Los que eligen

Pedro Caviedes Durante estos largos dieciséis días de incertidumbre en los que una buena porción del gobierno de Estados Unidos permaneció cerrada, y la sombra siniestra del hacha del impago descendía sobre el mundo, no podía dejar de pensar, asombrado, en que una minoría de un partido de una de las democracias más perfeccionadas del planeta, tuviera en sus manos las llaves de un destino tan descomunal. Gracias al Tea Party cientos de miles de trabajadores se quedaron en sus casas sin paga, y otras tantas miles de personas, si no millones, se vieron afectadas. Y gracias a ese Tea Party, millones, cientos, miles de millones, estuvieron a punto de verse afectados por una crisis financiera de consecuencias impredecibles.
Gracias, también, a este Tea Party, el presidente de Estados Unidos no pudo asistir a una gira asiática en la que el presidente de China (uno de los principales rivales de EEUU), se paseó a sus anchas, sin la presencia de su contraparte.
También, gracias a la nombrada minoría, conversaciones nucleares sin precedentes con Irán quedaron parcialmente congeladas. Ya sea que cuando fue creado su sistema de gobierno, los fundadores jamás pensaron tener miembros tan radicales entre sus filas, o que, como dicen otros, John Boehner es muy débil, o muy mal speaker, lo cierto es que ha quedado al desnudo una flaqueza, de la que seguramente tomaron buena cuenta los enemigos del país.
Pero lo que verdaderamente me asombra radica en que hace poco, en las elecciones primarias para escoger candidato a presidente en el GOP, todos los candidatos parecían hablarle más a los electores de esa minoría en la Cámara que representa el Tea Party, que a todo el vasto grupo de personas que hacen parte del partido a lo largo y ancho de la nación. En ese sentido, también, algo en el sistema se ha quebrado.
Igualmente muchos candidatos demócratas, incluido el presidente Obama, han tenido que dar reversa a algunas de las posturas que han expuesto en las primarias de su partido. La diferencia es que no han tenido que rozar esos niveles de radicalismo y, hasta ahora, no ha florecido un grupo de representantes que extorsionara con la amenaza de no aprobar que el país cumpla con sus obligaciones, o mantuviera a una parte del gobierno cerrada, porque el presidente, por ejemplo, no crea una ley federal que legalice la marihuana, o porque no incluye un seguro universal en la reforma, o porque no da reversa a la ley de recorte de impuestos firmada por la administración anterior. ¿Cómo se gobernaría si un grupo así coexistiera en el Congreso, simultáneamente con el Tea Party?
¿Existe entonces un sistema de primarias en el que los candidatos que más posibilidades tienen de ser electos en las generales, deben fingir algún tipo de radicalismo, para poder ser investidos, y una vez que se ha superado esta prueba, dar un giro al centro, para ser elegidos por el otro grupo de personas que marca la diferencia en las elecciones: Los pragmáticos que votan por el que le parece el mejor candidato, sin importar el partido? ¿A esos que le hablan los candidatos en las primarias, siguen siendo hoy por hoy los verdaderos electores?
¿Será por eso que aunque la mayoría del pueblo estadounidense se muestra a favor de una reforma migratoria, de la regulación en la venta de armas, de reformar el sistema de salud y de mantener los servicios sociales, el GOP siga aludiendo a una mayoría, y sus representantes digan frases como proteger los intereses del pueblo, cuando votan en contra de todas estas iniciativas?
Porque es inaudito escuchar a tantos llenarse la boca hablando de democracia, al mismo tiempo que se van en contra de todo lo que quiere el pueblo que vota.
Al peor de los sistemas de gobierno, a excepción de los otros que se han creado de tiempo en tiempo, según dijo Winston Churchill, le siguen naciendo fallas sobre las que la única reparación posible pasa por la responsabilidad de aquellos que la representan. Sí, quizá el único arreglo posible no pase por hacer cambios en el sistema, sino porque existan más de esos que al tomar decisiones lo hacen pensando en las próximas generaciones, y no en las próximas elecciones, como también decía ese terco inglés que salvó al mundo del advenimiento de un imperio genocida, manejando los destinos de la tierra.
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