Por Iván García | La Habana
A falta de McDonald's, Burger King o pollo frito KFC, la comida rápida por excelencia en esta Cuba del siglo XXI son las fritangas y las croquetas de ingredientes desconocidos.
En toda La Habana hay miles de carros ambulantes dotados de rústicas cocinas, dedicadas a freír y vender frituras y croquetas a peso. Los hay como Ignacio, que elaboran la masa de sus frituras con harina de castilla, sal y cebollinos. José Antonio, por su parte, solo le añade un sazonador industrial mixto. Y Yoana prefiere confeccionarlas con ñame o maíz molido.
No saben mal si se comen calientes.
Aunque ya frías son otra cosa. Una bola grasienta acartonada con sabor a plástico. En la capital, las croquetas no suelen ser elaboradas por los fritureros. Las compran al por mayor en pescaderías especializadas. Al revenderlas, ganan el 50% del dinero invertido.
Es de los alimentos más baratos que ahora mismo se puede conseguir en moneda nacional. Un paquete con diez croquetas vale cinco pesos. Al alcance de casi todos los bolsillos. Aunque nadie a ciencia cierta conoce su contenido.
Unos aseguran que son de claria o pez gato. Otros afirman que se elaboran con remanentes de pescados. Y alguien que asegura haber trabajado en un centro donde se confeccionan, asegura que las croquetas se procesan con pellejos de pollo. Da igual. Son el comodín gastronómico de ancianos, jubilados, estudiantes, vagabundos, desempleados y trabajadores.
Lo mismo desayunas con un par de croquetas de "averigua", que te sirven para la merienda del colegio de los hijos. También son habituales en almuerzos o comidas, junto al inseparable arroz blanco, potaje de chícharos o frijoles negros y ensalada de tomate.
Si los vendedores ambulantes de fritangas no son dueños del carricoche, por 50 pesos diarios se lo alquilan a tipos que suelen poseer varios. Antes de salir el sol, los fritureros van calentando el aceite en una gran vasija de hierro fundido. Después, con la candela bien alta, fríen pequeñas bolas de harina. Cientos, siempre con el mismo aceite. Las croquetas las cocinan a fuego medio.
Algunos fritureros venden las croquetas solas, a peso cada una. Los más ingeniosos ofertan un pan con dos croquetas por cinco pesos. Esta comida rápida criolla suele bajarse con refresco instantáneo, a dos pesos el vaso. Cientos de alumnos y obreros, camino a escuelas y fábricas, desayunan a paso doble estos engrudos. Y es que desde hace décadas, el desayuno es un ave rara en la Isla.
De la 'sopa de gallo' al 'picadillo extendido'
Para la mayoría de los cubanos, desayunar con huevos revueltos con bacon o jamón, tostadas con mantequilla, jugo de naranja y café con leche o chocolate, es cosa de ricos, ejecutivos y ministros. O simplemente una extravagancia de filmes extranjeros.
Lo normal aquí es desayunar café sin leche, y al pan de 80 gramos que toca per cápita por la libreta de racionamiento untarle una fina capa de mayonesa casera o aceite y ajo.
Las frituras entraron en la galería de la fama en los 90, los años duros del "período especial". Fue una etapa donde la urgencia alimentaria llevó a la gente a paliar el hambre con tisanas de cáscaras de toronja u hojas de naranja. O agua tibia con azúcar prieta, la famosa "sopa de gallo".
Cuentan que algunos pícaros indolentes hicieron plata vendiendo pizzas sustituyendo el queso por preservativos chinos derretidos. En esa época, la gente perdía kilos como en una sauna finlandesa y llegaron enfermedades exóticas como el beri beri o la neuritis óptica.
Fue entonces cuando la autocracia verde olivo se sacó de la manga una lista de bodrios patentados por expertos en nutrición. En laboratorios diseñaron alimentos para engañar el estómago: pasta de oca, fricandel, perro sin tripa, masa cárnica (sin carne), cerelac, chocolatín con leche en polvo y tacos, presuntamente mexicanos, rellenos con frijoles negros.
El padre de todos esos inventos fue Fidel Castro, un incansable investigador alimentario que a sus 86 años ha declarado orgulloso que la moringa será el plato por excelencia del cubano en el futuro. La joya de la corona fue un picadillo, elaborado con restos de carne de res, puerco o pollo, y ligado con un 60% de soya. Su nombre oficial era "picadillo extendido", pero la gente le decía "picadillo de soya".
Los carniceros habaneros lo extrañan. Por las noches, a hurtadillas, vertían galones de agua sobre recipientes repletos del nauseabundo picadillo. El mejunje crecía, según ellos, sin perder sus cualidades. Es, quizás, el único alimento patentado en Cuba que se acercaba a la parábola bíblica de multiplicar los panes y los peces.
De momento, los años duros han quedado atrás. Pero el asunto de la comida sigue siendo la prioridad número uno del cubano.
A falta de McDonald's, Burger King y pollo frito KFC, las frituras de harina y las croquetas de ingredientes desconocidos están de moda en La Habana. No se pueden comparar con un sandwich de Miami, una tortilla de papas en Madrid o un kebab turco en Berlín. Pero se venden a granel por toda la ciudad.