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General: TRES CUCLILLAS Y UN BOLÍGRAFO
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: BuscandoLibertad  (Mensaje original) Enviado: 30/01/2013 18:02
Tres cuclillas y un bolígrafo
 
Por José Hugo Fernández / LA HABANA CUBA / www.cubanet.org
Todo lo que una persona hace (o manda a hacer), indica a las claras el tipo de persona que es. En días atrás, mientras la dictadura cubana asumía la presidencia pro tempore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), la opositora pacífica villaclareña y colaboradora de Cubanet, Damarys Moya, reportaba, desde Santa Clara, el trato grosero y vejador que había recibido por parte de esbirros policiales en esa ciudad del centro de la Isla.
 
Contaba Damarys que luego de haber sido despojada con violencia de su teléfono móvil, dos agentes mujeres (una uniformada y otra de civil) la tiraron al suelo halándola por la cabellera y por los pies. Cuando lograron inmovilizarla, le quitaron las ropas y le introdujeron por la vagina un lapicero sucio e infecto. Como la detención era por causas políticas, se supone que sólo podían estar buscando cámaras o micrófonos en el interior de Damarys. Aunque ella considera que no buscaban sino humillarla y tal vez enfermarla por contagio infeccioso.
 
Desde luego que no es la primera vez que se reportan en Cuba salvajadas de esta índole, cometidas contra personas inofensivas y decentes, mujeres con frecuencia. Casi podríamos decir que ya estamos acostumbrados, si no fuera porque acostumbrarse a la barbarie, al odio y a la miseria humana como prácticas comunes, conduce a una degradación tan imperdonable como la de los verdugos.
 
Pero ya que noticias tales forman parte de la vida cotidiana entre nosotros, sin que inexplicablemente ninguno de los muchos cómplices con que cuenta el régimen (dentro y fuera de la Isla) se dé por enterado, quizá valga aclarar que aún más degradante que observar resignadamente la barbarie, bajo la imposición de la costumbre, es no verla teniéndola delante de la cara, solamente quizá por defender sin cargos de conciencia la legitimación de los verdugos.
 
No hace tanto, conocíamos la denuncia de Ana Aguililla Saladrigas, esposa del preso político Francisco Chaviano González. Autoridades de la prisión Combinado del Este, en La Habana, habían obligado a esta mujer a realizar tres cuclillas sin ropa interior. Según ella, esta maroma humillante y soez resultaba de obligatorio cumplimiento para las esposas de los reclusos que recibían visitas.
 
Claro que como todo lo que una persona hace (o manda a hacer) descubre el tipo de persona que es, también debiera sugerir el modo en que merece ser tratada.
 
Uno apenas puede aguantarse las ganas de soñar con que algún día, cuando lo quiera Dios y el diablo duerma, se les pueda aplicar la debida reciprocidad a todos los responsables de las tres cuclillas de Ana y del lapicero de Damarys, a riesgo de que el ejercicio deje al descubierto sus únicas reservas humanas: la mala entraña. Tal vez no sea una respuesta elegante a la barbarie, pero soñar no cuesta.
 
Y como de soñar se trata, pongamos que las tres cuclillas y el bolígrafo no sólo conformarían una buena lección para esos miserables torturadores. También quizá para todos los que dentro de Cuba aprueban sus acciones, les dan crédito hipócrita, o sencillamente vuelven la cabeza hacia otro lado, sean intelectuales de vocación perruna (activa o pasiva), sean religiosos que prenden una vela a sus dioses y otra al diablo de las dictaduras, sean artistas y otras hierbas que no usan los ojos más que para mirarse el propio ombligo. Y ¿por qué no?, bolígrafo y cuclillas también para los cómplices del exterior, progres y bolivarianos, que explícita o implícitamente bendicen las sucias garras de los verdugos al compartir con sus jefes la misma mesa y la misma tribuna.
 
Aunque tampoco sea elegante mezclar los claveles con la cebolla, no queda otro remedio que insistir en el abuso de las citas martianas, por lo que se ofrecen disculpas de antemano: “Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a su mesa; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir”.
 
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