Hay que vender, señores
Por Frank Correa / LA HABANA, www.cubanet.org
El negocio privado en Cuba tuvo vida hasta la ofensiva revolucionaria de 1968, cuando el Estado asumió, además de sus funciones implícitas, el control de todos los servicios, sociales, domésticos y públicos, desde la organización y ejecución del plan quinquenal hasta la venta de pirulí. Hubo un momento que podían sancionar con privación de libertad a un individuo por vender durofríos. Era una quimera tener un restaurante. Un sueño poner una cafetería.
Con el caos económico se recrudeció la escasez, se deterioraron los salarios, se esfumaron los valores, la educación laboral cayó y el entusiasmo de servir con calidad se disipó. Sin posibilidades de surtidos, restaurantes y cafeterías –todas en manos del estado –, ofertaron una línea de consumo única. Pan con croquetas, refresco instantáneo, café mezclado (con chícharos) en las cafeterías; pollo y cerdo en los restaurantes, casi siempre mal elaborados y en raciones ínfimas. El robo a la carta tecnológica se convirtió en parte integral de la norma.
Ahora que se abrió la puerta al negocio privado, un estallido de kioscos y puntos de ventas adornan las cuadras de Cuba. Panorama de país tercermundista con el sello insoslayable del cambio, pero décadas de claustrofobia sindical no se borran de un plumazo.
Individuos como Gerardo o Mayito, cuentapropistas que arrancaron recientemente con sus negocios privados, dicen que solo con el rescate de las tradiciones, los hábitos y las costumbres, puede revertirse el daño.
Mayito está a punto de abrir su cafetería en la calle Tercera A, en Jaimanitas. Dice que su cafetería se distinguirá por las opciones, palabra circunscrita hoy en Cuba solo al mundo de la computación y los teléfonos celulares, donde existe una tecla nombrada opciones que abre un abanico de iniciativas.
–Voy a exigirle al cliente –dice Mayito sentado en un banco de su cafetería –, que elija como prefiere comerse la Mac Donalds, con mayonesa, tomate, mostaza, pepinillos… y así será con todos los platos del menú. Incluiré servicio de baño y televisión, para educar en la tradición de la sobremesa, que se ha perdido. Voy a hacer hincapié en el buen trato, otro de los hábitos olvidados.
Gerardo va más lejos con su restaurante criollo La guajirá, un ranchón situado en el centro del reparto Náutico, del municipio Playa, con platos tradicionales relegados como la superpicada de cerdo, pinchos de masa, pulpo al ajillo, pinchos de muslos de pollo, suprema de pechuga, pescado azul grillé, langosta mariposa, camarones flameados… todo cocido al carbón y elaborado con sus ingredientes originales. Amenizados con boleros de Benny Moré, Daniel Santos, Orlando Contreras, Celia Cruz…
La guajirá se está ganando una clientela, por sus precios asequibles, la calidad de la oferta y el buen servicio. Situado muy cerca del mar, este restaurante cuenta con vecinos ilustres que le añaden colorido. Enfrente vive el vicepresidente Díaz- Canel, al que los comensales suelen ver desde las mesas los domingos, fregando personalmente su auto en la calle, en camiseta y short. En la esquina vive Bruno Rodríguez, el canciller, aunque para verlo es mucho más difícil. Su vecino más cercano fue el legendario boxeador Teófilo Stevenson, campeón mundial y olímpico de los pesos pesados, que le regaló a Gerardo antes de morir un par de guantes que se especula fueron los utilizados para derribar a la Esperanza blanca, y hoy descansan en un lugar especial del restaurante.
Aires nuevos baten en las mentes de cuentapropistas, amparados por ciertas reformas nombradas Actualización del modelo socialista. Rescate de tradiciones, hábitos y costumbres, perdidos en la población cubana, una nemotécnica que responde a la necesidad innata de salvación de los pueblos, asumida históricamente por sus ciudadanos emprendedores.