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General: Muere homosexual protegido de Castro, Alfredo Guevara
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: SOY LIBRE  (Mensaje original) Enviado: 19/04/2013 18:52
Muere en La Habana Alfredo Guevara
Amigo personal de Fidel Castro y homosexual protegido por el régimen

   El presidente del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, Alfredo Guevara, ofrece una rueda de prensa, lunes 22 de junio de 2010, en La Habana.
  
Alfredo Guevara, director y fundador del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, falleció en La Habana hoy víctima de un infarto cardíaco, según informó el sitio oficial Cubadebate.
 
Guevara tenía al morir 88 años y era uno de los protegidos del castrismo, fuertemente vinculado con el sector cultural y especialmente con el séptimo arte. Como director del Instituto Cubano de Arte e industria Cinematográficos (ICAIC), desde los primeros años de la denominada revolución, decidió lo que se publicaba o no, actuando como filtro o censor, pero su personalidad es muy controvertida porque a él se le atribuyen ayudas importantes a jóvenes realizadores incomprendidos por el sistema.
 
El gobernante cubano Raúl Castro lo había visitado en la clínica, agregó Lesnik un comentarista radial de Miami que ha estado en contacto telefónico con un amigo de ambos, el historiador de La Habana Eusebio Leal.
 
Amigo personal de Fidel Castro, fue un homosexual protegido por el régimen en tiempos radicales, homofóbicos,  por parte de la revolución.
 
Guevara será cremado y sus cenizas será esparcidas en la escalinata de la Universidad de La Habana, un sitio icónico de reunión en las décadas de 1940 y 1950 para activistas estudiantiles como Castro.
 



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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 24/04/2013 13:14
 
rainbow flagY como ofusca la orientación sexual
Alfredo Guevara fue el complemento cinematográfico de Alicia Alonso
 
 

Justo J. Sánchez, Miami |cubaencuentro.com cuba encuentro
Tal es el poder de la imagen que el perrito y la chaqueta sobre los hombros sintetizan para muchos el itinerario del recién fallecido Alfredo Guevara. Quentin Crisp resaltaba en un entorno verde olivo. ¿Subversión? No. Aquello que merita reflexión quedó escondido tras los ademanes y artificios. Sus afectaciones y excentricidades teatrales en épocas de las UMAP y las depuraciones eran privilegios correspondientes a su cargo, alarde de nexos con la cúpula. Guevara era estratega en el juego de la propaganda. Lenin en conversación con Lunacharskii llegó a afirmar que el cine era “el arte más importante para nosotros”.
 
Sergio Eisenstein en cada escena de ¡Huelga! llega a comunicar con pasión dramática la humanidad de la desigualdad, injusticia y explotación, elementos que llevan a la lucha de clases. Con la expresión directa de actores sin adiestramiento formal, una fotografía simpar, el corte, edición y montaje nos hacemos parte del fervor proletario. La Unión Soviética contaba con el talento de Eisenstein, genio que dejó una huella profunda en la cinematografía occidental. Dziga Vertov transformó los noti-documentales llamados Kino-pravda. Su influencia se sintió en el cinéma vérité. Su hermano Boris Kaufman recibió un Oscar por el film On the Waterfront (Nido de ratas, La ley del silencio). Colaboró en Hollywood con Elia Kazan y Sidney Lumet. Pudovkin, otro gigante del séptimo arte, estrenó en 1926 la gran producción Madre. Los afiches de estas películas y la actividad visual de los maestros del Constructivismo Soviético se estudian aún en los programas serios de historia de arte. Cuba no contó con esos colosos creativos. Se colocó en el mapa gracias a un acoplamiento favorable de fuerzas culturales durante los años sesenta. Alfredo Guevara supo aprovechar ese marco histórico para su auto-promoción y la estructuración mediante el cine de la mitología y retórica revolucionarias.
 
José Goebels, dramaturgo, graduado de Heidelberg (no de la Universidad de La Habana en el período caótico de Grau), utilizó para esparcir la ideología Nazi todo un imaginario estudiado. Para plasmarlo al cine contaba con la visión de Leni Riefenstahl, creadora de Triunfo de la fe y las laureadas Olympia y Triunfo de la voluntad. Sin una tradición de música seria (salvo los heroicos esfuerzos de María Teresa García Montes en Pro Arte Musical), Guevara así como las instituciones culturales de la isla tuvieron que echar mano a la Nueva Trova. No había un Wagner en Cuba. Para un occidente que se rebelaba contra la Guerra de Vietnam, creaba la cultura “hippie”, organizaba las manifestaciones del ’68, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés así como las producciones del ICAIC adquirieron grandiosa estatura.
 
Dentro de un proceso que al mejor estilo Savonarola hacía piras de libros (vienen a la mente Jorge Mañach, José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante, Lidia Cabrera, el aislamiento de la poetisa Dulce María Loynaz, la censura del pintor Cundo Bermúdez), Alfredo Guevara se erigió como figura intelectual en París. Desde su puesto en la UNESCO protegió a la escritora Zoé Valdés y al promotor Pepe Horta. Hizo oídos sordos a las quejas de Lou Lam sobre la producción y exportación de obra falsa de Wifredo Lam en Cuba. Aprovechó el intercambio cultural con Estados Unidos para publicar un exagerado ensayo en Cernuda Arte. De forma ofensiva a los estudiantes de historia de arte comparó chez Cernuda a un pintor formulario e inconsistente de la habanera Galería Acacia al veneciano Canaletto. Se quiso (en gastadas palabritas) “abrir un espacio”. No se sabe si se estableciera una simbiosis de intereses: comerciales por parte del marchante respondiendo a legítimos fines capitalistas y el apparatchik durante un momento que quiso proyectar una imagen autocrítica y de apertura. Si Guevara publicó en Norteamérica, nunca sin embargo abrió las puertas de su país a los artistas de importancia que allí viven. Siguió las pautas culturales establecidas. Acacia nunca ha mostrado a Julio Larraz, Emilio Sánchez, Miguel Padura a la parisina Gina Pellón, ni al propio cubano-afroamericano Emilio Cruz.
 
Recientemente se analizó en Francia (Cuba, l’art de la propagande) la producción de ICAIC y los noticieros cubanos como instrumentos de propaganda. El Wolfsonian de FIU (centro de estudios especializados en esa materia) ha fallado en su misión al no incursionar en este territorio. Para muchos cubanos en el extranjero, la oferta de la Reichsfilmkammer antillana todavía se ve como una gran cosecha de triunfos cinematográficos. Todavía el Miami-Dade College y hasta estaciones de televisión ofrecen como cine serio —quizás artístico— lo que en Francia ya se exhibe como propaganda. Una ciudad con más rigor intelectual examinaría este producto dentro de media studies (estudios mediáticos): el ICAIC al servicio de los vaivenes en la política oficial, la institución como feudo, el festival y la escuela de cinematografía como entes de legitimación política. Esta presencia del cine ICAIC en Miami responde a la necesidad de autovalidación de mucho personal de esa institución ahora residente en la Florida. Con una reevaluación crítica de su pasado, verían en peligro su status. Tendrían que reinventarse. Mostrar “los logros” del ICAIC y mantener su importe con estrenos en el corazón del exilio les otorga una sensación de permanencia y relevancia. El tiempo y los expertos dirán cuál es el magnum opus cubano, cuál de sus directores será un teórico y vanguardista como Vertov, una Reifenstahl o un Eisenstein caribeño.
 
La misión propagandística (afín con la etimología del vocablo) no se limita a propagar o difundir un proyecto ideológico sino a perpetuarlo. Mediante la repetición de consignas, imágenes, entretenimiento manipulado, el suministro de información parcializada se establece una coerción a la población subyugada mediáticamente. El esquema hegemónico no se cuestiona, es ya axiomático.
 
Alfredo Guevara, Armando Hart, Alicia Alonso, Abel Prieto y los directores de la UNEAC y del Instituto Cubano de Radio y Televisión conforman, aplicando las ideas de Jacques Ellul, el instrumento de adoctrinamiento que va de la voluntad a la acción. “La propaganda es la técnica de influencia social que trata a la sociedad como una máquina que puede afinarse, reinventarse en términos de ingeniería o reprogramarse”.
 
Sobre el difunto Guevara, su labor como ingeniero propagandista asume siempre un segundo lugar a las especulaciones sobre su orientación sexual. Al hacer un estudio bibliográfico de Guevara, aparece hasta en una pregunta dirigida al Máximo Líder por Vanity Fair: “¿Alfredo Guevara es gay?” Dado el historial homofóbico revolucionario, la pregunta era válida. Castro reconoció sus errores y recitó el “Yo confieso” en una entrevista para el periódico La Jornada de México. Su sobrina es ahora la mariliendra en jefe.
 
Un outing resulta difícil porque la evidencia se ciñe a chismes de pasillo en el ICAIC y alguna que otra hipótesis sobre presuntos amoríos. Más que “queer theory” (estudios gáis) que darían fruto si tuviéramos frente a nosotros una figura artística de importancia —no un burócrata— es mejor oírle hablar, repasar sus discursos, ver sus fotos. El perrito, la chaqueta y el desafío público al machismo fueron premios por lealtad al poder y por sus labores como traductor y difusor de ideología, por su efectividad como apologista en el extranjero. Alfredo Guevara fue el complemento cinematográfico de Alicia Alonso que hizo del ballet un deporte nacional. Encarnó la decadencia decimonónica del esteta amanerado. Vivió en el poder absoluto la contradicción de ser Oscar Wilde en tierra de los Van Van.

Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 24/04/2013 13:17
 
rainbow flagAndanzas e industrias de Alfredo Guevara
Una aproximación a su vida en ocasión de su fallecimiento.
 
Por Ernesto Santana Zaldívar /CubaNet Noticias
Larga vida la de Alfredo Guevara, que estuvo cerca de alcanzar los noventa años. Una existencia tan dilatada significa ante todo un larguísimo pasado. Repasar una biografía de hombre público de tamaña duración es enfrentar un sinnúmero de hechos y de dichos. Además, esa extensa trayectoria parece hacerse mucho más compleja si partimos del hecho de que —como Guevara mismo se enorgullecía de proclamar— estuvo atada desde su primera juventud a la persona de Fidel Castro. Así que no debiera ser sencillo trabajo echar una mirada retrospectiva justa sobre esta larga vida que acaba de llegar a su término.
Y, no obstante, en verdad pudiera no resultar tan engorroso el intento, pues no se trata, ni remotamente, de repasar la obra de un artista o de un pensador controvertido donde los percances de su existencia y de su creación, sus contradicciones, logros o fracasos, obliguen a entrar en difíciles y recónditas valoraciones. No es este el caso, ya que Alfredo Guevara nunca fue un cineasta. Ni siquiera fue un intelectual. No hay un legado artístico ni un cuerpo de pensamiento al que podamos referirnos para juzgarlo. Los libros que escribió en su vejez no tenían más propósito que justificar los actos de su vida; no fueron sino una patética tentativa de explicar lo que hizo y lo que dijo en sus años de persona poderosa, y de erigirse como un hombre de acción capaz de decir lo que pensaba incluso en las más altas instancias de la élite revolucionaria, aun a contracorriente, con “valor y honestidad”. Un intento, sobre todo, de hablar a las generaciones más jóvenes: de decirles qué cosa era en realidad la revolución y qué debe ser. Y un intento nada menos que de ética humanista para disfrazar las memorias de un simple comisario cultural comunista.
 
No deja de asombrar nunca cómo Alfredo Guevara, cuando hablaba de su trabajo de muchos años y de su cercanísima relación con Fidel Castro, daba por sentada una legitimidad de poder casi inmanente, incluso cuando tuviera que reconocer la improvisación, los errores y las luchas por el predominio entre diferentes sectores revolucionarios. No era solo que la legitimidad del poder de Fidel Castro le resultara intrínsecamente inherente al Comandante, sino también a él mismo por el simple hecho de ser fiel a ese poder. La revolución era la fuente de esa legitimidad, pero la revolución era el Gran Líder con sus súbditos, sin la posibilidad de otra visión revolucionaria: quien no estuviera de acuerdo con ese escenario actuaba equivocadamente y pertenecía al bando de los derrotados y los traidores, porque seguir a Fidel Castro era la única actitud auténtica, aunque eso significara cometer los mayores desastres: no había otro camino posible.
 
En la noticia de su fallecimiento, la TV cubana lo describe como un gran promotor de los nuevos caminos del cine al frente del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos y del Festival Internacional del Nuevo Cine latinoamericano. Por otra parte, desde los años 90 ha sido frecuente que jóvenes cineastas, o de alguna manera relacionados con el mundo del cine, muestren una notable admiración y un especial respeto por Alfredo Guevara, describiéndolo como un individuo que, a pesar de su fuerte vínculo con el gobierno cubano, en particular con los hermanos Castro, era capaz de defender ideas avanzadas, de desafiar —incluso con perjuicio para sí mismo— procedimientos y hasta principios revolucionarios que consideraba errados o anacrónicos, y lo perciben casi como un contestatario, como alguien más comprometido con el arte, sobre todo con el arte “inconforme”, que con la política autoritaria. Además, lo ven con el aura de que durante su época como director del ICAIC se realizaron en esa institución oficial algunas de las obras más importantes de la cinematografía cubana, donde, por supuesto, se encontraban las mejores películas de Tomás Gutiérrez Alea, desde La muerte de un burócrata y Memorias del subdesarrollo hasta Fresa y chocolate y Guantanamera.
 
No es que haya que negar tajantemente su desempeño y que haya que despojarlo de todo mérito. Por supuesto que no puede comparársele con un burócrata tan inepto como Omar González, de quien se cuenta que, en sus primeros tiempos como presidente del Instituto, fue capaz de responderle a alguien que preguntó dónde estaba la moviola: “Debe estar en el parqueo”. Pero queda fuera de cuestión que los logros artísticos pertenecen en primer lugar a los creadores y no a un funcionario que recibió de manos del gobernante absoluto la institución del cine para que la usara en función de intereses políticos de propaganda.
 
La censura del filme P.M., de Orlando Jiménez y Sabá Cabrera y la clausura de Lunes de Revolución, según Guillermo Cabrera Infante, “fue una operación conjunta de Fidel Castro y Alfredo Guevara”, que terminó con las tristemente célebres Palabras a los intelectuales. Por su encono contra Néstor Almendros y Carlos Franqui, entre otros, Cabrera Infante consideró a Guevara un nuevo Robespierre y un Shumiatski tropical y recordaba cómo se opuso a Nicolás Guillén Landrián, un cineasta de obra innovadora e irreverente que Guevara acusó ante Fidel Castro de demasiado formalista y de separarse de la estética del documentalista Santiago Álvarez, baluarte del nuevo cine revolucionario. Más aun, Cabrera Infante comparó el ICAIC con el Ministerio de Propaganda dirigido por Joseph Goebbels en la Alemania nazi, y lo describió como “la mejor fábrica de propaganda castrista que ha habido en Cuba. Ni el Ministerio de Cultura ni ninguna publicación ha tenido en el mundo el impacto de lo fabricado por el ICAIC”.
 
Varias veces, Alfredo Guevara se mostró harto de que siempre le estuvieran preguntando sobre Lunes de Revolución, sobre P.M., sobre el Caso Padilla. Lo mismo que su hermano de causa, Fidel Castro, él ha pretendido reescribir la historia, contarla desde su punto de vista, embellecerla para su propia disculpa, llegando incluso a declarar que “el socialismo, en realidad, nadie sabe qué es hasta ahora, puesto que no hay ninguna experiencia válida de socialismo, ni siquiera la nuestra. En realidad, sigue siendo una utopía. Una utopía en la cual todavía creo”. Y aun así puede afirmar que “tenemos una transición del disparate al socialismo”.
 
Su vocación de “esclarecedor de juventudes” resultaba a veces absurda, como cuando pidió: “Compañeros (y más hoy, cuando los más son jóvenes y los que llegan experimentados), ¡permaneced vigilantes!, que los dirigentes-funcionarios, y solo funcionarios, funcionarios de oficio, no se apoderen del mando del audiovisual; no olvidéis que la burocracia, no ya como presencia física, como mentalidad invasora, aliada a la ignorancia y el oportunismo, será fatal que ocupe el lugar que solo corresponde a los artistas”. ¿Es que acaso él no fue desde 1959 uno de esos dirigentes-funcionarios, solo funcionarios, funcionarios de oficio?
 
Defensor de la Batalla de Ideas, en el último Congreso de la UNEAC, dijo que ese era “el proyecto mayor del Comandante en Jefe, del que fuimos y tendremos que seguir siendo cómplices y con el que estamos moralmente comprometidos muy claramente, simple y llanamente a partir de la condición intelectual”, y luego, fiel a su máxima de que “la verdadera inteligencia tiene siempre algo de diabólica”, desnudando su indiferencia por los medios con los cuales alcanzar determinados fines, aseguraba que “lo importante no es la forma sino el objetivo. Lo importante será siempre no perder el rumbo. No podemos permitir que la torpeza de algunos esterilice el proyecto desmedulándolo y convirtiéndolo en fuente de poder. La Batalla de Ideas es, por eso, tarea de toda la Revolución, de sus instituciones, de sus organizaciones sociales y políticas, de todo el pueblo y de sus intelectuales. Salvar ese proyecto, llevarlo a su máxima tensión y también y mucho desde la UNEAC será, creo, gran tarea de la intelectualidad. Y será igualmente el mejor homenaje a aquel que lo conceptualizó, priorizó y lo hizo vivir”.
 
Cuando ocurrió el escándalo por el fallecimiento de Orlando Zapata Tamayo, Alfredo Guevara dijo: “Murió Zapata en huelga de hambre, no debió de morir. Si yo hubiera tenido el poder haría lo que se está haciendo con Fariñas, que es un loco. No lo dejo morir. Ahí empezó la campaña mediática como un acto de «solidaridad, de humanismo»”. La visión de la estación de policía de Zapata y C todavía impresionaba a Guevara muchos años después de haber sido golpeado salvajemente allí por esbirros de Batista, pero no le preocupaba la situación de los presos políticos cubanos de hoy, sino las campañas mediáticas que denunciaban esa situación. Y sin embargo, no le temblaba la voz para confesar que “estamos en una crisis de carácter político y moral, y para mí lo más terrible es ir caminando por la calle y no saber si la gente con que me cruzo son muertos-vivos o personas reales”. ¿Resulta tan difícil saber que son personas reales, por supuesto, y que si parecen muertos-vivos es porque son el resultado de un experimento fallido, de un proyecto que un puñado de hombres violentos, entre los que se encontraba él, llevan más de cincuenta años imponiendo por la fuerza y el engaño?
 
De hecho, Guevara entra como uno de los promotores del socialismo del siglo XXI, ese intento esperpéntico de hacer una nueva puesta en escena de una tragedia fracasada en toda la línea, de darle un nuevo rostro al socialismo dictatorial, de reciclar el basurero de la historia. Lo demuestra, por ejemplo, con su admiración por la película que hizo Oliver Stone sobre Hugo Chávez en 2009, donde descubre una gran lección de periodismo. “Del periodismo que debía ser”, según sus propias palabras.
 
Cuando hablaba de sí mismo se describía primero como anarquista y luego como marxista. “La imagen del anarquismo es la de un tipo loco con cuatro bombas en el bolsillo, sembrando el terror por todas partes”, reconoce. “Mi anarquismo y mis ideas no estuvieron exentas de eso, pero eran ante todo libertarias. He sido siempre un libertario y lo voy a seguir siendo”, decía. Pero en realidad su legado dista mucho de ser libertario. Lo lamentable es que para muchos haya sido y aún sea un ejemplo de ética en el terreno donde se mezclan política y cultura, cuando no demostró mucho más que un cinismo mezclado con enormes dosis de hipocresía sobre la base de un incomparable servilismo al poder castrista. Su legado es que se puede apelar al recurso de las armas contra una dictadura y luego plegarse a otra dictadura que predomina con el recurso de la fuerza y de la patraña utópica y sentirse orgulloso y esperar respeto porque se ha consagrado la vida a la lucha por un bien común.
¿Qué había detrás de esa imagen suya con el sempiterno saco sobre los hombros como quien no acepta etiquetas y protocolos, como quien hace una pequeña concesión pero sigue intacto, como el aristócrata que se respeta demasiado como para doblegarse a costumbres del glamour plebeyo? No es difícil saberlo. Evidentemente, lo que lo hermanaba con Fidel Castro era la ambición de poder, el desprecio por un pueblo que no merecía más que el avasallamiento, pues ser persona es una condición que se ganan solo quienes sirven a la causa que él sirvió y al hombre que se autoproclamaba único dueño de esa causa.
 
Ese individuo, Fidel Castro, sin embargo, no le devolvía de la misma manera tanta adoración y lo pintaba solo como “un hombre extraordinario”. Si nunca cayó en total desgracia con su amo y mantuvo sus enormes privilegios fue porque su lealtad personal nunca estuvo en duda, porque nunca le hizo sombra ni significó un peligro para su poder.
 
Y claro que no fue un artista ni un intelectual verdadero. Por muy piadosamente que se le juzgue hay que reconocer que solo fue un funcionario, acaso un superfuncionario o un supercomisario, cuyos méritos quedan muy por debajo de los grandes males de los que fue colaborador incondicional y gran instigador. Ayudó a amordazar y a domesticar a la intelectualidad cubana, a reducir el arte a una simple arma de la revolución. Y, en fin, ayudó mucho a que en nombre del amor se implantara el odio más profundo, a que en nombre de la verdad se tejiera una mentira monstruosa, a que en nombre de la humanidad se subyugara al hombre, a que en nombre de la patria se destruyera meticulosamente un país.
 
Que sus cenizas sean esparcidas en la escalinata de la Universidad de La Habana parece casi una broma perversa. Los jóvenes subirán y bajarán la colina pasando sobre sus cenizas, que el viento dispersará. Luego el tiempo hará su obra. No creo totalmente que, como dijo un viejo poeta, “la posteridad es implacable”. De cualquier manera, lo que sí dudo mucho es que el polvo de su memoria pueda soportar el viento del tiempo. A pesar de todo, nunca debemos olvidar que hombres así existieron y que no debiera haber oportunidad para que otros vengan a repetir sus lúgubres hazañas.
 


 
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