El canta autor cubano Willy Chirino
Por Olga Connor
El dilema del exilio cultural cubano se parece al “ser o no ser” de la tragedia Hamlet, de William Shakespeare. ¿Nos comunicamos con los artistas de la isla o nos negamos rotundamente; los dejamos venir o les cerramos las puertas?
El problema fundamental es que aquí somos libres para permitir todas las ideas y todos los actos, siempre que no coarten nuestra propia libertad. De hecho, somos muy liberales. En Miami hay emisoras que trasmiten libremente a favor del gobierno actual de Cuba. Sin embargo, al ir a la isla todos los cubanos y no cubanos tenemos que cuidarnos de lo que hablamos y lo que hacemos, y a quiénes nos acercamos. Hay peligro, hay falta de derechos legales para cada individuo. No hay que olvidarse de los altercados que filmaron subrepticiamente las cámaras periodísticas entre los participantes del concierto de Juanes y los agentes oficiales. ¿Y qué pasaría si Willy Chirino cantara Ya viene llegando y tantas otras de sus canciones en la Plaza José Martí?
Han pasado más de 50 años y Cuba sigue siendo una prisión. Aun así no se puede negar la inmensa producción cultural de esa islita que vive entre el azúcar y la amargura. Más de lo último que de lo primero, porque la industria que definía a Cuba ha sufrido grandes bajas. ¿No se acuerdan de aquel dicho sobre Cuba: “Sin azúcar no hay país”? Ahí tienen la respuesta. Pero las artes procuran ese escape por el que salen los suspiros, los anhelos y las protestas de cada generación cubana.
El dilema es que ese mundo artístico e intelectual está dividido geográfica y temporalmente, en el exilio, tierra movible, y en la isla, tierra firme, pero ambos fluctuantes en el transcurso histórico. Por más de cinco décadas en Cuba: la de los años 60, fue de ilusión; de los años 70, un período gris; de los años 80, rebeliones en el arte interno; de los años 90, apertura por causas económicas; de los 2000, apertura para no perecer. En el exilio, la de los años 60, primeros asentamientos en el exterior y guerra con el interior; los años 70, producción literaria y artística, prohibida en la isla; los años 80, encuentro en Miami con los pinos nuevos que vinieron por el Mariel, renuentes a relacionarse con lo que dejaron atrás, por haber sido víctimas de grandes embates ideológicos; los años 90, los jóvenes del “exilio de terciopelo”, que mantenían relaciones con la isla; los 2000, influjo permanente de la isla, actitudes diversas de aceptación o rechazo en el exilio o “emigración” disfrazada.
Pero grandes líderes artísticos, como el músico Paquito D’Rivera y el dramaturgo Iván Acosta, se pronuncian desde Nueva York, en una carta que rueda por la Internet, contra relaciones con la isla. Es en respuesta a una de Hugo Cancio, patrocinador de eventos de artistas cubanos en Estados Unidos que luego regresan a Cuba donde residen.
Lo que se discute son las diferencias entre exiliado y emigrado, aunque todos se avalen del mismo rótulo, por la conveniente ley del ajuste cubano. Habrá que preguntarse si los que patrocinan a los artistas que vienen de Cuba son emigrados económicos o exiliados políticos. O si es posible ser cualquier de las dos cosas y pensar que es mejor mostrar la libertad que tenemos a los artistas de allá, que la actitud que se mostraría hacia nosotros si tratáramos de ser en Cuba tan libres como esos artistas lo son aquí.