El morbo mediático
Por Rafael Ferro / http://www.cubanet.org/
Refiriéndose a los que gobiernan en Cuba, dijo una señora a mi lado en la fila para esperar el ómnibus: “Los de arriba no se cansan de culpar a los americanos de todos los males que tenemos y del hambre que estamos pasando”. Miró a su alrededor buscando aprobación, y luego agregó, sonriendo con picardía: “Pero el enemigo está en nuestra televisión, señores. De diez programas que transmiten, en once hay un espacio de comida. Los mejores cocineros de toda la hotelería del país se exhiben proponiendo platos que ni soñando podemos hacer en nuestras casas”.
Un señor la apoyó, riendo también: “Y muchos de esos platos televisivos llevan hasta langosta y carne de res”.
Sonaron carcajadas en la cola. Después, un joven se unió al diálogo y, con algo de timidez, dio su opinión, sin dejar de mirar a los lados mostrando su miedo: “El chantaje mayor está en las telenovelas. No hay una sola en la que los protagonistas sean negros o muertos de hambre”.
Hubo murmullos de afirmación en el auditorio improvisado. El joven, entusiasmado, agregó: “La cantidad de gente que hay en este país matándose por un techo donde poder vivir como personas, y en la televisión meten esas telenovelas enseñando lujo por todas partes. Me imagino cómo verán eso las familias que todavía viven en albergues, desde hace más de ocho años, como damnificados por los ciclones”.
La señora que inició el diálogo quiso alegar, con tono de moderadora: “Es lo que yo digo: La CIA está colada en la televisión”.
Otra vez la apoyaron carcajadas unánimes. Mientras, fui a sentarme en uno de los bancos de la parada, junto a un viejo que no había hablado. Me miró y dijo en voz baja: “La culpa de todo eso la tenemos nosotros mismos. Nos reímos de nuestras desgracias, y los de arriba siguen contentos. ¡ No sé dónde carajo se han metido el valor y la autoestima de los cubanos! Antes éramos famosos por eso, ahora somos un pueblo de carneros convencidos”.
Sonreí, y en el mismo tono conspirativo le susurré: “Hasta un día, mi viejo. Creo que ya las personas se están dando cuenta de las cosas. Al menos se atreven ya a decir lo que sienten en una parada de ómnibus. Eso es algo, ¿no?”.
Minutos después, llegaba el transporte que esperábamos, cada uno con sus planes del día y los destinos marcados. El viejo me puso una mano en el hombro antes de abordar el ómnibus, diciéndome: “Es una lástima, mi hijo, parece que no me va a alcanzar el tiempo para ver ese día del que hablaste. Por suerte, mi televisor se rompió hace más de seis meses y no me tomo el trabajo de ver telenovelas, mucho menos de mirar programitas en los que ponen platos con comidas que desde hace muchos años nos tienen prohibidas. El morbo no me toca, eso es algo a mi favor, ¿no?”.
Cuando el viejo subió a la guagua, un tipo alto y flaco me dijo: “No le hagas caso, ese viejo vive amargado desde que se jubiló como profesor de la universidad”.