Por Olga Imbaquingo / Washington
Ella es la dama de pantalón y chaqueta que se negó solo a ser Primera Dama de Estados Unidos. Esta mujer quería más y lo está consiguiendo.
“Pude quedarme en casa horneando galletas y tomando té, pero decidí cumplir con mi profesión...”. Así, Hillary Clinton inauguró, para contento de las mujeres, una nueva era en la vida política de la primera potencia mundial.
Las feministas la levantaron como su estandarte, aunque más tarde las enfureció porque prefirió tragarse sus lágrimas y poner cara de póquer el día en que su marido públicamente reconoció sus escarceos amorosos con una pasante en la oficina oval. Cuando se está casada con Bill Clinton ¿qué otra cosa podía hacer? La Secretaria de Estado saliente ha logrado casi todo. Fue Primera Dama de Arkansas y Primera Dama de Estados Unidos por ocho años. También fue la primera que rompió el molde de la mujer del Presidente solo buena para la foto.
Lideró el proyecto de reforma de salud en la primera administración de Bill Clinton, pero los republicanos en el Congreso hicieron trapo sus esfuerzos; así creyeron que se la quitaban del medio definitivamente. Lo que no intuyeron es que ella es como la salamandra, que por más que la arrojen a la hoguera no se quema.
Ha sido senadora y candidata demócrata a la presidencia; y si Barack Obama no se colaba en el mismo andarivel, Clinton talvez habría sido la primera comandante en jefe de Estados Unidos. Pero nunca es tarde, desde ya se apuesta que renuncia a la diplomacia para dar forma a sus sueños presidenciales en el 2016.
Si en efecto vuelve a la arena electoral y si sus adversarios quieren desempolvar el estigma de esposa engañada, Clinton bien puede repetir lo que dijo en 1992 al programa 60 Minutos. “No estoy sentada como algunas pobres mujercitas junto a mi hombre. Estoy aquí porque lo amo, lo respeto y honro lo que ha tenido que vivir y lo que hemos aguantado juntos. Si esto no es suficiente, váyanse al diablo…”.
Ha vivido más de 30 años en campaña, desde que Bill Clinton fue gobernador de Arkansas. El dúo Clinton ha ido escalando hasta llegar a la cumbre de la aristocracia demócrata, solo están un escalón abajo de la dinastía de los Kennedy. Hillary, al igual que su esposo, es un animal político. Es amada y odiada, abucheada e idolatrada. Ya cumplió 65 años y es una avant-garde femme.
Casi nadie se traga la píldora de que necesita tiempo para organizar el armario. No es de las que se sentará a contar sus ternos azules, rojos, naranjas, fucsias, verdes, lilas... Tiene tantos que de tiempo en tiempo su ropero es motivo de análisis. Que por qué será que no deja ver sus piernas, que ese rosado geranio no le sienta, que se ha vuelto adicta al amarillo, que sería bueno que calce unos zapatos Jummy Choo, que en la asignatura de moda nunca pasa el año.
Hablando de pantalones si hay una mujer a la que esas prendas le quedan cortas frente a su estatura política es Hillary Clinton.
Es de la generación de las bien fajadas que, en su intento por alcanzar la Casa Blanca, no le temblaron las piernas para espetarle a quien ha sido su jefe durante estos cuatro años: “Debería darte vergüenza Barack Obama, por gastar millones esparciendo mentiras”. Eran tiempos de campaña.
El tándem Hillary-Bill alivió los arañazos que les dejó la campaña del 2008. Barack Obama le ofreció la Secretaría de Estado, ella dijo sí, convirtiéndose en la tercera mujer que llega tan alto, después de Madeleine Albright y Condoleeza Rice.
Al encargo presidencial se entregó como una estudiante obediente, leal y aplicada. Se fue a viajar por el mundo, visitó 102 países, entre ellos Ecuador; fue la ocasión para que el presidente Rafael Correa y Clinton hablen de las maltrechas relaciones bilaterales al olor de un cebiche y un postre de guanábana. Sin duda se entregó en cuerpo y alma e hizo buen uso de su estatus de celebridad, aun así no tuvo un gran logro que pasará a la historia.
Geográficamente, puso todos sus esfuerzos para apertrechar el poder de EE.UU. en los países del Pacífico sur y así bloquear las aspiraciones expansionistas de China en esa región. Además consiguió formar una alianza militar con Europa, para derrocar a Muamar el Gadafi de Libia y para endurecer las sanciones a Irán.
Su última posdata estaba supuesta a enviarse con el mensaje de misión cumplida, hasta que ocurrió el ataque en la ciudad libia de Benghazi. Allí murieron cuatro estadounidenses, entre ellos el embajador Chris Stevens, desde entonces un nubarrón encapota su legado.
“Asumo la responsabilidad... vamos a llegar hasta el fondo para quien hizo esto se enfrente a la justicia”, así salió al paso una hierática Señora Secretaria para atajar el bumerán que se venía encima en plena campaña presidencial. En cuatro años si se candidatiza, Benghazi no será ni una pálida amenaza a sus aspiraciones.
En palabras del profesor de ciencias políticas de la Universidad del Estado de Oregón, Richard Clinton, “Hillary hizo un trabajo positivo en lo cotidiano. Es competente y trabajadora, pero deja vacíos tremendos. Es una desgracia que no promovió nada sobre el cambio climático, ni habló de abolición de las armas nucleares, ahora que asistimos al resurgimiento de Rusia. Estos, junto al poco respeto del derecho internacional de los pueblos, son las amenazas del futuro y se perdió la oportunidad”.
Para este catedrático, “a Hillary le faltó visión. El país está muy corto de vista. Continuamos con las prácticas de tortura que heredamos de (George) Bush, seguimos enviando drones que matan a civiles más que a terroristas”.
Phillip Mikesell, profesor emérito de Wabash College, con algunos reparos sobre el poco esfuerzo para estrechar relaciones con Latinoamérica, se da por satisfecho. “Si se entiende que en la historia reciente la política internacional se decide en la Casa Blanca, ella fue una excelente Secretaria”.
Para él, “su mayor éxito fue fortalecer la presencia de Estados Unidos en los países del Pacífico sur. Esta región será determinante en las siguientes décadas. No logró protagonismo ni creo que se escuchó su voz en el tema Israel-Palestina. Ella es capaz, y está lista para ser Presidenta”, dice Mikesell.
Feminista; pro aborto; pro matrimonios gay; y, sobre todo, proclive a defender los derechos de las mujeres como un asunto de seguridad nacional. ¡Ah…! también es la mamá de Chelsea, a quien los demócratas le tenderían alfombra roja si algún día sigue los pasos de sus progenitores y así continuar la dinastía.
Hillary fuera de la vida pública sería como Bill Gates fuera de Microsoft. Mientras ella decide si otra vez quiere intentar llegar a la Casa Blanca o entregarse a las causas de las mujeres, se ha escrito en piedra que no hay final hasta que la dama de pantalón y chaqueta ordene: hasta aquí llegamos...