De 'buzos' a cuentapropistas
'Todo se vende', dicen estos buscadores
de la basura, cada vez más comunes en las ciudades cubanas.
Los 'buzos' Marcos, Berta y Lazarito
Por Augusto César San Martín Albistur | La Habana
A diferencia de Marcos, Lazarito prefiere dormir en los alrededores del cementerio y bucear (buscar) en la basura temprano en la mañana. Marcos, su socio, elige pasar la tarde en portales y bucear en los tanques de basura por las noches. Aunque tienen diferentes estilos de vida y trabajo, todos los días se unen antes de culminar la mañana y buscan un sitio para vender la vendimia de desechos.
"Cualquier tareco es vendible si se ofrece a buen precio", es la máxima de Marcos. "Nada de esto costó un centavo, lo que me den, lo cojo".
Lazarito da más valor al negocio, él no rebaja el precio de la mercancía con facilidad. "Esto no me costó dinero pero sí horas metido en la basura, entre escombros o allá, en Cayo Cruz (sitio donde se deposita la basura de la capital)".
Siempre hay algo que vender, un teléfono de marcación por disco, luces de navidad fundidas, un radio inservible, zapatos maltratados por el uso, ropa vieja, pedazos de cables, frascos de perfumes vacios, todo tipo de cosas que los buzos esparcen en los portales de cualquier avenida capitalina.
Estos vendedores sin permiso no se ocultan, son temerarios, les da lo mismo "una multa que tres noches en un calabozo de la Policía", dice uno de ellos. "Cuando pasan los inspectores pidiendo la licencia de venta, todos corren menos nosotros", se vanagloria Lazarito. A los vendedores de basura las autoridades los califican como "menesterosos", palabra utilizada por el gobierno para nombrar a los indigentes que viven en las calles.
Pocas veces los inspectores les llaman la atención. Marcos atribuye la indiferencia a que venden mercancías recolectadas de los basureros. El nivel más alto de amonestación es la orden de recoger los tarecos y retirarse del lugar. Ellos lo recogen todo, cruzan la calle y continúan la venta en la acera del frente.
Berta, la novia de Marcos, aporta al negocio de forma diferente. Ella consigue las cosas antes de que lleguen a los tanques de basura.
"Yo limpiaba casas, y siempre estoy pendiente cuando van a botar algo en los lugares donde trabajaba para venderlo aquí", dice Berta. Pero cuando "la cosa se pone dura", ella "bucea" en la basura con su novio. Antes también recogía latas de refresco vacías para venderlas como materia prima, pero desde que el Gobierno comenzó a cobrar un impuesto por "recolectar laticas", abandonó la tarea.
Todos los días venden, la ganancia varía de regular a buena según las expectativas de cada vendedor, multiplicados por las calles de La Habana. A veinte pesos asciende el precio más alto de los productos recogidos de la basura.
Cuando la mercancía es confiada por otra persona para vender, el precio es mayor. Un reloj sin cristal, búcaros rotos, calculadoras antiguas, tablas de planchar, cualquier objeto desgastado por el uso o en buen estado pero pasado de generación, como un videotape Betamax. Lo más lucrativo en este sentido son las cámaras fotográficas rusas de la década del 70; los turistas extranjeros pagan hasta 10 dólares por ellas.
Marcos fue quien incorporó a Lazarito en el negocio cuando las ganancias estaban en picada. "Antes era mejor, se podía trabajar solo, no había inspectores, había más cosas en la basura y la gente regalaba lo que ahora quiere vender", cuenta Marcos.
Tras la autorización del gobierno al trabajo por cuenta propia, no pocos recolectores de basura solicitaron la licencia para vender. Unos se dedicaron a la venta de productos usados de plomería, clavos reciclados o cualquier herramienta desechada por su dueño. Otros navegaron con suerte y comenzaron a surtirse de mercancías de primera calidad proveniente de los negociantes del mercado negro, abastecidos por los almacenes del Estado.
Como tres buceadores encuentran más que uno, Marcos se asoció con Lazarito y Berta en la recolección de basura para la venta. Unen su mercancía al final de la mañana y dividen las ganancias pocas horas después.
"A mí cincuenta pesos me bastan, si los tengo en la mano cuelgo los guantes", comenta Lazarito. "Con veinte me compro un cajita de arroz frito con pollo en el barrio Chino, compro media de alcohol y me voy al cine Chino, que por cinco pesos veo cinco películas".
Marcos y su novia prefieren esperar a reunir un poco más, pero si salen de la mercancía más cara que tienen a la venta, finalizan la jornada. "Cien pesos, está bueno", afirma Berta.
La mayor aspiración de Marcos es convertirse en intermediario de los mercaderes de la bolsa negra, solo así se decidiría a solicitar la licencia de vendedor. Pero el negocio está apretado, no cabe un vendedor más. Berta, por su parte, se conforma con no ser abandonada por Marcos.
Lazarito quiere aprender a tocar guitarra, se ha prometido hacerlo antes de los veintisiete años, pero "a este ritmo dudo que en tres años pueda comprarme el instrumento", dice mientras arma un bolígrafo a partir de varios rotos.