistirán en silenciar. Pero los cadáveres apuñaleados en los quirófanos de los hospitales y de Medicina Legal serán una evidencia inocultable.
Sin embargo, la violencia tiene otros rostros, y estos, no por menos visibles, dejan de ser igualmente implacables.
Estos “rostros ocultos” aparecen frente al ciudadano común, cuando decide encontrarse a sí mismo en una zona peligrosamente libre. Ellos han sido los ejecutores de una política sistemática de restricción y aplastamiento del derecho a disentir. Sus métodos son diversos: mítines de repudio, detenciones arbitrarias, fabricación de procesos penales, chantaje emocional, vigilancia como forma de presión psicológica…
Los cubanos que dentro de la Isla hemos dado el paso en pos del ejercicio a contra corriente del derecho a la libertad de expresión, conocemos bien estos rostros. Para actuar, ellos se basan en leyes que condenan a penas irrisorias los actos de bárbara violencia y, por otra parte, son implacables con la disidencia política.
Legislaciones que condenan a seis años de prisión a una persona porque desfiguró horriblemente el rostro de otra. Esas mismas leyes, dictan reclusión por décadas para otras personas por el simple hecho de pensar y expresarse públicamente contra el sistema político, o intentar romper el monopolio del silencio cibernético que la dictadura ha impuesto al pueblo.
Mientras tanto, el país se desangra en un círculo vicioso y gravitando sobre el abismo en una débil cuerda floja.