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General: EL SUEÑO AMERICANO DE los cubanos
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 13/11/2012 17:53
 
El sueño americano
 
Por Julio Cesar Álvarez
Alejandro Fonseca no logró concluir el octavo grado en la escuela secundaria básica. Nunca trabajó para el Estado, ni se dedicó a trabajar honradamente por su cuenta. Él vivía de las pobrezas del pueblo, las que hacen al cubano pagar los artículos de primera necesidad a menos precio, para ahorrar dinero, aunque sean robados.
 
Carne, aceite, azúcar, leche en polvo… cualquier cosa se podía adquirir en la casa de Alejandro, a un precio más bajo que en las tiendas estatales: “Yo tengo de todo, y si no lo tengo, lo busco”, le decía a sus clientes.
 
El auto moderno, aparcado en el garaje de su casa, se lo había comprado a un médico internacionalista que se había pasado más de cinco años en una misión médica en Angola y que, por eso, se ganó “el derecho” de adquirirlo legalmente.
 
Alejandro vivió en Cuba con casi todas sus necesidades básicas cubiertas, sin tener que quemarse las pestañas estudiando, y sin verse obligado a doblar el lomo, en contraste con la pobreza de la mayoría de los profesionales y trabajadores cubanos. Tuvo, además, la suerte de ser beneficiado por el sorteo de visas en la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en La Habana, por lo que consiguió emigrar a ese país.
 
Pero al llegar a los Estados Unidos, se convenció de que allí no podría ejercer su especialidad: especular con las escaseces del prójimo, puesto que la gran mayoría de los ciudadanos tenían cubiertas sus necesidades de primer orden.
 
No se adaptó al sistema norteamericano, que le exigía trabajar duro y honradamente. Durante mucho tiempo vivió a expensas del gobierno. El empleo que le consiguieron en un McDonald’s lo abandonó a la semana.
 
Ahora vive en la Pequeña Habana, en un diminuto apartamento que paga su mujer. El sueño americano se le ha trastocado en pesadilla.
 
Cerca de su casa, en La Habana, vivía Carlos Hernández, un ingeniero mecánico, aficionado a la programación de software para computadoras. Desde sus años de estudiante, pasaba largas horas frente al ordenador examinando lenguajes de programación. Apenas se sostenía con el pésimo salario que le pagaban en el departamento de transporte de una empresa, donde hacía el servicio social. No tenía la “chispa” para robar y vender productos de primera necesidad, como Alejandro, por lo que sus progresos materiales fueron nulos. Su familia era muy pobre, y para transportarse apenas tenía una bicicleta vieja, heredada del Período Especial.
 
Por mediación de un amigo, Carlos también pudo llegar a los Estados Unidos, pero de forma ilegal, vía Venezuela. Llevaba consigo la recomendación de ser un buen programador, principalmente en el área de las bases de datos. Las pruebas sobre sus conocimientos dejaron satisfechos a los empleadores, quienes le brindaron la oportunidad de su vida.
 
Carlos vive actualmente en un condominio, en Kendall, con su esposa e hijo. Pronto comprarán la casa donde planean residir de forma permanente. Su salario anual es de 70 000 dólares, más lo que ingresa por sus trabajos extras de programación. Vuela a Cuba todos los años para ver a su familia, y les envía mensualmente una generosa mesada.
 
“He tenido que trabajar duro todos estos años, pero ha valido la pena”, confiesa Carlos, de visita nuevamente en La Habana. Para él, sí existe el sueño americano, cuya premisa, sin excepciones, es premiar el esfuerzo, la determinación y la honradez.
 
 


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