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General: El Mariel:la historia de un pueblo antes del éxodo
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Respuesta  Mensaje 1 de 5 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 31/08/2010 15:10
 
El Mariel: la historia de un pueblo antes del éxodo
 
 Una foto de alrededor de 1954 muestra a los cadetes navales  desfilando por la calle principal de Mariel.
 

En la historia cubana de los últimos 50 años, el éxodo del Mariel es un insoslayable capítulo que ilustra, apenas en seis meses, la múltiple tragedia de la separación familiar, la destrucción material y el empobrecimiento moral impuesto por la más larga de las dictaduras de América Latina.
 
Pocas veces, sin embargo, se escuchan las voces de los protagonistas, con el singular punto de vista de la experiencia directa. Hoy, una de esas voces trae a las páginas de El Nuevo Herald una dimensión nunca explorada de aquel éxodo que transformó por igual a la isla y al exilio.
 
Se trata del testimonio de una marieleña, Ana Lense Larrauri, para quien el Mariel no es sinónimo de una violenta despedida, sino la primera y mejor memoria de la tierra natal.
 
Larrauri nos habla del Mariel que conoció de niña en los primeros años de la década de 1960: una vibrante sociedad reflejada en la vida cotidiana de su familia, arraigada con orgullo en tradiciones y valores destruidos por la revolución de Fidel Castro.
 
Su recuerdo nos lleva lejos de la ciudad polvorienta, despintada y hostil que despidió a más de 125,000 cubanos bajo el clamor de odio y las golpizas de las turbas organizadas por el gobierno.
 
El suyo es el Mariel de la Academia Naval que promovía oficiales de un profundo sentimiento cívico, arboladas avenidas que desembocaban en unas aguas cristalinas y un espíritu cordial y emprendedor.
 
Una voz singular con una conmovedora historia. La voz austera, directa y veraz de los protagonistas.
 
fUENTE ElNuevoHerald.com


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Respuesta  Mensaje 2 de 5 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 31/08/2010 15:13
 
El Mariel de mis recuerdos
 
Mariel Boatlift
 
Por ANA LENSE LARRAURI
Cuando se menciona la palabra Mariel, la mayoría de la gente piensa en la llegada de 125,000 cubanos a las costas de la Florida hace 30 años.
 
Para mí, el Mariel tiene otro significado. Es mi ciudad natal, donde vivieron tres generaciones de mi familia, que emigró de España a Cuba. Nuestras vidas se desarrollaron allí: bodas, nacimientos, bautizos, funerales y, al final, el éxodo desde nuestro país.
 
De manera muy parecida a mi madre, Adela Jiménez; y a mi abuela, Nena Veiga, yo crecí orgullosa de ser marieleña, razón por la que en la primavera de 1980, mientras los cubanos llegaban a Cayo Hueso, me horrorizó la etiqueta peyorativa que se les dio, marielitos, simplemente porque habían salido por el puerto del Mariel.
 
Para entonces habían pasado 16 años desde que yo también escapé de la entonces dinámica ciudad 25 millas al este de La Habana, conocida por su bahía de aguas cristalinas y su puerto de gran calado. También era la sede de la prestigiosa Academia Naval, el alma mater de mi padre, y de la fábrica de cemento Portland, un gigante operado durante los primeros días de la república y el auge de construcción posterior a la Segunda Guerra Mundial, por españoles, algunos de ellos familiares míos.
 
Cuando los marielitos comenzaron a llegar a la Florida en 1980, el Mariel ya había sufrido 20 años de negligencia comunista e iba en camino a convertirse en la Pompeya cubana, una otrora ciudad portuaria destruida por la revolución.
 
MI NIÑEZ
 
Yo nací en el Mariel el 23 de julio de 1958, el año que explotó la revolución cubana. Mis recuerdos más vívidos de niña son los de perseguir cocuyos en las cálidas noches de verano y mantenerlos como mascotas en un recipiente de vidrio.
 
Los domingos los pasábamos con la familia y los amigos en la Finca Monte Verde, propiedad de mi tío abuelo Antonio y su esposa Margarita Estrada, quienes convirtieron una parte de la propiedad en un restaurante junto al mar, con bar al aire libre, playa, muelle, un dique flotante con piscina y cabañas grandes para actividades de entretenimiento.
 
En el Mariel aprendí que los cerdos comen de todo y que el machete es el mejor amigo del guajiro. Aprendí a las malas que los pimientos rojos del patio eran chiles y que no se podía tocar el altar de Santa Bárbara de nuestra vecina Josefina.
 
Aprendí que no debía echar frijoles blancos en los sacos de frijoles negros que la abuela Nena tenía en el almacén del Bodegón.
 
Y lo más importante, que los niños hablan cuando las gallinas mean. Como yo era una niña habladora, me lo recordaban a diario.
 
Las primeras frases en inglés que aprendí fueron put your head on my shoulder, por el éxito de Paul Anka en 1958 que mi primo Pepe, de 13 años, tocaba sin parar, y I love you, dos frases vitales para la supervivencia en Estados Unidos, me aseguró Pepe.
 
Entonces, de repente, como les sucedió a muchos niños cubanos de mi edad, los problemas políticos lo pusieron todo patas arriba.
 
Mi padre, Pablo Lense, oficial naval durante el gobierno de Fulgencio Batista, chocó pronto con Fidel Castro, una historia muy conocida en la familia.
 
Poco después que Batista fue derrocado, durante los carnavales de 1959, mientras era capitán de una embarcación de 90 pies del Servicio Guardacostas atracada frente a la sede de la Marina en la Bahía de La Habana, mi padre recibió permiso para unirse a mi madre en las festividades del carnaval.
 
A su regreso al muelle, el escampavías había zarpado. Cuando preguntó al marino que había dejado de guardia qué había pasado, le respondió con nerviosismo que el comandante Fidel Castro había ordenado que zarpara para ver mejor el desfile del carnaval.
 
En la mente de mi padre, era un viaje de placer y una infracción total de las normas navales.
 
Cuando el barco regresó a puerto, Raúl medio que se disculpó con mi padre por llevarse el barco sin su consentimiento, mientras que Fidel comentaba sobre la colección de lanzas que mi padre tenía en su camarote.
 
Papá supo entonces que su carrera estaba en problemas. Cualquier líder con esa osadía probablemente estaba dispuesto a hacer cosas peores. La campaña de mi familia para abandonar su querido Mariel pronto estaría a tope.
 
Para 1961, mi papá había viajado a Estados Unidos con un permiso de 20 días para visitar a su madre, que estaba gravemente enferma. En realidad abandonaba la carrera naval que adoraba.
 
En el caos que se había convertido el Aeropuerto de La Habana, una especie de Casablanca de cubanos desesperados por marcharse, nadie notó que lo que llevaba no era una visa de salida. Las autoridades de seguridad sólo se fijaron en la firma del permiso, S. Del Valle, asistente de Raúl Castro.
 
En un instante papá se fue.
 
LA SEPARACION
 
Cuando llegó a Estados Unidos solicitó asilo político, sin conocer las consecuencias para su familia en el Mariel. Y demoró tres años en volver a ver a su esposa, a mi hermano Pablo y a mí.
 
Después de la salida de mi padre, la búsqueda despreocupada de cocuyos dio paso a actividades más misteriosas mientras tratábamos de sobrevivir al nuevo régimen. Mi madre la pasó difícil, y trataba de ocultárnoslo, pero era una mujer sola con dos hijos en un mundo radicalmente nuevo.
 
Nuestra casa, desde la que veíamos la Academia Naval en la cima de una colina, fue ‘‘inventariada'. Agentes armados confiscaron el carro de la familia, la primera de muchas pertenencias "donadas a la causa revolucionaria' en sus frecuentes visitas a la casa.
 
Cuando los veía venir, mi abuela me sacaba rápidamente del lugar mientras mi madre enfrentaba a los milicianos y a sus acusaciones de que mi padre era un traidor a la revolución.
 
Fueron tiempos difíciles para mi madre, una mujer de ojos verdes, muy lejos de los días en que la eligieron la joven más agradable del Mariel. Recuerdo la angustia de mi madre ante los insultos y amenazas de los milicianos.
 
Yo me agarraba a su falda como si pudiera protegerla de esos hombres enfadados con armas grandes. Una vez me puse a cantar una canción contrarrevolucionaria delante de ellos. Mi abuela me tapó la boca, temerosa de que todos pudiéramos terminar en prisión.
 
Finalmente, en noviembre de 1964, mi hermano de 3 años, mi primo Pepe y yo recibimos permiso de salida para viajar a México.
 
Mi tía Rosa, desesperada por salvar a su único hijo del adoctrinamiento comunista y de que lo obligaran a irse a cortar caña, lo confió a mi madre en su éxodo. Pepe se convertiría en nuestro ángel guardián.
 
Yo no vería nunca más a mi abuelo Emilio, quien falleció en el Mariel. Y pasarían otros siete años antes de volver a ver a mi abuela Nena en Estados Unidos.
 
ESPERA EN MEXICO
 
Si hubo algo más difícil que abandonar el Mariel, fue esperar en la Ciudad de México por la visa para venir a Estados Unidos. La angustia de mi madre no mejoró mucho. De alguna manera, ser una joven atractiva que viaja sola con dos hijos pequeños creó sus problemas.
 
Su desesperación finalmente la llevó a pagarle a un coyote para que nos llevara de la capital mexicana a Matamoros para cruzar el Río Grande.
 
Así, el 15 de diciembre, con gran nerviosismo por parte de mi padre, eso fue exactamente lo que hicimos. Vistiendo indebidamente nuestras mejores ropas y a pleno día, nos subieron a unas balsas de goma y cruzamos el río.
 
Recuerdo mi alegría al ver la primera bandera estadounidense ondeando sobre Brownsville, Texas, al otro lado de la frontera, aunque llegué con los pantalones empapados de cruzar el río.
 
La odisea terminó al día siguiente, cuando volamos de Brownsville a Chicago para reunirnos con mi padre después de tres años de separación.
 
No podíamos estar más lejos del Mariel: había un frío horrible, eso es todo lo que puedo recordar ahora.
 
Y que mi padre hizo una bola de nieve y me la puso en las manos, como si me presentara nuestra nueva vida.
 
No quería que mi padre pensara que era una ingrata --él estaba feliz de vernos-- pero el frío me quemaba las manos.
 
Demasiado asustada para soltar la bola de nieve, di un grito que asombró a todos.
 
Más tarde esa noche fue mi hermano Pablo el que se puso a llorar, cuando para su horror, mi madre, con quien había compartido la cama durante los tres años de ausencia de mi padre, decidió irse a dormir con quien él consideraba un desconocido.
 
Hoy hemos llegado a entender la nostalgia que todavía abruma a mis padres, que han experimentado grandes pérdidas. Todavía echan de menos al Mariel. Y yo también.
fUENTE ElNuevoHerald.com

Respuesta  Mensaje 3 de 5 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 01/09/2010 13:35
 
Los oficiales no olvidan las glorias de la Academia Naval
 

La Academia Naval del Mariel era un castillo moro en la cima de una colina.
La Academia Naval del Mariel era un castillo moro en la cima de una colina
 
Por ANA LENSE LARRAURI
Antes de la revolución, Mariel era pueblo dinámico, en gran medida porque era la sede de la única academia naval de la isla, un imán para los jóvenes cubanos más brillantes.
 
Ubicada en lo alto de una colina, la academia parecía un castillo moro. Fue terminada en 1908 por el abogado estadounidense Horacio Rubens, amigo de José Martí, que quería que fuera un casino. El Palacio de Rubens estaba en la cumbre de una colina llamada El Vigía. Tenía una vista espectacular de toda la bahía y la campiña de Mariel la hacía un lugar ideal para los enamorados.
 
Pero había una tragedia vinculada al edificio. La gente del lugar contaba que cuando su hija sufrió una caída fatal desde la colina, Rubens, desolado, vendió la propiedad. En 1916 --el mismo año en que se inauguró la Portland Cement Co.-- se convirtió en el lugar donde se capacitarían los futuros oficiales de la Marina, entre ellos mi padre.
 
La instalación principal es un edificio de cuatro pisos con aulas y oficinas. Los dormitorios, un auditorio, talleres, una biblioteca y otros edificios se extienden detrás del castillo. Tenía dos entradas, una por un camino que subía por la colina y el otro una escalera de 266 escalones que los cadetes usaban para entrenar.
 
Todos los años era una fiesta la llegada de cientos de nuevos cadetes.
 
Los fines de semana se mezclaban con las muchachas, paseando de uniforme por el único parque del pueblo. Muchas marieleñas sufrieron con estos oficiales, que se hacían a la mar después de graduarse.
 
Mi padre se graduó en agosto de 1957 y se casó con mi madre a la semana siguiente en la Iglesia de Santa Teresa, el santo patrón de Mariel. El matrimonio sobrevivió con mucho al uniforme, 53 años hoy.
 
En los años 80, justo después del Puente del Mariel, el complejo de la academia fue abandonado y la escuela trasladada a la La Habana.
 
Pese a los años, en Miami todavía existe un espíritu de hermandad entre los graduados. Los oficiales se reúnen cada vez que pueden y mi padre nunca se pierde una reunión.
 
Hoy, aunque la Academia Naval está en ruinas, le hace justicia a la colina en que se construyó: sigue custodiando Mariel y su bahía.
 
Para mi padre, sigue siendo el lugar donde aprendió a ser oficial y caballero.

Respuesta  Mensaje 4 de 5 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 01/09/2010 13:38
 
El cemento transformó al Mariel y a mi familia
 

La Portland Cement Co. era uno de los mayores empleadores de la ciudad. Muchos de los empleados eran inmigrantes españoles, como mi familia. La foto está dedicada por mi tío abuelo José a sus padres en Galicia, España.
 
Por ANA LENSE LARRAURI

En 1895 Cuba inauguró la primera planta de cemento en América Latina --el mismo año en que se independizó de España-- y mi pueblo de Mariel se convirtió rápidamente en el centro de la industria.
 
La Portland Cement Co, propiedad norteamericana, comenzó a operar en 1916 para suministrar buena parte del cemento usado en la isla durante los primeros años de la naciente república. Conseguir un trabajo allí era considerado un orgullo para los inmigrantes españoles recién llegados. Entre ellos estaba mi bisabuelo, José, que fue contratado para trabajar en los incineradores poco después de inaugurarse.
 
Con su buen trabajo, se casó con mi bisabuela y empezaron una familia en Mariel, un hijo y cuatro hijas. Entre ellas, Nena, mi abuela.
 
En 1928, a los 20 años, se casó con mi abuelo, Emilio, una unión sorprendente porque los gallegos no se casaban con andaluces, como mi abuelo.
 
Juntos abrieron un pequeño restaurante llamado El Bodegón. Sus principales clientes eran los empleados de la planta de cemento, que trabajaban 24 horas, lo que hizo que el restaurante se conviertiera en una gran tienda y luego en un bar que servía a los trabajadores españoles de la planta de cemento y de la refinería de azúcar de San Ramón.
 
Con el pasar de los años mis abuelos emplearon a muchos de los adolescentes del pueblo. En 1962, tras la salida de mi padre hacia Estados Unidos, algunos fueron enviados por la Reforma Urbana a confiscar El Bodegón, que también era nuestra casa, excepto que mi abuela dejó claro que tendrían que matarla primero.
 
Con el tiempo se lo llevaron todo de la tienda, aunque ella se las arregló para enterrar algunas docenas de sus preciosas latas de leche condensada Eagle.
 
Cuando la lecha escaseaba, abuela tenía un regalo para las nuevas madres de Mariel.
 
El abuelo Emilio murió en 1967, seguido por mi bisabuela Pepa en 1968. Su casa de Mariel fue finalmente confiscada y abuela Nena llegó a Miami en uno de los llamados Vuelos de la Libertad en 1972.
Ella murió en 1976, a los 97 años, no sin antes haberme transmitido su amor por Mariel.

Respuesta  Mensaje 5 de 5 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 04/05/2013 15:16
 
Mariel, final de un romance

 
Por Miriam Celaya /  www.cubanet.org
Varios hitos han jalonado la historia de Cuba después de 1959 marcando puntos de giros y segmentando la vida nacional, en períodos más o menos delimitados. Ninguno, sin embargo, ha sido tan definitorio en la conciencia de los cubanos crecidos bajo las dos primeras décadas del sistema como lo fue, en mayo de 1980, el éxodo de Mariel.
  
Mariel no solo se convirtió en el primer gran plebiscito masivo y espontáneo de rechazo al proceso “revolucionario”, sino que sacó a la escena pública el lado más oscuro de éste. El horror de los mítines de repudio con su aquelarre de odio, insultos y golpizas a los que emigraban; la chusma azuzada –cubanos atropellando a cubanos– por orientaciones expresas del gobierno y con el apoyo de las “fuerzas del orden” fue la pesadilla que vivimos, no solo los que partieron, sino también los testigos, que despertamos así de la hipnosis.
 
Han transcurrido 33 largos años desde los sucesos, y numerosas experiencias de los que partieron de Cuba se han vertido en la literatura, en el periodismo, en el cine y hasta en tertulias especialmente dedicadas a la memoria y al recuento de aquellos nefastos días. Mucho se ha dicho sobre lo que significó Mariel para las víctimas del odio, para los perseguidos por las turbas, para los que murieron en medio del vértigo social o de las olas en las embarcaciones atestadas. Nunca será suficiente. Mariel abrió heridas que no cerrarán por completo hasta que se reconozca el daño causado  en el espíritu de la nación por aquel capítulo de humillación.
 
Posiblemente tampoco alcancemos a entender cómo pudo reinar tanta cobardía entre los cubanos, unos por agredir como fieras a personas inocentes e indefensas; otros por asistir callados a la orgía de brutalidad o simplemente por mirar hacia otro lado.
 
Poco o nada se ha divulgado dentro de la isla sobre Mariel. Las imágenes de las golpizas y las persecuciones  han sido celosamente ocultadas, quizás incluso destruidas, por los dueños de la información. Los jóvenes de las generaciones posteriores no tienen un referente oficial de aquellos hechos; la fecha no está incluida en la lista oficial de efemérides glamorosas y la mayoría de la gente que quedó en Cuba prefirió callar, quizás por vergüenza, o para tratar de olvidar que alguna vez hubo cubanos que descendieron, sin esfuerzo, hasta la condición de bestias.
 
Pero Mariel también tuvo un legado luminoso, no solo para los emigrados que alcanzaron sus sueños y proyectos de vida tras el triste episodio, sino además para los que desde entonces rompimos con el sistema y despertamos para descubrir la verdadera esencia de una dictadura. Se abrió una nueva etapa en la conciencia nacional, en la que muchos perdimos la inocencia, y comenzamos a cuestionarnos el sistema político y a reorientar el rumbo. Mariel fue simiente y cuna de una hornada de cubanos que a partir de 1980 evolucionó desde la incredulidad hasta la crítica, desde el desengaño hasta la disidencia.
 
Para muchos de nosotros dentro de Cuba, Mariel fue la cura dolorosa, el fin del romance con una falsa quimera y el inicio de la libertad interior. En buena hora.
 
 
 


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