En los anales de los que luchan por la libertad y la dignidad humana de cara al totalitarismo tiene que haber un lugar especial para las personas que se atreven a dar los primeros pasos cuando el monolito del poder parece tan ominoso. Oswaldo Payá los dió en Cuba, mostrando a la gente que no tiene que permanecer en silencio en la desmoronada prisión comunista de Fidel Castro.
El señor Payá, de 60 años, murió la tarde del domingo en un accidente automovilístico en la provincia oriental de Granma, Cuba, junto con otro disidente. Un auto de alquiler que conducían chocó contra un árbol. Dos extranjeros que viajaban con ellos resultaron heridos. Los familiares han cuestionado las circunstancias del accidente.
Desde que era un joven, el señor Payá decía lo que pensaba. En la escuela, a los 17 años, contó a sus amigos de su apoyo a la Primavera de Praga, mientras que Castro respaldaba la invasión soviética a Checoslovaquia. Por sus comentarios, Payá fue condenado a tres años a un campo de trabajo forzado, donde cortó caña de azúcar y laboró en una cantera de mármol durante 10 horas diarias. "Fue una lucha entre el poder y el espíritu", dijo. "Me fui de allí con una fe más fuerte en que las cosas pueden cambiar".
El señor Payá, ingeniero y católico, nunca perdió la fe. Se puso firmemente de pie para defender la libertad religiosa y política en los años 1980 y 1990. Alcanzó una mayor prominencia en el 2002 con el Proyecto Varela, nombrado así por Félix Varela, un sacerdote católico y activista por la independencia en el siglo XIX. Con la ayuda de miembros de otros grupos disidentes, Payá hizo circular una petición solicitando un referendo nacional para garantizar la libertad de expresión y de asociación, amnistía para los presos políticos y elecciones libres. La petición consiguió la sorprendente cifra de 10,000 firmas en Cuba, lo que en virtud de su Constitución debería haber obligado a la Asamblea Nacional a autorizar el referendo.
Sin embargo, Castro tuvo otras ideas. A principios del 2003 lanzó una cruel embestida contra disidentes y otras personas que habían apoyado el Proyecto Varela. En semanas, 75 de ellos fueron encarcelados, y la mitad había recogido firmas para el proyecto. Payá no fue detenido, pero Castro desencadenó lo que Payá llamó la Primavera de Cuba. El ex presidente checo Vaclav Havel, que había inspirado a muchos con su resistencia contra el comunismo, nominó a Payá para el Premio Nobel de la Paz en 2003.
Payá no fue intimidado, a pesar de la represión. Poco después preparó un documento para estimular lo que llamó un Diálogo Nacional, un debate para todos los cubanos acerca de su futuro, y miles de personas participaron. Payá insistió en que quería un cambio pacífico y, como él mismo dijo, "sin linchamientos, ni venganza, ni exclusiones". Buscaba una sociedad libre para ser construida por los cubanos con sus propias manos. Sus sueños aún no se han cumplido, pero se realizarán, y cuando esto suceda, será en gran medida porque él tuvo el coraje de dar aquellos primeros pasos.
La noticia de que el disidente Oswaldo Payá Sardiñas había muerto me pegó como si me hubieran dado una patada en el estómago. Por segundo año consecutivo un disidente cubano galardonado con el prestigioso premio Andrei Sajarov por su lucha por los derechos humanos moría en Cuba.
El año pasado fue Laura Pollán, fundadora de las Damas de Blanco. Ella murió de un ataque al corazón, poco después que un auto chocara contra su automóvil. En el caso de Payá fueron dos choques.
El primero ocurrió en La Habana el mes pasado y Payá salió vivo según él “de milagro”. El segundo cerca de la ciudad de Bayamo fue el domingo pasado. En esta moriría Payá, fundador del Movimiento Cristiano Liberación (MCL), y Harold Cepero, un joven miembro del mismo partido.
Otras dos políticos, el español Angel Carromero y el sueco Jens Aron Modig, sobrevivieron. Sólo ellos podrán decir si el incidente fue provocado por un auto patrulla del gobierno que los embistió hasta sacarlos de la carretera, como dice Rosa María la hija de Payá, o un accidente como dice el gobierno.
Lo único cierto es que hoy el régimen de los hermanos Castro tiene a un disidente menos con quien lidiar. Durante más de medio siglo tanto Fidel como Raúl Castro siempre han encontrado la forma de fusilar, encarcelar, o desaparecer a los que cuestionan su derecho a gobernar de por vida.
En los primeros años la revolución cubana fusilaba o encarcelaba por décadas a sus enemigos. En un momento Amnistía Internacional llegó a decir que Cuba tenía más presos políticos per cápita que ningún otro país del mundo.
Después vinieron las turbas del gobierno. No importa si los que protestaban eran blancos o negros, hombres o mujeres. Si hacían mucha bulla, las turbas les entraban a palo y pedrada. Ahora los oponentes del régimen mueren en huelgas de hambre en las mazmorras cubanas, o tienen trágicos accidentes.
Hace años que Payá no era de los que más llamaban la atención pública. En el 2002 Payá creó el Proyecto Varela y consiguió más de 25,000 firmas para pedirle a la Asamblea Nacional que le diera más libertad al pueblo cubano. No le hicieron caso.
Al año siguiente la Asamblea Nacional decretaba que el sistema socialista de Cuba era “irrevocable” y en abril del 2003, muchos de los miembros del MCL fueron encarcelados por el régimen en lo que se llamó la “primavera negra”. La mayor parte de ellos fueron liberados y forzados a irse de Cuba con sus familiares.
Payá nunca quiso vivir en el exilio. A él le dieron permiso a salir de Cuba a recibir el premio Sajarov. Vio a gobernantes en Europa y en Estados Unidos se reunió con el Secretario de Estado Colin Powell. Estuvo en Miami donde algunos grupos del exilio no confiaban en su esfuerzo por dialogar el cambio en Cuba en forma pacífica. Payá prefirió volver a la isla; a las constantes pesquisas y a un gobierno que vigilaba todos sus movimientos.
El sabía que su vida estaba en peligro. Se lo había dicho a su esposa Ofelia Acevedo Maura hace poco. Lo que no sabía es las enormes repercusiones que su muerte ocasionó en Cuba y en todo el mundo. El Cardenal Jaime Ortega, a quien Payá había criticado fuertemente, por ser demasiado débil en sus posiciones frente al régimen, pronunció la homilía a Payá en la Iglesia de El Salvador del Mundo, en el barrio capitalino de El Cerro, donde el disidente oía misa todas las semanas.
Cientos de cubanos se congregaron en la iglesia y gritaron a voz en cuello “Libertad, Libertad, Libertad”. Afuera del templo, agentes de seguridad del gobierno repartían golpes y arrestaban a más de 50 disidentes, a quienes montaron por la fuerza en dos autobuses para sacarlos del lugar. Uno de ellos era Guillermo Fariñas, el único disidente cubano en haber recibido el premio Sajarov que aún vive.
El presidente Barack Obama, su rival el republicano Mitt Romney, el líder del Movimiento Solidaridad de Polonia, Lech Walesa, el primer ministro de España Mariano Rajoy y hasta el Papa Benedicto XVI elevaron sus voces en protesta por la muerte de Payá.
Carlos Saladrigas, co-presidente del Cuba Study Group que respaldó a Paya en llevar a cabo el Proyecto Varela, dijo: “Payá era un patriota y un amigo personal su independencia era admirable. El era el disidente más importante en Cuba”.
Miles de exiliados cubanos se congregaron el martes en la noche en la Ermita de la Caridad del Cobre en Miami a orar por Payá. Al morir logró lo que no pudo hacer en vida: unir el sentir de un pueblo a ambos lados del Estrecho de la Florida que reclama la libertad de Cuba.