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General: Un ex sacerdote gay pide a la iglesia católica menos hipocrecia
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De: SOY LIBRE  (Mensaje original) Enviado: 26/09/2013 14:51
 
Un ex sacerdote gay pide a la Iglesia católica menos hipocresía
 

Hernán Fitte
Por Verónica Dema |  Boquitas pintadas
El papa Francisco hace unos días habló de ser misericordiosos con los homosexuales.  “En esta vida Dios acompaña a las personas y es nuestro deber acompañarlas con misericordia a partir de su condición”, dijo. Ante éstas y otras declaraciones anteriores en las que Francisco se había manifestado comprensivo respecto de los homosexuales, el teólogo y ex sacerdote gay Hernán Fitte cuenta la historia de vida.
 
Estuvo en la iglesia católica durante 35 años y cuando decidió dejar el sacerdocio le envió una carta al entonces papa Benedicto XVI. “Había llegado a la certeza de que tenía que abandonar todo porque ya no estaba de acuerdo con la moral católica, y no quería engañar a la gente, a mí mismo o a Dios haciendo algo que no sentía más”, escribió. Cuenta que el Papa comprendió sus razones.
 
Uno de sus temas, que incluso planteaba a sus superiores, era que él sentía atracción por los varones desde los 12 o 13 años. Sus superiores le decían que no se preocupara, que lo superaría con la oración. Eso no fue tan así. “Cuando dejé el sacerdocio manifesté mi homosexualidad públicamente a todo el mundo”, cuenta hoy, feliz de su salida del clóset .

“Tenemos que leer la Biblia de un modo correcto”
 
Por Hernán Fitte
Pertenecí a una de las instituciones más conservadoras de la iglesia católica treinta y cinco años, fui sacerdote más de veinte y profesor de teología en Roma durante tres lustros. Cuando decidí dejar el sacerdocio escribí una carta al papa de ese momento, Benedicto XVI, en la que le contaba que después de años de reflexión y oración había llegado a la certeza de que tenía que abandonar todo porque ya no estaba de acuerdo con la moral católica, y no quería engañar a la gente, a mí mismo o a Dios haciendo algo que no sentía más. Que predicar y enseñar lo que no creía había mellado seriamente mi serenidad interior y me parecía que había llegado el momento de tomar esa decisión radical. Benedicto comprendió mis razones y accedió a la petición.
 
Mis discrepancias con la iglesia se centran en el modo como pretende guiar a la gente en la vida diaria, porque veo que es legalista, fuera de la realidad y poco atenta a lo que viven las personas comunes. Me refiero a la  aceptación de los divorciados, al uso de contraceptivos, a la homosexualidad, a las nuevas formas de familia, por poner algunos ejemplos.
 
Así como la iglesia católica con el paso de los siglos ha cambiado su posición moral sobre la libertad de profesar la religión que cada uno cree verdadera y ha dejado de perseguir a “los herejes”, sobre la guerra justa y la pena de muerte, sobre el rol de la mujer en la iglesia, sobre los fines del matrimonio, sobre la mentira, y muchos otros temas morales, creo que también lo hará respecto de la homosexualidad. Es cuestión de lucha y paciencia. Nadie le pide que deje de creer en Jesús y los Evangelios, pero sí que no se fosilice en cuestiones absurdas. Que abandone su postura disciplinaria y se centre nuevamente en la predicación de la alegría de conocer a Dios.
 
Yo sentí atracción por los chicos desde los doce o trece años, pero cuando Jesús se cruzó en mi camino y ví mi vocación a servirlo, prácticamente me olvidé del tema. Cada vez que manifestaba esa inclinación a mis superiores en el seminario ellos decían que no me preocupara; que con la vida de trabajo intenso y la oración mi sexualidad era un tema de cuarta importancia. Eso fue así por mucho tiempo pero cuando profundicé mis estudios me dí cuenta que lo que había aceptado obedientemente en mi juventud no tenía fundamento verdadero.
 
Cuando dejé el sacerdocio manifesté mi homosexualidad públicamente a todo el mundo. Lo publiqué en las redes sociales para que todos supieran con quien hablaban y nunca renegué de mi pasado o de mi presente, a pesar de mis muchísimos errores. Hace tiempo que vivo en pareja y soy muy feliz. Como se imaginarán, algunos piensan que mi discrepancia con la moral de la iglesia es sólo un ropaje elegante para hacer lo que se me da la gana. Así me pasa con parientes, amigos, conocidos o gente que encuentro por casualidad.
 
Lo más doloroso para una persona que tiene una historia similar a la mía es ver que la religión no ayuda a que la gente que tiene una posición más cerrada y poco comprensiva, abra su mente y su corazón a la diversidad, acepte lo que tal vez por tradición cultural rechaza de manera grosera con chistes y actitudes homofóbicas.
 

Hernán Fitte, en la playa, el año pasado; Foto Facebook
 
Hace pocas semanas el papa Francisco hizo unas declaraciones durante el viaje de regreso del encuentro con los jóvenes en Río de Janeiro que dieron la vuelta al mundo. Afirmó que él no era nadie para juzgar a las personas homosexuales. En estos días volvió sobre el tema cuando contó: “Una vez una persona para provocarme me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta: ¿Dime, Dios, cuando mira una persona homosexual, aprueba su existencia con afecto, o la rechaza y la condena? Hay que tener siempre en cuenta a la persona.
 
En esta vida Dios acompaña a las personas y es nuestro deber acompañarlas a partir de su condición”. Acompañar a cada uno a partir de “su condición”, dice Francisco, o sea de cómo es porque dios lo creó así. Hasta aquí genial, pero desgraciadamente continúa: “Pero ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia”. O sea, la Iglesia no acepta esa condición, y entonces yo tampoco. Me parece que hubiera sido auspicioso que agregara que él como Papa podría hacer algo en este sentido. No sabemos si lo hará.
 
Hay muchísima gente a la que no le importa nada lo que la religión dice sobre los homosexuales. Pero en nuestro país es difícil que las personas no se vean influidas por prejuicios familiares, culturales o religiosos. Yo me he encontrado envuelto en discusiones que podría resumir fácilmente: ¿Pero vos que sos teólogo, no leíste lo que dice la Biblia sobre los homosexuales?
 
Hernán con su pareja Roy

 
Sería fenomenal si Francisco abriera una discusión sobre la pregunta: ¿Qué es lo que la Biblia dice realmente sobre la homosexualidad? Los textos más usados por el catolicismo para condenarla son muy conocidos: los sodomitas, la prostitución homosexual en los templos pre cristianos y las condenas de San Pablo.
 
En esa discusión serena y profunda podríamos empezar por reconocer que el pecado de Sodoma era el abuso de los habitantes de esa ciudad sobre los extranjeros, y que hoy en día hay pocos estudiosos de la Biblia que admitan que el texto de Sodoma sea aplicable a la vida gay contemporánea.
 
En esa discusión abierta y serena, conoceríamos que Yavé se enoja con los sacerdotes del templo que practicaban la prostitución homosexual como forma de adorar a Dios, y que esas “relaciones entre varones” no tienen nada que ver con la homosexualidad tal como la entendemos hoy en día. San Pablo es el autor de la lapidaria afirmación de que la homosexualidad es contraria a la naturaleza de las personas, digamos, “normales”. Por eso muchos creen que los gays estamos enfermos. Pero San Pablo tiene en mente una cosa totalmente distinta: el peligro al que se veían expuestos los primeros cristianos de caer en la idolatría porque vivían en ciudades romanas paganas.
 
Evidentemente, no es este el lugar para enzarzarse en discusiones teológicas. Lo que quiero decir es que lo que condena la Biblia es algo muy distinto a la vida de un homosexual que busca tener una relación libre, consentida, estable y un proyecto de amor con la persona del mismo sexo por la que se siente física, emocional, y psicológicamente atraído. Me parece que todas las condenas de la Biblia se refieren a casos de abuso, de mala voluntad o directamente de maldad, de sometimiento. Son relaciones carnales y pasajeras, no un proyecto de vida comprometido.
 
Los tiempos han cambiado mucho y ninguna pareja heterosexual vive hoy su relación como la vivían sus abuelos, cuando la mujer estaba sometida porque no trabajaba, no tenía jubilación ni estudios. Hoy las relaciones de amor son de tú a tú, de dos que viven en comunión porque son dos iguales. Tampoco lo que vive un gay en el siglo XXI tiene nada que ver con lo que pasaba en Sodoma, en los templos de la antigüedad, en las calles de Roma o en las aulas de los filósofos griegos.
 


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