Llegó la noche y se acostó a mi lado, sombra de ojos profundamente hundidos; y me cubrió de escarcha al hablar de tus pasos fugitivos. No siempre dos se alejan, bien de común acuerdo o a cuchillos; a veces uno de ellos, desolado, permanece sentado en el camino que ya no ofrece dirección ni meta. Se percibe a lo lejos el aullido de los lobos al borde del poblado, y se extinguen los puntos amarillos de las luces lejanas, junto al puerto, al dormirse los ruidos.
La noche y yo bajo la parda encina, y nadie alrededor. Tengo un racimo de preguntas inútiles a que no intento adjudicar sentido. Si alguna vez se cruzan nuestras sendas, no me llames amigo. No sabría qué hacer, ni cómo hablarte; hay tanto del amante aún en mí mismo…