El castrismo como bien a heredar
Alejandro Armengol
Los hijos de los dictadores son diferentes. El poder heredado les brinda la facultad de hacer lo que estuvo vedado, o incluso despreciado por sus progenitores. En el caso cubano, llama la atención que eso que en otra época pudo haber sido considerado un acto de herejía, sirva ahora a los objetivos del régimen.
Ni Fidel ni Raúl Castro han podido librarse de la condena, o incluso el reproche, por la represión homosexual. No importan las declaraciones, los premios repartidos a escritores –que recuerdan el pasado y convenientemente olvidan el presente– o los recorridos internacionales otorgados a ciertas víctimas.
Mariela Castro Espín se ha destacado como defensora de la libertad de orientación sexual. Desde su puesto de directora del Centro Nacional de Educación Sexual de Cuba (CENESEX) y de la revista Sexología y Sociedad ha sido una activista constante de los derechos de los homosexuales y promotora de la efectiva prevención del sida.
No deja de resultar paradójico, por no decir irónico, el interés que desde hace años viene demostrando Castro Espín en la defensa de los homosexuales. Su labor en este terreno ha resultado destacada, si se tiene en cuenta no sólo el historial represivo del régimen hacia el homosexualismo, superado en gran parte, sino también el machismo de la sociedad cubana, todavía imperante en buena medida.
Tampoco hay que pasar por alto una diferencia fundamental: el régimen practicó una represión política contra ciertos homosexuales –al tiempo que admitía y premiaba a otros–, mientras que el rechazo machista fue y es generalizado. La labor de Castro Espín tiene que ver con esta última forma de discriminación, al tiempo que elude la primera.
Sin embargo, este empeño no se ha visto libre de la sospecha de dedicarse a una labor desde una posición única –privilegiada por su nacimiento– y a partir de un momento en que hubo un cambio de política por parte del gobierno. Si bien su edad la salva del reproche de no dedicarse antes a esta tarea, no por ello ha dejado de aprovecharse de la ventaja de llevar a cabo una función en momentos en que ésta resulta plenamente aceptada por el Estado.
Sería injusto acusar a Castro Espín de buscar el satisfacer un capricho propio de “hija rebelde de papá”, pero tampoco es ajena al hecho de cumplir un objetivo que desde hace años interesa al poder castrista: presentar al exterior el “rostro humanitario, liberal y progresista”, tanto del proceso revolucionario como de su familia.
Cuando se inició el proceso de sucesión de mando, de Fidel Castro a su hermano Raúl, surgió la pregunta de si a partir de ese momento Castro Espín tendría la posibilidad de comenzar a desempeñar un papel más destacado dentro del gobierno, y si se convertiría en una impulsora de las reformas necesarias.
Ello no ha ocurrido, la directora del CENESEX es más pompa que circunstancia. Más que una verdadera reformista, su labor se limita a presentar en el exterior la versión light de la familia Castro.
Antonio Castro no reivindica el golf como juego, más allá de la imagen burguesa, sino busca convencer que la isla es un lugar ideal para practicarlo, si se cuenta con el dinero suficiente.
En ambos casos el objetivo es el mismo: no son hijos rebeldes sino que obedecen a nuevas rutas. A diferencia de Corea del Norte, la sucesión no se traza a través del rumbo partidista o la carrera funcionaria. No se trata de un camino único. El coronel Alejandro Castro Espín representa la vía tradicional. El tiempo dirá si este sendero que se bifurca, y que de momento cumple un objetivo común, arribará a un resultado idéntico.
Las vías para destacarse que han optado algunos miembros de la familia Castro parecen responder no sólo a la circunstancia cubana sino a la actualidad internacional.
En un guión que se repetía casi sin modificaciones, los herederos tenían como único objetivo prolongar las dictaduras paternas Así ocurre aún en Corea del Norte, pero en otros casos, como sucedió con Gadafi y sus hijos, el mecanismo dejó de funcionar.
Tras largos años de poder absoluto, gobiernos totalitarios que parecían eternos se desmoronan en semanas, días, incluso horas. Las plazas en que por décadas se realizaron discursos en que se ensalzaba al dictador caen en manos de los opositores y son rebautizadas de inmediatos; los cientos, miles de carteles con la imagen del hasta entonces poderoso jefe de Estado son pisoteadas, escupidas, desechas en minutos.
De pronto el futuro se ha tornado frágil para los hijos de los dictadores. Es un fenómeno nuevo que los debe tener sorprendidos.
Podrá demorarse más o menos, pero en la vida de muchos de estos dictadores llega el momento en que, como que se les agota la cuerda. No hay sucesión segura. Es más, se impone que los herederos piensen sobre la testarudez paterna, cuando aún es tiempo, y dediquen un momento a hacer las maletas.