Por Orlando Freire Santana / LA HABANA, Cuba
Los amigos y simpatizantes del gobierno cubano, tanto los que residen en la isla como aquellos que habitan allende los mares, conocen muy bien cuáles son los límites que no pueden traspasarse para conservar el favor de las autoridades. Comoquiera que ya no resulta muy creíble articular un discurso totalmente laudatorio hacia un régimen tan anacrónico como el cubano, ahora la moda entre ellos parece ser el empleo de un lenguaje más o menos crítico, pero siempre dentro de las fronteras que referiremos a continuación.
Si salen a la palestra los errores y desaciertos que en las distintas esferas de la sociedad se han cometido en Cuba, los amigos del castrismo suelen ser severos con los dirigentes intermedios, pero nunca con los ubicados en las altas esferas del poder, y mucho menos con los integrantes de la generación histórica de la revolución. Los primeros serían los culpables de los incumplimientos, la burocracia y la lentitud en la solución de los problemas; mientras que a los otros, en especial la “invicta” generación histórica, les corresponde el mérito de haber llevado a la práctica los procesos de rectificación que han impedido el colapso del castrismo.
En el plano político-ideológico, los seguidores de la revolución cubana reconocen con frecuencia la necesidad de cambios que posibiliten una participación más efectiva de la ciudadanía en la vida política de la nación, así como la eliminación del secretismo que afecta a los medios informativos oficialistas. En ese sentido abogan por la renovación del Partido Comunista y el mejoramiento de las estructuras del Poder Popular, además de que los periodistas adeptos al gobierno tengan un mayor acceso a las fuentes de la información. Sin embargo, si a alguien se le ocurre reclamar la instauración de un sistema multipartidista, o mecanismos que garanticen de verdad el libre flujo informativo, entonces lo calificarán de contrarrevolucionario o agente del imperialismo yanqui.
Otro tanto sucede en el terreno económico. Dos observadores pueden coincidir en señalar las penurias que afronta la población, las insuficiencias de la agricultura, la difícil situación de las finanzas externas del país, la merma del transporte público, los precios minoristas que no descienden, y el mal trabajo de las empresas y entidades estatales. La distinción sobreviene en el momento de considerar quién ha sido el responsable de tales anomalías. Los que miran hacia el “bloqueo” económico de Estados Unidos, son amigos de la revolución cubana. En cambio, si se argumenta que semejantes limitaciones son consecuencias de erradas estrategias económicas, estamos en presencia de enemigos “de Cuba”. Porque, además, los castristas se atribuyen la representación de toda la nación cubana. Los que no comulgan con ellos son calificados de anticubanos.
He traído a colación lo anterior a propósito de la lectura de una conferencia impartida por el empresario cubanoamericano Carlos Saladrigas, a raíz de su más reciente visita a Cuba. La conferencia, dictada en el Centro Cultural Félix Varela, apareció publicada en el no. 2 de la revista Espacio Laical del presente año 2012. El conferencista, al describir brevemente el modelo económico cubano, expresó que: “Es un modelo que ha demostrado una gran capacidad en administrar la pobreza, pero ha sido un fracaso en crear riquezas”. Se trata de una definición salomónica que, al parecer, intenta quedar bien con Dios y con el Diablo. Fue una lástima que ninguno de los asistentes a la conferencia le preguntara al señor Saladrigas cuál había sido la causa de la incapacidad del modelo para crear riquezas: el bloqueo de Estados Unidos o las malas políticas internas. Tal vez una pregunta tan sencilla le creara al señor Saladrigas el peor de los apuros.