Auto en el que Oswaldo Payá sufriera una embestidael
pasado 25 de junio. Calzada del Cerro, La Habana
Por Bertrand de la Grange | Madrid
En 1992, viajando en auto con Oswaldo Payá Sardiñas, fueron perseguidos por autos de la policía política. En junio pasado, el auto en que viajaba el disidente sufrió una embestida que lo volcó.
De tanto amagar con matarlo a lo largo de muchos años, el aparato represivo del régimen cubano ha conseguido finalmente lo que buscaba: Oswaldo Payá, el opositor más odiado y temido por los hermanos Castro, ha muerto el 22 de julio en un sospechoso accidente de coche en un tramo solitario de una carretera en el oriente de la Isla. Según la versión oficial, hay un culpable y no se trata de los agentes de la Seguridad del Estado que perseguían día y noche al dirigente del Movimiento Cristiano Liberación (MCL). El responsable, dice el informe de la policía, es el ciudadano español Ángel Carromero, que conducía el vehículo con "exceso de velocidad en una zona en obras". Es decir, fue un simple accidente de tráfico, no un crimen político, como lo piensan los familiares y los amigos de Payá.
La tardanza en publicar el informe —cinco días después de los hechos— ha contribuido a alimentar unas sospechas legítimas que se fundamentan en una serie de antecedentes alarmantes. La viuda del opositor, Ofelia Acevedo, ha contado que, el pasado mes, ambos iban en un coche que fue embestido por detrás por otro vehículo en una calle de La Habana. Tuvieron que salir por las ventanas después de que el coche volcara. No hubo heridos, pero sí un gran susto y una pregunta: ¿fue un "accidente" intencional para intimidarles y hacerles bajar el tono de sus críticas al régimen, que pasa por momentos difíciles y no logra sacar del letargo a la economía?
No era la primera vez que Oswaldo Payá era víctima de amenazas y de violencia de parte de los "segurosos" y de su mano de obra callejera, esas turbas que participan en horripilantes "actos de repudio" y cercan el domicilio de los inconformes durante varios días para amedrentarles. El militante católico lo había contado hace diez años en un documental realizado por la cineasta estadounidense Heidi Ewing. Ahí relataba cómo los coches de la Seguridad del Estado amagaban con arrollarle. "He tenido una vigilancia permanente, a veces amenazante y provocadora, con agentes en la puerta de mi casa. Cuando salgo en bicicleta, que es mi vehículo, salen coches junto a mí, me persiguen y pasan a alta velocidad, desaparecen y reaparecen en una calle de pronto, poniéndome en peligro."
Payá estaba entonces en la mira del régimen por haberse atrevido a recolectar más de 11.000 firmas a favor de la democratización de la Isla —el Proyecto Varela— y presentarlas, en marzo de 2002, ante la Asamblea Nacional del Poder Popular. Esa iniciativa sin precedentes tuvo una inmensa repercusión internacional y Payá fue galardonado ese mismo año por el Parlamento Europeo con el Premio Sajarov de los derechos humanos. En cambio, la dirigencia cubana no le perdonaría esa afrenta y se lo cobraría el año siguiente con las detenciones y condenas a largas penas de prisión de la mayoría de los cuadros del MCL en el transcurso de una "primavera negra". Las turbas asaltaron la casa de Payá, rompieron todo y dejaron sus firmas en la fachada de la casa: "Agente de la CIA", "Gusano", "Viva Fidel".
Con semejantes antecedentes, hay motivo para sospechar de una mano negra en el accidente que ha costado la vida al líder del MCL. "La revolución no asesina a nadie", ha contestado a la viuda de Payá uno de los policías encargados de investigar lo ocurrido en la carretera. La revolución quizá no mata, pero los que supuestamente la defienden no tienen ningún reparo en hacerlo. La muerte del fundador del MCL me ha devuelto a la memoria un episodio que compartí con él hace veinte años, a finales de mayo de 1992. El taxi que nos transportaba en La Habana fue perseguido por varias patrullas de la policía política, reconocibles por sus antenas de comunicación. En lugar de amilanarse, nuestro chofer los desafíó. Sería para él el inicio de un calvario que duraría muchos años y tendría un fin trágico con la muerte de su hija en un accidente de tráfico: el coche que él conducía fue embestido por un camión en circunstancias que nunca fueron aclaradas.
Lo más probable es que tampoco sepamos nunca lo que ha pasado realmente en esa carretera de la provincia de Granma donde han fallecido Oswaldo Payá y un joven militante del MCL, Harold Cepero. Las autoridades tienen entre manos un culpable perfecto —el español que conducía el coche es miembro del Partido Popular, la bestia negra de los Castro— y no se privarán de recordar que la ley cubana castiga el homicidio por imprudencia con una pena de uno a diez años. Echaremos en falta los testimonios de los agentes de la Seguridad del Estado que siempre iban detrás de Payá. Ellos sí saben, pero oficialmente no existen.