Reformas que no lo son
Fidel y Raúl, la dinastia de los dinosauros .
Roberto Álvarez Quiñones | Los Ángeles |
¿Deberíamos esperar reformas legítimas de parte de quienes instauraron la dictadura y se han opuesto siempre a cualquier tipo de cambio?
Numerosos gobiernos y medios de comunicación internacionales insisten en llamar reformas a los ajustes económicos que realiza el Gobierno de Raúl Castro para evitar el colapso definitivo de la economía socialista.
Se trata de una equivocación por partida doble: 1) el socialismo como sistema social no es reformable, ni mejorable, y 2) ningún gobernante autócrata y anquilosado lleva a cabo una reforma, se necesita de líderes progresistas.
¿Es progresista la casta militar estalinista encabezada por Raúl y Fidel Castro? Para responder esta interrogante basta observar con qué enfado los funcionarios del régimen aclaran que en Cuba no hay reformas, sino una "actualización" del cincuentenario socialismo.
La URSS, China, Vietnam
Para comenzar, la palabra reforma no existe en el argot revolucionario marxista-leninista desde que Karl Marx la proscribió al considerarla un rezago burgués del socialismo utópico del siglo XVIII. Lenin, en un artículo titulado Marxismo y reformismo, publicado en Pravda Truda (publicación bolchevique clandestina) en 1913, afirmó que la reforma "significa en la práctica la renuncia al marxismo y la sustitución de esta doctrina por la política social burguesa".
En la Unión Soviética quedó abolida y estigmatizada a nivel doctrinario la más mínima posibilidad de reformas de ningún tipo. Los académicos del país concluyeron que toda reforma en el socialismo era una vía enmascarada para regresar al capitalismo. Los teóricos de Europa de Este y de Cuba identificaron el reformismo como una táctica contrarrevolucionaria de la socialdemocracia en su lucha contra el socialismo marxista-leninista.
Cualquier tibia propuesta o simple opinión para intentar hacer más racional el régimen soviético, o flexibilizar el inmovilismo del Kremlin en materia social, económica o política, era considerada como "revisionismo", o "diversionismo ideológico", y sus propulsores enviados a los campos de horror en Siberia, o ejecutados en la "Casa de los Fusilamientos" de la calle Nikolskaya en Moscú, sede del Tribunal Supremo de la Unión Soviética, o en cualquier otro lugar.
En China, Mao Tse Tung envió a prisión a Deng Xiaoping por "revisionista", "derechista" y "contrarrevolucionario", cuando éste se atrevió a adelantar algunas ideas reformistas, las mismas que luego de la muerte del Gran Timonel (1976) Deng puso en práctica y convirtieron a China en la segunda economía más grande del mundo.
En La Habana, la alergia castrista al cambio tiene explicación. Contrariamente a lo establecido por Marx y Lenin, el reformista Mijail Gorbachov lanzó en Moscú una perestroika (reestructuración) con el ingenuo propósito de "mejorar" el sistema comunista. Lejos de perfeccionarlo, acabó con él.
Los Castro aprendieron la lección. Tanto se asustaron con la perestroika y la glasnot (transparencia informativa) soviéticas que en 1986 ordenaron borrar la palabra reestructuración del diccionario político. Por eso hablan de "actualizar" el modelo socialista y arrastran esa obsesión de aclarar siempre que no es una reforma o una reestructuración lo que ocurre en la Isla.
En China y Vietnam hubo también reformas, pero ya no fueron cándidos intentos para mejorar el socialismo, sino para desmontarlo y convertirlo en capitalismo de Estado con un régimen autoritario de partido único que, aunque se autotitula comunista, ya nada tiene que ver con Marx, Lenin, Mao, Ho Chi Mihn o el Che Guevara.
Pero en Cuba no habrá reformas económicas legítimas —y políticas mucho menos— con Raúl y Fidel Castro vivos, y mientras en Venezuela sigan en el poder los chavistas del ala castrista que encabezada por Nicolás Maduro mantiene a flote la arruinada economía cubana. Solo si se acabasen los subsidios venezolanos (unos $10.000 millones anuales) sería que el régimen daría más libertad a las fuerzas productivas cubanas, y en términos más parecidos a los de Vietnam (mayores restricciones) que a los de China.
En tanto, toda flexibilización que vaya más allá de la "actualización" en marcha solo será para facilitar y aupar el posicionamiento por parte de los militares en todas las ramas de la economía nacional.
Nuevos líderes
Para que haya reformas se requiere de nuevos líderes. La falta de voluntad política para realizar cambios imprescindibles es precisamente uno de los factores que provoca el estallido de revoluciones. El deterioro social llega a un punto de ebullición y sobreviene la violencia iconoclasta, con la dramática paradoja de que el remedio (la revolución) resulta peor que la enfermedad y la crisis social que la motivó sigue igual, o se agrava. Así lo muestra trágicamente la historia, sobre todo desde la Revolución Francesa, en la que rodaron por el suelo 40.000 cabezas.
En la URSS, fue Gorbachov (progresista) y no los inmovilistas Leonid Brezhnev, Yuri Andropov o Konstantin Chernenko, quien emprendió las reformas, aunque solo para confirmar que Marx y Lenin tenían razón: el socialismo no tiene arreglo posible. Las reformas terminaron por desintegrar el imperio soviético y echaron abajo el Muro de Berlín.
En China no fue Mao quien lanzó las reformas de mercado, sino su enemigo "partidario de la vía capitalista", como también era calificado Deng Xiaoping por Mao. Y en Vietnam la denominada Doi-Moi ("Renovación") no fue iniciada por el "Tío Ho", sino por sus sucesores menos ideologizados y más pragmáticos.
¿Por qué habría entonces que esperar reformas en Cuba, sometida a una dictadura petrificada encabezada por los dos mismos hermanos que la implantaron hace 54 años, y que se han opuesto siempre a cualquier cambio? ¿Tocados por una varita mágica van a renunciar a su condición retrógrada para convertirse ya octogenarios en paladines del progreso?
Prohibido formar capital
Los Lineamientos económicos aprobados en el VI Congreso del Partido Comunista revelan tozudamente que nada sustancial va a cambiar en Cuba, cuando especifican que "no se permitirá la concentración de la propiedad en personas jurídicas (negocios privados) o naturales" (individuos). Es decir, nada ni nadie pude crecer y se permite solo la economía de subsistencia anterior a la Revolución Industrial de fines del siglo XVIII, pues se prohíbe la formación de capital nacional (algo insólito) que tan urgentemente necesita el país, y que fue lo primero que hicieron China y Vietnam.
Ni siquiera se están entregando las tierras ociosas en propiedad para que sean cultivada por los agricultores interesados, sino en usufructo mediante contratos y controles en los que se les dice qué sembrar y se les obliga a vender el grueso de sus cosechas al Estado a precios ridículos. Según cifras oficiales, Cuba tiene una superficie agrícola total de 6,5 millones de hectáreas, de las cuáles apenas 2 millones (32%) están cultivadas. Es la razón por la que el país importa el 80% de los alimentos que consume, algo único en Latinoamérica.
No puede hablarse de reformas económicas en Cuba mientras solo se autoricen oficios artesanales propios de la Edad Media. Habría reformas si el régimen liberara todas las fuerzas productivas y dejara de asfixiar la capacidad creadora de los cubanos, si fomentara un sector privado amplio en todas las ramas económicas, aceptara sin trabas la entrada de capitales y tecnología (que hasta ahora benefician solo a la nueva burguesía en formación integrada por el generalato y familiares de los Castro), y autorizara el concurso de los cubanos residentes en el exterior, que con su know how, dinero y experiencia empresarial podrían dar un gran impulso al país.
No, no hay reformas en Cuba. Los Castro tienen razón.