Cuerpos en venta: Pinguerismo y masculinidad
Muchos jóvenes descapitalizados, económica y culturalmente, recurren al sexo para satisfacer sus necesidades básicas y acceder a otros bienes y servicios. En La Habana, entre 2008 y 2009, el autor realizó de manera independiente una investigación sobre el tema. Hablan algunos de sus testimoniantes.
Abel Sierra Madero | Miami
En la jerga del mercado sexual cubano, pinguero es el sujeto masculino insertado dentro de la economía informal de placeres ligada al turismo, que se involucra en relaciones sexuales —fundamentalmente con extranjeros— por dinero, bienes materiales u otros beneficios.
En cierta medida, el término es correlativo al de jinetera, que se utiliza para la negociación del estigma del término prostituta.
Los pingueros aparecieron en la Isla durante los años noventa, cuando la crisis económica generada en Cuba luego de la caída del bloque socialista provocó una apertura al capital extranjero y al desarrollo del sector turístico. Con una situación "excepcional" en que funcionan dos economías —una en dólares estadounidenses o pesos convertibles (CUC), en la que se encuentran los bienes y servicios más importantes, y otra en pesos cubanos de poco poder adquisitivo—, los sectores populares han tenido que poner en práctica otras estrategias de sobrevivencia que muchas veces están en la delgada frontera de la ilegalidad.
De esta manera, surgió el término "lucha". La expresión, utilizada recurrentemente por el discurso oficial, fue resemantizada por amplios sectores populares con exiguos salarios en pesos cubanos, para referirse a sus estrategias cotidianas de sobrevivencia. Estar en la "lucha" le otorga al sujeto social cubano contemporáneo una cierta libertad para moverse en un amplio campo de acciones, más allá de las leyes y de valores éticos y morales. El término "luchador" o "luchadora" sirve para negociar el estigma y la censura que adquieren sus prácticas en el discurso social.
Así se define Reinier, un joven pinguero: "Yo soy un luchador. Eso significa que tengo una meta y voy a hacer todo lo que pueda para alcanzarlo, es no tenerle miedo a nada ni a nadie. Yo sé que hay muchas personas que ven mal lo que yo hago, que me ven como un antisocial, como un delincuente, pero me gustaría que me vieran como lo que realmente soy, como una persona que tiene aspiraciones en la vida y que lo hago por ser alguien. Yo vivo sin pena ni remordimiento de ningún tipo, lo único que siempre me ha dado vergüenza es no tener un peso en el bolsillo".
Aunque se acueste con hombres todas las noches, Reinier no se piensa a sí mismo como pinguero o "prostituto", sino como un sujeto "al que le ha tocado vivir momentos difíciles". La metáfora de la lucha tiene una función instrumental y sirve para negociar la masculinidad y para tomar distancia del estigma que implica involucrarse sexualmente con hombres.
Hombre nuevo y pingueros
El sujeto social cubano ha estado muy interpelado por el discurso de la guerra durante los últimos cincuenta años. El Gobierno articuló una retórica nacionalista que tuvo en el discurso de la guerra uno de sus anclajes fundamentales para el control social y el desarrollo de las políticas. En medio de la Guerra Fría, con un modelo de plaza sitiada a partir sus diferendos con EEUU, la Isla se vio inmersa en un proceso transnacional de construcción del socialismo —liderado por la URSS y el bloque socialista del Este— que descansó en muchos sentidos en el discurso de la guerra y, especialmente, en el concepto de hombre nuevo.
Popularizado en Cuba por Ernesto Guevara en 1965, el concepto de hombre nuevo formaba parte de un proyecto político que planeaba, entre otras cosas, barrer a la burguesía como clase para poder construir un nuevo tipo de sujeto social, "superior", con una nueva mentalidad y nuevos valores. Asimismo, lo conectaba a la vez con un modelo de masculinidad tradicional y una ideología política proveniente de la teoría de la revolución y la construcción del socialismo en el bloque soviético, que llegó a ser central en la retórica revolucionaria.
Las lógicas que se implantaron en Cuba a partir de los años 90, se alejaron cada vez más del marco político y los valores del socialismo, y fomentaron la emergencia de otros más ligados al consumo y a expectativas que nada tienen que ver con la retórica política actual. En ese sentido, el pinguero constituye un correlato que desmiente en gran medida el proyecto revolucionario y su aspiración de crear al hombre nuevo.
El sistema político cubano, en virtud del control ideológico, provocó por mucho tiempo que la familia se vaciara de contenido, y que la educación y socialización de niños y jóvenes fuera gestionada fundamentalmente por el Estado. Con la crisis, la función de un Estado paternalista se vio bastante resquebrajada. A partir de ese momento, y con la creciente desigualdad social creada por la economía dolarizada, se puede apreciar un resquebrajamiento también en el terreno de los valores.
Ante la crisis, muchas familias, sobre todo las más pobres, tuvieron que readecuar sus expectativas educacionales y formativas y "hacerse de la vista gorda" sobre las acciones de sus hijos, porque ellos mismos tuvieron que involucrarse en las dinámicas de la lucha para poder sobrevivir.
Al respecto, Alejandro, un pinguero de veinte años, comenta: "Mis padres no saben nada de esto, no saben en lo que ando, mi mamá sospecha pero no me dice nada, parece que siente vergüenza. Y tampoco le dice nada a mi padre para no disgustarlo. Él piensa que yo vengo a La Habana a hacer negocios, a traer queso y carne para vender, y que estoy enamorado por acá, pero yo creo que es porque no quiere saber, no quiere ni enterarse, porque el queso no da para tanto y yo cuando voy llevo bastante dinero y con ropa nueva y cara".
Para algunos pingueros, el discurso de la lucha no solo es un instrumento de (des)identificación homoerótica y de negociación de la masculinidad, en ocasiones es también un modo de evitar la categoría de trabajador sexual. Entre mis entrevistados no encontré consenso respecto a los términos que sirven para describir sus prácticas. Algunos no se sienten cómodos dentro de la categoría de trabajador sexual, porque ven la "lucha" como algo temporal y alternan con otros oficios y actividades. En cambio, otros sí quisieran ser considerados trabajadores "normales".
Tal es el caso de Roberto: "Esto es un trabajo como otro cualquiera; lo que pasa es que para la sociedad yo soy otra cosa. Si algunos trabajan en la agricultura y otros en la construcción yo no sé por qué yo no puedo pinguear, yo ni sé sembrar ni poner un ladrillo, hago lo que sé hacer para salir adelante y no le hago daño a nadie. Después de todo cada quien hace con su cuerpo lo que quiere y a mí nadie me da un plato de comida. En mi pueblo no hay casi trabajo para los jóvenes, sólo me queda ir pa' la agricultura, la construcción o meterme a policía, y eso ni muerto, prefiero seguir así".
Para el discurso revolucionario, las prácticas y las dinámicas que acontecen dentro del fenómeno del sexo transaccional constituyen un reto y un desafío al proyecto y a la moral socialistas. Si durante muchos años la erradicación de la prostitución se ostentaba como uno de los logros y conquistas revolucionarias, con su resurgimiento se evidencia que ese marco ha quedado sin respuestas a la crisis y sin herramientas para entender las múltiples intersecciones y variables que se conjugan con este fenómeno.
Los pingueros no solo son mirados con reservas por el discurso oficial, sino también por muchos homosexuales, que los ven como jóvenes a los que no les gusta trabajar, sin una configuración homoerótica genuina y sin una clara definición de identidad basada en la sexualidad (Abel Sierra, Del otro lado del espejo. La sexualidad en la construcción de la nación cubana, Casa de las Américas, La Habana, 2006; Noelle Stout, "Feminists, Queers and Critics: Debating Cuban Sex Trade", Journal of Latin American Studies, Vol. 40, No. 4, 2008).
El pinguero está siempre bajo sospecha, no solo por su ambigüedad y opacidad identitaria, sino también porque significa un reto a la estabilidad de las categorías de trabajo, deseo, placer e identidad con las cuales la cultura ha operado tradicionalmente.
La Habana: capital de todos los cubanos.
La mayoría de los itinerarios y rutinas de estos sujetos están marcados por su relación con la policía. Esto va a incidir no solo en sus modos de actuar, de moverse, sino también en cómo negocian su masculinidad con los clientes. Muchos prefieren permanecer tiempos largos con sus clientes para estar menos expuestos a redadas e interpelación policial y para ganar más dinero. Si bien es cierto que no existe ningún reglamento legal que regule explícitamente la actividad de los pingueros, las autoridades, amparadas en otras leyes —al igual que sucede con las jineteras—, establecen un férreo control sobre los sitios de alta circulación turística.
Así, el Decreto 217 de 22 de abril de 1997 sobre las regulaciones migratorias internas para La Habana ha servido de cobertura para multar, encarcelar y deportar a aquellos pingueros y jineteras que no poseen "residencia legal" en la capital. Este decreto, además de imponer una serie de requisitos burocráticos para las personas con interés en residir en esta ciudad —independientemente del lazo de parentesco que hubiera entre el interesado y el propietario de la vivienda—, proponía una especial vigilancia en aquellas "zonas especiales o declaradas de alta signiicación para el turismo".
La ley estipulaba que para todo aquel que “proveniente de otros territorios del país se domicilie, resida o conviva con carácter permanente en Ciudad de La Habana, sin que se le haya reconocido ese derecho, 300 pesos y la obligación de retornar de inmediato al lugar de origen".
Yamel comenta al respecto: "Siempre tengo una reservita de dinero para la policía [...]. Ellos se cuidan bastante, aunque nos extorsionan se cuidan de no recibir ni un peso de la mano nuestra. Están en combinación con los dependientes de los lugares como el BimBom y me han dicho que el dinero se los deje con ellos, que después van a buscarlo. Te amenazan constantemente para llegar a un arreglo y se hacen los difíciles para que uno les suba la parada".
Un sistema altamente burocratizado como el cubano, en el que los funcionarios públicos son muy mal pagados, es propenso a la corrupción y a la informalidad. Existe un mercado informal donde por 30 CUC pueden comprarse los permisos de residencia temporal y renovarse cada 3 meses.
Y no solo el Decreto 217 otorgó legitimidad a la policía para realizar detenciones, existen además otras figuras delictivas sancionadas por el Código Penal cubano: "asedio al turismo", "peligrosidad, etc.
La 'mecánica' y la negociación de la masculinidad
Existen algunas metáforas populares que recrean las interacciones de los pingueros con los extranjeros. Entre las más interesantes se encuentra "la mecánica", advertida por la investigadora Gisela Fosado ("The Exchange of Sex for Money in Contemporary Cuba. Masculinity, Ambiguity and Love", tesis de doctorado, University of Michigan, 2004) durante su trabajo de campo a fines de los años 90. La mecánica conjuga una serie de estrategias que hacen que muchas veces, los pingueros no pidan dinero de antemano a los turistas, sino que desarrollen narrativas que los hagan parecer ante ellos como víctimas del sistema, con proyectos de emigrar o encontrar el amor verdadero.
Asimismo, la mecánica influye en las relaciones sexuales y servirá también para negociar la masculinidad. En ese sentido, los pingueros utilizan la penetración como un capital para pedir más dinero o para obtener mejores beneficios. El consentimiento a ser penetrado por el otro foráneo, tiende a empoderar al extranjero de turno, y al mismo tiempo es una estrategia "para ablandarlo y sacarle más dinero".
Sobre esto comenta Andrés: "Yo siempre digo que soy activo y cuando dejo que me penetren les invento una película... que es la primera vez y que lo hago porque de verdad es importante, que es una prueba del afecto. Finjo estar nervioso y hasta los rechazo, me doy un poco de lija para tenerlos ahí. Si no, todo es muy fácil y pierden el interés. La idea es mecanicearlos pa' que te paguen más y sean más espléndidos. Les hago saber que es que son especiales y que han sido los primeros, que yo nunca lo había hecho antes y así los voy ablandando. Y al final ellos piensan que están acabando".
Resulta interesante la noción de ablandamiento que utiliza este sujeto: un acto que pudiera ser leído desde la subalternidad, se traduce en empoderamiento y "control" sobre el otro. En ese sentido, se describe una acción consciente en la cual la penetración tiene un valor de uso y la masculinidad es "cedida" en virtud de intereses concretos.
Insertarse en una relación de "amistad" en la que el dinero no sea el centro de las mediaciones, aseguran algunos, genera mejores dividendos porque los turistas son más "espléndidos". Según Amalia Cabezas, esto se debe a que una transacción comercial directa cerraría otras posibilidades como matrimonio, viajes, regalos, y confirmaría una identidad como prostitutos que ellos no desean (Amalia Cabezas, "Between Love and Money: Sex, Tourism, and Citizenship in Cuba and the Dominican Republic", Journal of Women in Culture and Society, Vol. 29, No. 4, 2004, pp. 987-1015).
Si bien es cierto que el discurso de la penetración funciona muchas veces como resorte y herramienta de distinción entre los pingueros, y la clasificación a partir de roles sexuales apegados al marco binario de penetrador/penetrado influye en las prácticas y en las interacciones con los extranjeros, la sexualidad de estos sujetos es más fluida y compleja de lo que parece a simple vista. Al respecto, resulta interesante lo que dice Andrés: "En esta vida he aprendido mucho de este mundo y de la calle y también de mí mismo. Antes yo me creía más macho que nadie y me apartaba de todo lo que me oliera a homosexuales, pero para sobrevivir hay que relacionarse con travestis, gais, lesbianas porque los yumas van a buscarnos en esos lugares, donde está ese ambiente. Por mucho que los discriminé tuve que evolucionar para poder sobrevivir".
El testimonio de René, un joven holguinero con una configuración genérico-sexual adscrita a una masculinidad más tradicional, contrasta con la idea sobre los pingueros como sujetos activos, "penetradores" de cuerpos extranjeros. Señala: "Todos quieren penetrarme, hasta la más loca quiere penetrarme, no sé por qué. Los pingueros aunque se dejen penetrar dicen que son activos, siempre buscan una justificación para no decir que son pasivos, aceptar eso es decir que son homosexuales. A veces me canso de esto porque ellos vienen a mí a penetrarme o a que yo los penetre, todo se basa en eso".
René es un mulato de veinte años que nació en Santiago de Cuba. Asegura que el color de su piel ha sido una ventaja en el giro de la lucha: "Ellos vienen con el morbo de estar con los negros y los mulatos, porque dicen que somos más bonitos y calientes que los blanquitos y que un mulato como yo no se encuentra en Europa. Uno me dijo a la cara que quería tener la experiencia de penetrar a un negro cubano".
El testimonio de René se enlaza con una serie de prejuicios que conectan la raza con procesos de “exotización” y mitologización de la masculinidad caribeña (Jafari Allen, "Means of Desire's Production: Male Sex Labor in Cuba", Identities: Global Studies in Culture and Power, Vol. 14, No. 1, 2007, pp. 18-202; Deborah Pruitt y Suzanne LaFont, "For Love and Money. Romance Tourism in Jamaica", Annals of Tourism Research, Vol. 22, No. 2, 1995, pp. 422-440). Los procesos de endogamia social que tienen lugar en otros países determinan que, efectivamente, mucha gente no tenga relaciones con personas fuera de sus círculos de clase. Sin embargo, en contextos de turismo, estos sujetos experimentan un cambio de actitud. Amalia Cabezas señala que -aunque la industria turística esté montada a partir de hoteles, comidas, entretenimiento, souvenirs, entre otras cosas- los turistas pagan sobre todo por una “experiencia”, por un juego de sentimientos. El turismo, dice, es la mercantilización de la experiencia que permite a las personas ejercitar sus fantasías y dejarse llevar en muchos casos por los placeres corporales (Amalia Cabezas, Economies of Desire. Sex and Tourism in Cuba and the Dominican Republic, Temple University Press, Philadelphia, 2009, p. 93).
Continua abajo: