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General: El español Angel Carromero dice que lo amenazaron de muerte en Cuba
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 06/03/2013 07:49
 
Caso Oswaldo  Payá:
Carromero confirma que un auto los embistió en Cuba.
El español dice que las autoridades cubanas
lo amenazaron de muerte para que aceptara la versión del accidente.
'No podía ocultar más la verdad, no podría vivir siendo cómplice de esto con mi silencio'.
  
 

'No solo soy inocente, soy otra víctima', declara el español.
 
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Ángel Carromero, un dirigente juvenil del Partido Popular de España, el partido de gobierno, estaba de visita en Cuba el pasado julio, cuando un automóvil que conducía se estrelló, causando la muerte a los disidentes cubanos Oswaldo Payá y Harold Cepero. Carromero fue declarado culpable de homicidio vehicular; en diciembre, fue enviado a España para cumplir su condena. Esta semana accedió a ser entrevistado por The Washington Post sobre el accidente. Carromero, de 27 años, es licenciado en Derecho y ha tomado un curso de negocios en la Universidad de Fordham, en Nueva York.

¿Qué pasó ese día?
 
Oswaldo Payá me pidió que lo llevara a visitar a unos amigos, ya que no contaba con los medios para viajar por la isla. Había cuatro de nosotros en el auto: Oswaldo y Harold Cepero en el asiento posterior, (Jens) Aron Modig (de Suecia) en el asiento delantero, y yo como conductor. Fuimos seguidos desde el principio. De hecho, cuando salimos de La Habana, un tweet de alguien cercano al gobierno cubano anunció nuestra partida: “Payá está en camino a Varadero”. Oswaldo me dijo que, por desgracia, esto era normal.
 
Pero realmente se inquietó cuando nos detuvimos para poner gasolina, porque el auto que nos seguía se detuvo, esperó a plena vista hasta que terminamos, y luego continuó siguiéndonos. Cuando pasábamos los límites provinciales, el vehículo que nos seguía cambiaba. Finalmente, era un Lada viejo, rojo.
 
Y luego otro auto, más nuevo, apareció y comenzó a acosarnos, muy de cerca. Oswaldo y Harold me dijeron que debía de ser de “la Comunista”, porque tenía una placa azul que, según ellos, es la que utiliza el gobierno. De vez en cuando, yo lo miraba por el espejo retrovisor y podía ver a los dos ocupantes del auto, mirándonos agresivamente. Yo tenía miedo, pero Oswaldo me dijo que no me detuviera si ellos no nos lo indicaban o nos obligaban a hacerlo. Conduje con cuidado, sin darles razón para detenernos. La última vez que miré por el espejo, me di cuenta de que el auto se había acercado demasiado. Y de repente sentí un impacto estruendoso desde atrás.
 
Perdí el control del auto, y también la conciencia –o eso es lo que creo, porque, a partir de ese momento, mis recuerdos no son claros, tal vez por los medicamentos que me dieron. Cuando recuperé el conocimiento, me habían puesto en una camioneta moderna. No sé cómo había llegado hasta allí, pero ni Oswaldo, ni Harold, ni Aron estaban dentro. Pensé que era extraño que sólo fuera yo, y supuse que el resto de ellos no tenía necesidad de ir al hospital.
 
Empecé a gritar a las personas que conducían la furgoneta. ¿Quiénes eran? ¿A dónde me llevaban? ¿Qué estaban haciendo con nosotros? Entonces, aturdido, volví a perder el conocimiento.
 
¿Qué pasó después de eso?
 
La próxima vez que me desperté, estaba en una camilla, y me llevaban a una habitación de hospital. La primera persona que me habló fue una oficial uniformada del Ministerio del Interior. Le dije que un auto había chocado nuestro vehículo por detrás, haciéndome perder el control.
 
Ella tomó notas y, al final, me dio mi declaración para que la firmara. El hospital, que era civil, había sido militarizado repentinamente. Estaba rodeado por soldados uniformados. Una enfermera me dijo que me iban a poner una línea intravenosa (IV) para extraerme sangre y sedarme. Recuerdo que me siguieron extrayendo sangre y cambiándome la línea constantemente, lo que realmente me preocupa. Todavía tengo las marcas de eso. Pasé las siguientes semanas medio sedado, y sin saber exactamente lo que me estaban poniendo.
 
Algunos mensajes de texto fueron enviados desde la escena, y se ha informado acerca de otros, aún no revelados. ¿Sabe usted de ellos?
 
Se llevaron mi teléfono móvil cuando me sacaron del auto. Yo sólo pude utilizar el teléfono móvil de Aron mientras estuvimos juntos en el hospital. No me acordaba de los mensajes hasta que llegué a España y los leí, pidiendo ayuda y diciendo que nuestro auto había sido golpeado por detrás.
 
¿Cómo obtuvieron su declaración?
 
Comenzaron a filmarme constantemente, y siguieron haciéndolo hasta el último día que estuve encarcelado en Cuba. Cuando me interrogaron sobre lo que pasó, les repetí lo que le dije a la oficial que tomó originalmente mi declaración. Ellos se enojaron. Me advirtieron que yo era su enemigo, y que yo era muy joven para perder la vida. Uno de ellos me dijo que lo que yo les había dicho, no había ocurrido, y que debía tener cuidado; que, dependiendo de lo que yo dijera, las cosas me podían ir muy bien o muy mal.
 
Luego vino un señor que se identificó como un experto gubernamental, y que me dio la versión oficial de lo ocurrido. Si la aceptaba, nada me pasaría. En aquel momento yo estaba severamente drogado, y me era difícil entender los detalles del supuesto accidente que me estaban diciendo que repitiera. Me dieron otra declaración para que la firmara, que de ninguna manera se parecía a la verdad. Se hablaba de grava, de un terraplén, de un árbol. Yo no recuerdo nada de estas cosas.
 
El golpe desde atrás, cuando nos salimos de la carretera, no tenía por qué ser fuerte, porque recuerdo que no había acera o inclinación. El pavimento era amplio, sin tráfico. Sobre todo, no estoy de acuerdo con la afirmación de que estábamos viajando a una velocidad excesiva, ya que Oswaldo fue muy cauteloso. La última velocidad que vi en el velocímetro era de aproximadamente 70 kilómetros por hora [cerca de 45 millas por hora]. Las bolsas de aire ni siquiera se desplegaron durante el accidente, ni las ventanas se rompieron, y tanto yo como el pasajero del asiento delantero salimos ilesos.
 
Un video de usted explicando el accidente fue mostrado a los periodistas por las autoridades cubanas. ¿Bajo qué circunstancias se hizo?
 
Una vez que salí del hospital, me llevaron a una cárcel en Bayamo. Es lo peor que he vivido. Yo estaba en régimen de incomunicación, sin poder ver nunca la luz del día. Caminábamos entre las cucarachas hasta que me pusieron en la celda de la enfermería, junto con otro preso cubano. Las condiciones eran deplorables. Un chorro de agua caía desde el techo una vez al día, el inodoro no tenía tanque, y se podía usar solamente cuando uno tenía un cubo de agua que se pudiera tirar después en el recipiente. La celda estaba llena de insectos que me despertaban cada vez que caían sobre mi cuerpo. Aunque no recuerdo casi nada específico de aquellos días, las imágenes vienen a mí, y yo sólo deseo que hubieran sido pesadillas, y no recuerdos.
 
El vídeo que las autoridades dieron a conocer se grabó en estas circunstancias. Como los espectadores pueden ver, mi cara y mi ojo izquierdo están muy hinchados, y hablo como si estuviera drogado. Cuando un oficial me dio un cuaderno en el que se exponía la versión oficial del gobierno cubano, yo me limité a leer declaraciones de ese cuaderno. De hecho, usted puede verme leyendo expresiones cubanas que yo no conocía, como “accidente de tránsito” (en España es “accidente de tráfico”), y usted puede verme dirigiendo la mirada hacia la esquina derecha, que era donde estaba parado el oficial que sostenía las notas. Yo tenía la esperanza de que nadie podría creer que el video hubiera sido grabado libremente, o que lo que yo decía allí correspondiera a lo que realmente sucedió.
 
¿Quién lo envió a Cuba? ¿Por qué viajó allí?
 
Nadie me envió a Cuba, y yo ni siquiera le dije nada a mi jefe sobre el viaje. Viajé allí durante mis vacaciones de verano, como tantas otras personas que van para dar su apoyo: porque admiro a los defensores pacíficos de la libertad y la democracia como Oswaldo, que es muy conocido en España.
 
¿Qué piensa usted sobre el juicio en Bayamo?
 
El juicio en Bayamo fue una farsa, para convertirme en un chivo expiatorio, pero tuve que aceptar el veredicto sin presentar apelación, para tener la mínima posibilidad de salir de aquel infierno. Sin embargo, en el último momento decidí no declararme culpable, pensando en Alan Gross (un contratista estadounidense condenado a 15 años de cárcel por llevar equipos de comunicaciones a Cuba ilegalmente).
 
En cuanto a las autoridades españolas, sólo puedo darles las gracias por haber logrado repatriarme. No quiero causar más problemas. Quiero recuperar mi vida anterior. Incluso entiendo que, a pesar de que soy inocente, tengo que seguir con mi libertad restringida por el acuerdo bilateral entre Cuba y España. Sólo espero que esta injusta situación no dure mucho tiempo.
 
A pesar de las acusaciones a las que estoy sometido diariamente por la prensa y por los defensores de la dictadura castrista, no es mi intención seguir hablando de esta experiencia traumática. He recibido amenazas de muerte en España, y he tenido que declarar ante un notario para que al menos la verdad se sepa si algo me sucediera.
 
¿Por qué está hablando ahora?
 
Lo más importante para mí es que la familia Payá siempre ha defendido mi inocencia, cuando ellos son los más perjudicados por esta tragedia. Por eso, cuando conocí a Rosa María [hija de Payá] esta semana, no pude seguir ocultando la verdad. No sólo soy inocente: yo soy una víctima más, que también podría estar muerta ahora. Sé que esta decisión podría provocar más ataques brutales de los medios de comunicación contra mí desde Cuba, pero no merezco ser considerado culpable de homicidio involuntario, y, sobre todo, yo no podría vivir siendo cómplice con mi silencio.
 
 
No sé lo que me dieron por línea intravenosa, pero sigo teniendo grandes lapsos de memoria. Lo que no han podido hacerme olvidar es que Oswaldo es una de las personas que más me han impresionado en mi vida. Él es el verdadero protagonista de esta pesadilla. Él era una persona excepcional, y nunca lo olvidaré.
 



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