POR IVÁN GARCÍA / 
El barrio de Jesús María, en el corazón habanero, es una zona de calles estrechas, siempre sucias, y gente que habla en voz alta gesticulando con las manos.
La densidad de habitantes por kilómetro cuadrado es de las más elevadas en Cuba. Muchas familias se amontonan en abarrotados edificios tan deteriorados que asustan.
Su probable derrumbe parece cuestión de tiempo. Un chubasco de mediana intensidad es el equivalente a un bombardeo aéreo con misiles dirigidos. La gente lo sabe.
Pero no hay otro lugar donde ir a vivir. Aquí se lucra con casi todo. Desde las drogas hasta el juego prohibido. Se venden cajas de comida y se tiran fotos de pasaporte.
También hay jineteras, “chulos” (proxenetas) y hombres que se prostituyen. Las chicas trabajan por los alrededores del Parque de la Fraternidad, por la antigua tienda Sears o el proxeneta le busca clientes en bares y cafés cercanos.
En un solar pestilente vive Yosvany (nombre cambiado), de 20 años. Desde los 15 se gana la vida en el mercado del sexo. De mediana estatura y con el pelo embadurnado de gel, lleva un pantalón corto de mezclilla y unos tenis Converse color naranja. Por el físico se nota que el gimnasio es su segunda casa.
Los brazos se los ha tatuado con epigramas chinos. Lo consideran un chulo de éxito. “Desde antes de la revolución, en mi familia ya habían prostitutas y chulos. Mi abuelo, mi padre y dos de tíos en algún momento vivieron de las mujeres. En estos barrios era un negocio, como cualquier otro”, comentó Yosvany.
Dos de sus hermanos residen en Europa. Dejaron la escuela en secundaria y en los años duros del “período especial” se iban a la calle a “jinetear” extranjeros. “Mis hermanos me han dado fama. Eran ‘pinchadores’ (que ligan fácil), lo mismo mujeres que hombres. Tenían seis o siete muchachas que luchaban (trabajaban) para ellos”, afirmó.
Según Yosvany, la primera regla de un “chulo” es no tener escrúpulos. “Debes estar bien dotado si quieres ser un atleta del sexo. Cuidar tu aspecto personal. Vestir a la moda. Bailar reguetón. Ser pillo (estar siempre alerta). Facilidad para hacer amigos y espléndido con el dinero”.
En su manual particular, “de vez en cuando hay que darle una galleta a una chica. A casi todas las prostitutas les encantan ser dominadas por un macho con agallas. No me gusta golpear a las mujeres, pero son gajes del oficio. La mayoría de las ‘jineteras’ crecieron en antros y tienen bajo nivel cultural. No se puede ser flojo con ellas”.
Enciende un Marlboro Light y sigue contando. “Otro punto clave es hacer un trato y cumplirlo. Si les digo que deben entregarme 40 pesos convertibles diarios, así debe ser. Prohibido enamorarte, aunque te acuestes con alguna. La madre de mi hija también ‘lucha’ (trabaja). Le tengo consideración, pero ella también debe buscar plata en la calle”.
“Si te enamoras, retírate del negocio. No me gustan los hombres, pero si se presenta un buen partido, lo paso por la ‘piedra’. Ahora mismo, muchísimos gays con mucho billete te hacen propuestas y no puedes desaprovecharlas. Tengo varios clientes extranjeros. Los hay normales, pero a cada rato uno se tropieza con cada perlas. Los hay aberrados y masoquistas”.
“Es importante ser un tipo popular, tener muchos socios y amigos, para ser clientes potenciales o buscártelos. Es una cadena. También debes tener una colección de chicas. Negras, mulatas, trigueñas, rubias (…) En caso de problemas, debido a borracheras, al tipo hay que darle una paliza. Siempre les digo a mis clientes que no le peguen ni les den drogas a mis mujeres. Todo lo demás está permitido”, concluyó Yosvany.
Luego de atender una llamada en su móvil se marcha por un laberinto de calles sucias y oscuras. Los vecinos del barrio, sentados en la entrada de sus casas, charlan sobre cosas sin importancias.
Son pasadas las doce de la noche y se percibe un ajetreo discreto de “jineteras” colgadas del brazo de cubanos o extranjeros. Numerosos vecinos alquilan habitaciones a cualquier hora. El barrio de Jesús María nunca duerme.
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