Dos fruteros independientes
Rolando Barceló emigró desde Cuba a los Estados Unidos como refugiado político a mediados de 2006.
En la isla trabajó durante 19 años en un agromercado estatal
hasta que en 1992 el gobierno prohibió la compra-venta entre campesinos y vendedores.
Camión adaptado para la venta ambulante de alimentos en Miami.
Por Augusto Cesar San Martin
Por aquel entonces intentó hacerse vendedor ambulante pero, “aún el gobierno no había decidido perfeccionar el socialismo”.
Miami
Aunque llegó con otros planes a Estados Unidos, una vez establecido se propuso poner en práctica allí lo que había intentado llevar a cabo en la isla. Con un camión adaptado para la venta Rolando sacó fácilmente la licencia de vendedor ambulante de alimentos en Miami.
En unos meses consiguió clientes fijos en las calles y las casas por donde circula con su pequeño camión.
“Voy desde la avenida 57 hasta la 82, y desde la calle 24 hasta la 16 del Southwest”, explica. Como su licencia le exige no detenerse jornadas en un mismo lugar transita por las zonas comerciales y compite con los supermercados.
Barceló vende, a menor precio que los supermercados, productos de diferentes países. Piña y plátanos colombianos, frutabomba de Guatemala, mango de Ecuador. Todos los productos los compra a bajos precios en almacenes mayoristas privados.
“Llevo en el camión lo que el cliente pide”, dice el vendedor. La demanda lo motivó a diversificar el negocio, incorporando más productos para la venta. Desde hace un tiempo vende también guarapo, tamales, helados, productos ahumados, pescado fresco y otros, según le solicitan.
“Aquí funciona la cosa porque hay libertad para vender siempre que se respete las leyes. En Cuba pasé hasta cursos de perfeccionamiento empresarial, pero no prosperaba”, afirma.
Aunque admite que el negocio no da para hacerse millonario, le ofrece lo suficiente para vivir. Confiesa que le bastó con poner en práctica las cosas que aprendió en Cuba.
La Habana
La Habana
Lázaro también emigró, pero de la provincia de Guantánamo hacia La Habana. En su ciudad natal intentó convertirse en vendedor ambulante de productos agrícolas, pero la falta de viandas encareció demasiado los productos y abandonó el negocio.
Llegó a la capital reclutado por el gobierno para prestar servicios dos años como policía. Cuando cumplió su misión se quedó “metiendo el cuerpo” en la gran ciudad, hasta que pudo hacerse del negocio de la venta ambulante de productos agrícolas.
Compró cuatro ruedas de las que les quitan a los tanques de basuras públicos y construyó una carretilla para transportar la mercancía. Contactó a los intermediarios que compran los productos a los campesinos y se dispuso a trabajar los siete días de la semana.
“Me levanto a las 5:00 am y voy a discutir con los camioneros los precios de los productos”, dice.
Lázaro compra las frutas, viandas y vegetales a los intermediaros que llegan a La Habana para venderle a los agromercados. Debe interceptar a los camioneros antes que estos llegan a su destino.
“Todos los días es una bronca con los demás vendedores para lograr conseguir productos de buena calidad, a precios justos”, se queja. El precio al que debe comprar los productos le deja poco margen para las ganancias.
Durante el día arrastra la carretilla por las calles con la intención de vender, pero como no existe un mercado mayorista donde pueda comprar a precios que permitan la reventa con ganancia, los altos precios que debe poner a la mercancía ahuyentan a los clientes. No pocas veces pierde la inversión, pues los productos se pudren después de varios días sin venta.
Lázaro pensó en cambiar la licencia para desarrollar otra labor, también ha estado a punto de simplemente devolverla al gobierno, pero siempre se hace la misma pregunta. Si dejo esto, ¿de qué vivo?