Raúl Rivero –Madrid –
Cada cubano tiene en la cabeza un recuerdo único del país donde nació y una visión particular de su porvenir. La memoria es más estable y emocional. Pero el pensamiento privado de lo que debe pasar en esos territorios entrañables está sometido a una prueba constante en la que la ilusión es el poder esencial para despejar el panorama. Lo que pasa es que primero está la realidad, la vida diaria y el totalitarismo.
Y la verdad es que en ese plano donde triunfa la tosca la materia y las horas se llenan de los apremios de la supervivencia se pueden ver nada más que la Cuba que impone con todos los recursos del Estado el grupo de poder y la que viven la oposición pacífica, los marginados y los grandes sectores desfavorecidos de la sociedad.
Esta semana se ha ofrecido una muestra reveladora de la existencia de esos dos polos que, en el fondo y en la superficie, tienen el mismo origen: la obsesión de los jefes de permanecer en las estructuras de mando y alargar, afianzar, el régimen.
Por una parte, se celebró con todas las banderolas y bandas sonoras de los panfletos oficiales, la XXX Feria de La Habana con la presencia de mil 500 empresas extranjeras y 3 mil expositores (60 de ellos norteamericanos) y representantes de 65 países.
Mientras los visitantes y los anfitriones recorrían las instalaciones del recinto ferial en largas conversaciones civilizadas y técnicas sobre eventuales aperturas de inversiones y la calidad de los productos expuestos en 25 pabellones, cerca de allí, en un barrio al que no llegan los ecos ni los resultados de esa pláticas, una brigada de la policía política arrestaba con violencia a un grupo de opositores pacíficos.
Es un ejemplo palmario de esa doble existencia. En una zona de la ciudad un avezado comerciante estatal trataba de venderle a una firma foránea una partida de un nuevo ron criollo “espirituoso con mucho engarce de aromas de este país y su cultura”, según el funcionario.
En otra, la activista de derechos humanos Ailer González hacía esta descripción de la razia policial: “Eran muchos y estaban por encima de la ley todo el tiempo, parecía fascismo, pura mafia. Luego me pasé la noche en un calabozo frío y mugriento, sin saber a dónde llevaron a los demás. Nunca nos dijeron por qué nos detenían, bajo qué acusaciones”.
Los atildados negociantes locales buscan dineros en el exterior para mantenerse en sus sitios privilegiados y para que nada cambie en esa isla minoritaria en la que ellos, sus familias y sus amigos se quieren eternizar. Quienes habitan la otra Cuba, los ex presos políticos, los abogados, los escritores, los periodistas independientes, las Damas de Blanco que reciben golpizas y siempre van a dar las cárceles, trabajan por una renovación, un cambio radical.
Ellos, que están bajo la represión, las carencias y los sobresaltos, quieren, como me dice un viejo amigo desde La Habana:
“Un sitio para trabajar y progresar en el que no pase más lo que ha pasado ahora, el encarcelamiento arbitrario de más de 5 mil opositores en los 10 primeros meses del año. Un país con espacio y libertad para todos”.