La mano.
Unas manos bellesimas,las de Rocío Jurado
La desnudez de la mano exhibe más que la piel o la carne. Contra todo aquello con lo que intentamos ocultárnoslo, ella afirma el deseo de una desnudez que nos pone precisamente siempre más en contacto con el mundo, que nos ofrece de éste una prensión siempre más inmediata y completa, que nos concede un «deslizar» siempre más insinuante y una velocidad que nos permite atravesar la materia para acceder a las otras cualidades del ser que nosotros no hacemos más que presentir.
No hay mano que no llame con su desnudez al contacto con otra piel. Ella siempre parece retenerse de ceder a una atracción. Magnetiza con una carga aspirante el espacio en cuyo corazón ella se mantiene,aunque nunca por mucho tiempo. Lo que me obsesiona en ella, sin embargo, no es el ge sto que se va a expresar utilizándola de otra manera. Al menos no se trata, en la infinita gama de gestos posibles, de esos que tienen que ver con el comportamiento privado como apoyar la cabeza, calmar una comezón o volver las páginas de una revista, que son gestos que no sacan a la mano de la esfera individual. Revelándola sin ofrecerla, permanecen inscritos en el interior del ámbito de la persona. Lo que me cautiva es el acto transgresor del cual la mano, con su forma serpentina, no solamente es siempre capaz, sino que, lo que es más, está siempre más o menos animada, movimiento que, no perteneciendo al circuito continuo de la vida individual, le hace rasgar las sedas del ser para franquear los umbrales y alcanzar, en la angustia propia de este impulso, el objeto del deseo.
Es entonces que la mano aparece en su máxima desnudez y vulnerabilidad, pero hecha para esa desnudez y vulnerabilidad. Aventurándola fuera del capullo de la individualidad, su gesto la despoja de las uniformidades de sus funciones, la arranca de sus callosidades protectoras, la desviste para no dejarle más que la sensibilidad. Desollada, ella aparece en la tarea esencial que está habilitada a asumir para el individuo al que ella precede como una exploradora en los otros mundos.
Es con esa misma contención febril que yo veo la de este hombre en el metro franquear la distancia que lo separa del brazo de su amiga por más cerca que estén el uno de la otra. Ella se acerca desnuda, ingenua, hacia la suavidad que la atrae; hábilmente hace un elegante movimiento como de ala con el cual aparta la mecha que ha caído sobre el rostro de la mujer; se vale de la hipersensibilidad de las yemas de sus dedos para recoger con la punta de éstos los estremecimientos cuyo roce engendra a lo largo de la sien, de la mejilla, del mentón, de los labios y, en el estupor un poco ebrio de la emoción que provoca, de la espera que suscita, del encuentro en el que está involucrada, se posa al fin, cargada con el peso de las múltiples sensaciones que en ella se concentran, sobre el hombro, cuya quemadura, al principio helada, se difunde de inmediato y se mezcla con la suya.
Mano inspirada en una audacia de la cual carece la consciencia, resuelta a desafiar aquello que sobrepasa a la imaginación, ávida de la realidad a la que arrastra tras ella a toda la persona. Mano experta en le lenguaje del cuerpo. Para captarla ella ha afinado la finura de su epidermis convertida en una membrana tan sensible como el tímpano, malla hecha de terminaciones intensamente reactivas. Manos prensiles, persuasivas, manos activas de los amantes. Recorriendo las extensiones inconmensurables del cuerpo, ellas le echan por tierra las defensas, le quitan las capas de protección acumuladas, despiertan sus zonas endurecidas por la inactividad, fertilizan sus partes inertes y cultivan y mantienen sus eclosiones.
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