El hechizo del espejo roto
Por Frank Correa / LA HABANA, CUBA /
Hace poco me encontré a El mancha, caminando como un loco por la calle bajo el sol, buscando sal. Hasta hace unos años, era un individuo de la peor catadura, pero al salir en libertad de su tercera condena “conoció a Dios”, mediante una mujer de Cangrejeras que lo revindicó casándose y dándole una familia de tres niñas.
Como la sal de la libreta toca cada tres meses y hasta septiembre no le correspondía la suya, y tampoco tenía dinero para comprar un paquete en la tienda de divisas, llevaba caminando toda la mañana, mendigando un poquito de sal, pero nadie había podido ayudarlo.
La gente antes miraban a El mancha con temor y desconfianza, por su historial delictivo, pero desde que se entregó a Jesús es otra persona. El mancha trabaja ahora en la fumigación contra el mosquito Aedes aegypti, propagador del dengue, pero la brigada cobra poco y, a fin de mes, andaba ese día con los bolsillo fritos.
Contó que fue a pedir sal hasta en la panadería, pero estaba rota. Los panaderos le dijeron que los salados eran ellos, porque desde que sustituyeron los hornos de ladrillos por los eléctricos, sufrían interrupciones continuas.
Ni en la dulcería El mancha pudo resolver la sal que necesitaba, para que su mujer cocinara la comida de sus hijas, a pesar que el maestro-dulcero es Alexis la rata, compañero de su primera causa, robo con fuerza a un almacén del Estado. Según le contó Alexis, el almacén estaba cerrado porque el almacenero andaba de vacaciones, venía solamente de madrugada a sacar la materia prima, y dejar lo estricto.
Ni siquiera pudo ayudarlo la madre de Miguelito melón, su mejor amigo y consorte de su última causa, la más rimbombante de las tres: desacato, resistencia y atentado a la policía, cuando no se dejó tratar como basura, la vez de la molotera en la guagua. La madre de Miguelito le enseñó la vasija plástica donde guardan la sal de la casa, vacía.
Por el camino El mancha me dijo, que sus desgracias provenían de haberse roto un espejo en su casa, y el viejo refrán anunciaba siete años de ruina. Su mujer lo alentaba que eran pruebas de Dios, para medirlos, pero lo cierto es que no podía más.
Como tengo entrenamiento para lidiar con la insolvencia decidí ayudarlo. Lo conduje hasta la primera cafetería particular que vi, una que elaboraba pizzas y comida criolla. Hablé aparte con la dueña. Le conté el problema del espejo roto en la casa de El mancha, y que no tenía sal para hacer la comida. Añadí con un guiño de complicidad, que el hechizo del espejo se rompía, solo cuando alguien de buen corazón hacía un acto de caridad al afligido.
La dueña de la cafetería resolvió el problema con una rapidez increíble, regalándole medio paquete. Antes de irnos, nos preguntó qué clase de espejo se habrá roto en Cuba en el 59, y de qué tamaño sería, que aún no hemos podido salir de esta ruina.
|