Castro y Mandela
Fidel Castro pensó entrar en la historia entre los grandes hombres de la humanidad. Pero cada vez parece más evidente que la historia lo situará entre los personajes más nefastos, porque pasó más de cinco décadas apegado al poder absoluto, dejando como herencia un país destrozado en todos los aspectos posibles y un pueblo temeroso de su interferencia, o retorno a los primeros planos de mando.
La única seguridad que tendremos de que Fidel estaría dispuesto a dejar de disfrutar del totalitarismo, vendrá cuando no pueda prolongar más la vida. En ocasiones, durante los últimos seis años, se ha especulado sobre su salud y despedida definitiva. Contrario a lo sucedido en décadas atrás, al escucharlo, la mayoría de los cubanos se ha sentido aliviada, a la espera de que quienes detentan el poder comiencen realmente los cambios.
Indudablemente, resulta arduo desmontar el sistema caprichoso y fracasado que erigió Fidel Castro. Tal vez por eso, a lo más que han llegado sus seguidores es a poner parches mediante la llamada “actualización”, con lo que continúan perdiendo el tiempo, empeñados en garantizar la transición de los ancianos a sus herederos.
Nelson Mandela, en cambio, ya está absuelto por la historia en momentos en que el pueblo de Sudáfrica y el mundo se han mantenido expectantes, desde el sábado 8 de junio, debido a su nuevo ingreso en un hospital de Pretoria, por una recurrente infección pulmonar, secuela de la tuberculosis descubierta en 1988.
El Madiba, como lo llaman con admiración y respeto, es el padre de la independencia de la población negra, el artífice del desmontaje del apartheid. Primero, mediante la lucha armada, y luego, por la negociación, hasta alcanzar la vía de la reconciliación entre los sudafricanos de todos los colores y clases sociales.
Mandela era el preso 46664, en Roben Island, por haber sido condenado a cadena perpetua, al encabezar las acciones del Congreso Nacional Africano (ANC). Nacido el 18 de julio de 1918, en Trasnekei, estaba destinado a jefe del clan de los Temblu, pero el joven abogado escogió el arduo camino de todos los pueblos de su patria.
En 1990 fue liberado, luego de 27 años en prisión, gracias a la lucha interna y la presión internacional sobre el régimen del apartheid. En 1991, el parlamento derogó la ley sobre la segregación racial. En ese propio año resultó nombrado presidente del ANC. Y en 1993, recibió el Premio Nobel de la Paz (al igual que el presidente Frederick de Klerk).
Cuando, el 26 de abril de 1994, se realizaron las primeras elecciones libres en Sudáfrica, 20 millones de ciudadanos ejercieron por primera vez el derecho al voto para terminar con 300 años de dominio blanco racista, confiriendo a Mandela el 62,6% de los sufragios.
El 11 de noviembre de 1994, juró como presidente, pero en diciembre de 1997 realizó una de sus acciones más encomiables: anunció su retirada del ANC y de la política, lo cual consumó en marzo de 1999, al despedirse en el parlamento, dando paso a Thabo Mbeki como nuevo presidente.
Su grandeza se confirma por la humildad de renunciar al ejercicio de un poder tan merecido. Ese inmenso paso respondió a su afán de propiciar el ascenso de otros políticos, más allá del cáncer de próstata que padecía y que superó con adecuados tratamientos. No obstante, posteriormente, cuando se le solicitaba como uno de los padres o sabios de África, coadyuvó con recomendaciones y negociaciones a la solución de los acontecimientos primordiales de su país y el mundo. Y a través de su fundación, se esforzó por la investigación y combate contra el VIHSIDA.
Los libros Larga Marcha hacia la Libertad y Conversaciones Conmigo Mismo, resultan muy instructivos para los cubanos en esta encrucijada, cuando se deben tomar decisiones de cambios cruciales, asentados en la reconciliación entre todos, para no actuar con odio, sino con pasión, de modo que sea posible escuchar y obedecer, ante todo, la voz de nuestro pueblo.
La marcha definitiva del Madiba es inevitable. Sin embargo, cuando está próximo a cumplir 95 años, se añora preservarlo físicamente, aunque ya es inmortal en el recuento de lo mejor ocurrido en la historia de la humanidad.