Retorno a Stonewall
Por Eduardo Suárez
En Stonewall ni siquiera había caja registradora. El dinero y las drogas se guardaban en cajas de puros y las redadas se solían producir al principio de la noche. Se encendían las luces, se apagaba la gramola y los agentes entraban a gritos: "Maricones aquí, travestis aquí y monstruos aquí". Si uno no podía identificarse o no llevaba puestas al menos tres prendas de ropa, lo mandaban a la cárcel.
Los disturbios de Stonewall no habrían ocurrido si no fuera por el subcomisario Seymour Pine, que emprendió una cruzada contra los bares homosexuales regentados por la mafia al sospechar que sus responsables estaban chantajeando a varios hombres de negocios.
Aquel viernes hacía un bochorno terrible y los homosexuales más mayores se habían ido de la ciudad. Un detalle que dejó el Village lleno de adolescentes sobreexcitados por las redadas y por el calor. El viernes 27 de junio el subcomisario Pine envió a Stonewall a cuatro agentes de paisano. Dos hombres y dos mujeres a los que les asignó identificar a la clientela.
Al principio se respiraba el bullicio de una fiesta callejera. Pero la algarabía empezó a cambiar cuando una lesbiana forcejeó durante 10 minutos con varios policías que intentaban meterla en el furgón. La muchedumbre arrojó entonces monedas de centavo a la policía. Pero pronto se les acabaron y empezaron a volar adoquines y botellas de cerveza. Alguien arrancó un parquímetro de la acera y lo usó para golpear la puerta de Stonewall. La turba provocó unos disturbios que se extendieron durante una semana y que nadie recordaba en este barrio de la ciudad.
Por primera vez los homosexuales se besaron en las calles y al año siguiente se celebró por la Sexta Avenida la primera marcha del orgullo gay. Sus organizadores prohibieron desfilar a los travestis por temor a que monopolizaran la atención de los periódicos. Pero varios desafiaron la prohibición marchando delante de las pancartas para reivindicar su identidad.
Stonewall cerró en octubre de 1969. Entonces se dijo que se había convertido en un local demasiado visible para sus propietarios de la mafia. El rótulo se esfumó y varias tiendas ocuparon su lugar. A principios de los 90, volvió a ser un bar homosexual y desde entonces ha tenido varios propietarios. Pero como tantas otras cosas en el Village es una recreación histórica de un pasado que no existe y ha perdido su encanto original.
Cómo llegar: lo mejor es la línea 1 de metro, cuya parada de Christopher Street se encuentra casi a la puerta del bar.