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De: melaocubano  (Mensaje original) Enviado: 23/10/2013 15:40
Historia del lesbianismo en la brujería
El sexo entre mujeres fue considerado un síntoma de brujería.
  
Historia del lesbianismo en la brujería
  

Por Lola Romero /About.com
Desde que la mujer empezó a ser considerada como “un objeto de placer del hombre”, la sexualidad femenina- y, ante todo, el goce sexual- empezó a quedar en segundo lugar, hasta ser prácticamente ignorada en casi todas las culturas, durante algunas épocas. En otros periodos históricos, y sobre todo en los dogmas religiosos, el clímax en la mujer era considerado un pecado. Si esto era así en las relaciones heterosexuales, en las relaciones lésbicas era todavía más manifiesto. Las prácticas sexuales entre mujeres ni siquiera se consideraban y, de descubrirse, se englobaban dentro de otras conductas “perniciosas”. Como, por ejemplo, la brujería.
  
Acusaciones de brujería
  
Se llamó brujería a los ritos y creencias provenientes del paganismo que, adaptadas al dogma por la Iglesia Católica, pasaron a ser considerados pactos malignos con el mismísimo Satanás. De ahí que, algunos rituales tenidos tradicionalmente como propios de brujas, fuesen más tarde integrados en el satanismo.
  
Muy pocos hombres fueron acusados y ajusticiados por brujos, pero miles de mujeres fueron declaradas brujas por multitud de actos de lo más pintoresco y que, para los acusadores, constituían pruebas irrefutables de hechicería. En los tiempos de la Inquisición, en la Edad Media, bastaba la sospecha de los vecinos para que una acusación de brujería a una o varias mujeres prosperase en los Tribunales Inquisitoriales. La profunda misoginia de la sociedad y de la religión de esas épocas medievales cargaba, una vez más, la idea de la maldad, la concupiscencia, y la perdición de las virtudes cristianas en la mujer solitaria e independiente.
 
El perfil medio de una bruja era el de una mujer mayor o anciana, sin familia o con muy poca, principalmente soltera o viuda de muchos años, que vivía o alimentaba a algún gato y que poseía conocimientos de herboristería, curanderismo o con alguna costumbre que causaba asombro o extrañeza entre sus paisanos. Si no era religiosa, tenía relación de amistad con solo algunas mujeres y se apartaba del resto de la comunidad, las sospechas se agudizaban.
 
Se decía que las brujas “maestras” embaucaban a las jóvenes para atraerlas a sus rituales y convertirlas en novicias de sus malas artes. Sobre todo en la Europa del siglo XV y en la América colonial del puritanismo, muchas jóvenes fueron perseguidas y acusadas de brujas, tan solo por mantener buena vecindad o amistad con una mujer mayor y excéntrica, que acabara por ser detenida por los inquisidores.
 
Los síntomas de ser bruja
 
Los inquisidores disponían de manuales para determinar los “síntomas” irrefutables de brujería. El tratado sobre hechicería más conocido es el Malleus Maleficarum, publicado en Alemania en 1486 y revisado y renovado en diversas ocasiones, que acabó extendiéndose por toda Europa y siendo el principal ideario de los perseguidores en las cazas de brujas. Por ejemplo, buscaban marcas (cualquier marca) en el cuerpo de las acusadas, como prueba de que habían firmado un pacto con el diablo. O las sumergían en pozos de agua helada y, si flotaban, eran consideradas brujas; la mayoría, por supuesto, se ahogaban. Existía una condición que condenaba a las mujeres sin género de dudas, llamada “pecado de lujuria” y era descubrir actos carnales entre ellas; es decir, relaciones lesbianas.
 
Entre los supuestos poderes sobrenaturales que se les atribuían a las brujas, estaban no solo los de echar maldiciones y perjudicar a su entorno- humano o no- sino el de poder cambiar de apariencia física, convirtiéndose en jóvenes atrayentes y lascivas. Por eso se creía que, en los famosos aquelarres, se dedicaban a rituales sexuales entre ellas. Juana de Arco, la heroína francesa que después fue nombrada santa, fue acusada de brujería por sus enemigos y, entre los cargos que se le imputaron, contó el de lesbianismo por haber cambiado (supuestamente) sus ropas femeninas por unas masculinas ante sus carceleros, por arte de magia.
 
Uno de los grabados del pintor Goya, titulado “Linda maestra”, muestra a dos supuestas brujas, desnudas sobre una escoba; el texto al pie de esta obra, afirma que las escobas son artilugios imprescindibles para las brujas que “a veces éstas convierten en dildos”. Es una muestra más de la condena que se hacía a la sexualidad entre mujeres.
 
Cazas de brujas
 
La Inquisición, auspiciada por la Iglesia Católica, quemó en la hoguera a miles de mujeres acusadas de brujería, sobre todo en Francia, España e Inglaterra, desde el siglo XV y por más de 200 años.
 
Ya en la Era Moderna, las cazas de brujas de los primeros colonos de Estados Unidos han sido ampliamente reflejadas en la historia y en obras de la literatura, el teatro y el cine.
 
Baste recordar los sangrantes Juicios de Salem, entre 1692 y 1693, donde más de 200 personas fueron acusadas y apresadas por brujería, y unas 25 mujeres acabaron siendo ajusticiadas. Los propios perseguidores acabaron desdiciéndose y afirmando que se habían dejado llevar por la histeria y el error, que durante más de un año provocaron una enorme e incansable caza de brujas masiva, en varias poblaciones de esa colonia de Massachusetts. Los historiadores todavía no acaban de entender qué ocurrió, comenzando en esa pequeña aldea, donde las detenciones masivas empezaron a extenderse de repente, sin apenas justificaciones, y con una virulencia y obsesión histérica que hace pensar a algunos investigadores en alucinaciones colectivas por intoxicación alimenticia, junto a intereses por linde de tierras, envidias exacerbadas y al fanatismo religioso que imperaba entre los puritanos. Siglos después, en 1952, el dramaturgo Arthur Miller escribió una obra de teatro sobre esa historia, titulada "El Crisol" (The Crucible) y más conocida como Las Brujas de Salem.
 
 
 


 


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