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General: La dictadura de los Castro, le tiene miedo al a las salas que exhiben 3D
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De: cubanet20  (message original) Envoyé: 04/11/2013 15:39
 
Miedo al 3D
Espectadores en el cine 3D Mania de La Habana
Por Alejandro Ríos
ImprimirEn el comienzo no fue el verbo sino el latrocinio. Se crea el Instituto Cubano del Arte e Industrias Cinematográficos, más conocido por sus siglas ICAIC, y el séptimo arte se ideologiza y controla. El nuevo régimen se hace dueño absoluto de los medios de producción y de las cadenas de distribución y exhibición.
Luego pasó el tiempo, se acabaron las prebendas socialistas europeas, y el país que se vanagloriaba de tener la mayor cantidad de salas de cine por kilómetro cuadrado vio el comienzo de una decadencia indetenible y donde ayer, por poner un ejemplo, funcionaban los espléndidos y modernos cines REX y Duplex, de la otrora relevante calle comercial de San Rafael, hoy aparecen dos oquedades de donde emana agua putrefacta.
 
En medio del período especial y sin dinero para dilapidar, quién iba pensar en salvar las salas de cine en Cuba. Las butacas fueron cediendo, los aires acondicionados se arruinaron y los proyectores se fundieron.
 
La torpe solución estatal consistió en crear pequeñas salas o cuchitriles donde exhibir filmes en formato DVD y tratar de mantener unas pocas salas emblemáticas como el Chaplin o Cinemateca, que no deja de estar depauperado, el renovado cine Infanta y el otrora Radiocentro, conocido por el combativo nombre de Yara.
 
Hoy entran en escena los cuentapropistas que un día se entusiasman con las llamadas reformas, dando rienda suelta a su imaginación gerencial y al siguiente los apabullan porque están teniendo éxito.
 
Primero fueron las antenas clandestinas distribuidas como redes por los barrios para disfrutar canales de televisión del sur de la Florida, luego los video clubs y sus películas de todo género en alquiler y ahora las salas de exhibición, con refrigerios y aclimatación a la manera del llamado “cine bistro”.
 
En casas particulares se abren primorosos espacios y es entonces cuando la nueva clase comerciante criolla decide mejorar la mercancía y llegan las proyecciones en tercera dimensión. El público se deslumbra con la tecnología capitalista y los testaferros y comisarios del régimen se espantan ante tanta popularidad.
 
El nuevo presidente del ICAIC, quien ha heredado un imperio desvencijado, es el primero en hablar de ilegalidades y pirateo de filmes, porque no se pagan derechos de autor, en el mismo país donde el Ministerio del Interior mantuvo la compañía Omnivision vendiendo videos norteamericanos nuevos, subtitulados al español, en Latinoamérica, durante años y donde Avatar, por poner un caso conocido, se exhibe en la televisión nacional mucho antes que James Cameron hubiera negociado esa eventualidad en los propios Estados Unidos.
 
La prensa cubana ha dedicado un extenso reportaje sobre el tema como si se tratara de un asunto de seguridad nacional. Y se habla de que los precios a las salas que exhiben 3D oscilan entre uno y cuatro CUC “en dependencia de las ofertas gastronómicas”. Tanta es la demanda que deben hacerse reservaciones por anticipado.
 
Uno de los exhibidores explica: “Independicé la sala de la casa y le acondicioné un televisor de 47 pulgadas, un reproductor de sonido y video y 20 asientos”.
 
Ya las alimañas burocráticas, sin embargo, comienzan a encimarse, claro que siguiendo órdenes superiores, y quieren acabar con lo que ellos han sido incapaces de proporcionar. Conspiran contra la felicidad para no ceder el poder.
 
“El ICAIC –puntualiza el presidente de la institución– defiende el cine como valor y expresión cultural que no puede arruinarse con la política de mercado, modus operandi de estas salas por cuenta propia. Sin ser categórico, diría que no creo que pueda existir un reconocimiento legal a una actividad que viole la política cultural de la revolución”.
 
 
 


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De: cubanet20 Envoyé: 07/11/2013 16:02
 
Víctor Fowler, sobre los cines 3D: 'El Estado es un facilitador, no un juez severo'
 
Cuba la jaula de oro,la isla carcel
 
En una carta a la UNEAC, el escritor oficialista dice que no hay derecho a decidir el consumo cultural de los ciudadanos.
El crítico Gustavo Arcos considera que quienes determinan 'verticalmente', viven en 'otra dimensión'.
 
  
El ensayista y poeta Víctor Fowler mostró su inconformidad con la decisión gubernamental de prohibir los cines privados en 3D y recordó que "el Estado es un enorme facilitador, no un juez severo".
  
"Si bien cualquier Estado tiene el derecho y la obligación de regular y normar las actividades económicas (...), ninguno lo tiene para decidir cuál debe de ser el consumo cultural de sus nacionales", afirmó Fowler en una carta dirigida a la Unión de Escritores y Artistas (UNEAC).
 
El escritor señaló que al Estado "le corresponde la obligación de facilitar una mejor educación y disfrute de la cultura realmente universales".
 
Pero, advirtió, "no es un maestro ni la sociedad un conjunto de estudiantes sentados en los pupitres de un aula permanente, sometido a exámenes periódicos de habilidad y temeroso de obtener bajas calificaciones o de una vez por todas suspender".
 
"Dicho de otro modo, el Estado es un enorme facilitador, no un juez severo", apuntó.
 
'Ser banal es una opción'
 
Ante los argumentos utilizados por el Ministerio de Cultura para condenar al cierre a los cines privados, Fowler aseguró que "ser banal es una más entre las opciones de realización que una sociedad sana tiene para sus sujetos".
 
Dijo que "los individuos poseen todo el derecho a consumir, sin la interferencia del Estado, los productos culturales del nivel jerárquico que así deseen".
 
En referencia a la nota oficial publicada el sábado en el diario Granma, que decretaba el cierre de los cines privados 3D, Fowler advirtió que, de forma implícita, la decisión "acaba de consagrar el principio de que ningún nuevo oficio tiene posibilidades de existir hasta tanto no sea imaginado y comprendido por las más altas autoridades político-económicas del país".
 
"La exhibición cinematográfica, que incluye las salas de 3D, así como la organización de juegos computacionales, nunca han sido autorizados", señaló el comunicado de Granma.
 
Anteriormente, el viceministro Fernando Rojas había declarado que el Ministerio de Cultura tiene el "convencimiento" de que "se promueve mucha frivolidad, mediocridad, seudocultura y banalidad".
 
Sin embargo, según Víctor Fowler, que dijo haber asistido a tres diferentes, "las películas proyectadas en las salas de video 3D son las mismas que en cualquier sala de video del circuito estatal o en la televisión".
 
"Las prohibiciones constituyen cierres que niegan todo camino al diálogo, tanto en el presente como en un futuro situado a distancia razonable", indicó.
 
Fowler pidió a la UNEAC que el tema sea debatido en su congreso, próximo a celebrarse.
 
'Estado en jaque'
 
Este miércoles, el crítico de cine Gustavo Arcos publicó un texto en apoyo de Fowler en el blog Cine cubano, La pupila insomne.  
 
De acuerdo con Arcos, "el extraordinario impacto social que estos locales han producido, debe ser motivo de reflexión, no de olvido y silencio".
 
Apuntó que "es preocupante, como un grupo de personas con sus iniciativas, ha sido capaz de poner en jaque al Estado que cuenta con una fuerza financiera, poder administrativo y recursos, mil veces mayor".
 
"¿Por qué tantas familias y comunidades han acogido tan favorablemente las propuestas de esta tecnología? ¿Qué alternativas sustentables y viables ha creado el aparato del Estado para el consumo popular o comunitario de imágenes audiovisuales?", se preguntó el crítico.
 
Arcos afirmó que "el camino de la imposición, sin diálogo, nunca salvará la cultura nacional".
 
"Pensar que la actual sociedad cubana se erige según los criterios o la voluntad de unos 'sabios', quienes siguen determinando verticalmente lo que vemos, escuchamos o consumimos, es vivir decididamente en otra dimensión", aseguró.
 
****
 
CARTA DE VÍCTOR FOWLER A PROPÓSITO DE LA SUSPENSIÓN DEL 3D EN EL SECTOR PRIVADO
A la UNEAC
ICLMINCULTICAIC
He leído con atención la nota oficial publicada en el periódico Granma el día 2 noviembre 2013 y en la cual se avisa de la decisión tomada por el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros en cuanto a prohibir, con efecto inmediato, toda actividad de las salas de proyección de películas en 3D operadas por propietarios privados, así como de los salones de juegos de computadoras. El presente mensaje breve que les envío tiene que como objeto el expresar –pese a que no tenga importancia alguna para algo que ya se decidió y aplicó- mi desacuerdo con la medida, en particular todo lo que en ella propone -a propósito del consumo cultural – una suerte de oposición entre los conceptos calidad y banalidad dado las inquietantes consecuencias que ello tiene a nivel social.
 
Pienso que si bien cualquier Estado tiene el derecho y la obligación de regular y normar las actividades económicas que en el territorio que abarca son realizadas, ninguno lo tiene para decidir (y esto es de lo que principalmente trata el conflicto) cuál debe de ser el consumo cultural de sus nacionales. Al Estado le corresponde la obligación de facilitar una mejor educación y disfrute de la cultura realmente universales, durante la ejecución de sus proyectos esboza y presenta la meta de aquello que considera la virtud ciudadana respecto a la relación entre el individuo nacional y la cultura; pero como tal el Estado no es un maestro ni la sociedad un conjunto de estudiantes sentados en los pupitres de un aula permanente, sometido a exámenes periódicos de habilidad y temeroso de obtener bajas calificaciones o de una vez por todas suspender. Dicho de otro modo, el Estado es un enorme facilitador, no un juez severo (lo cual queda para el mundo sangriento de la guerra)..
 
Tan continuada insistencia en el tema de la banalidad, fantasma que en las más diversas intervenciones sobre cultura nacional aparece una y otra vez, hace pensar que en algún punto existe (o tendría que existir) algo así como el ser banal, especie de arquetipo negativo del consumidor cultural. En este punto, lo más difícil de entender (y aceptar) es que –coexistiendo con el consumo cultural de (o con) calidad- igual debe de existir espacio de existencia para el consumidor “banal”.
 
En este sentido, ser banal es una más entre las opciones de realización que una sociedad sana tiene para sus sujetos y los individuos poseen todo el derecho a consumir, sin la interferencia del Estado, los productos culturales del nivel jerárquico que así deseen, en especial los del nivel más bajo desde el punto de vista de la estética. Esto último resulta fundamental, ya que la efectividad de una democracia se prueba en la capacidad de acción (de realización, de vida) que de manera concreta existe para aquellos portadores del límite negativo del proyecto.
 
Más allá de esto, y acaso lo principal, es que el fantasma de la banalidad fabrica una figura de supuesta alienación y que, prácticamente, equivale a un nuevo enemigo social, puesto que se trata de alguien que insiste en mantenerse “externo” a la supuesta corriente sana de la calidad en el consumo; entonces, contrario a ello, no sólo es necesario defender el ser banal como un derecho humano, sino denunciar la falsedad de establecer equivalencias entre la calidad del consumo cultural de la persona y el altruismo, sentido solidario y valor de su aporte social.
 
Se pierde la brújula cuando –en lugar de orientar la discusión hacia la erosión de la solidaridad, los logros en el trabajo, la pérdida de amor o bondad en el trato entre las personas, el aumento del egoísmo, etc.- la energía se moviliza para extraer, de la “calidad” del consumo cultural, indicadores que alumbren la dinámica de los flujos sociales; como si la pregunta al reflejo pudiese sustituir el encuentro con el objeto.
 
Para mayor confusión, mientras que en una entrevista a Fernando Rojas, vice-ministro de Cultura (27/10/2013) este afirma que el Ministerio de Cultura estudia medidas que aplicar para que las salas 3D tributen a la política cultural de la Revolución, política cultural que Rojas señala que es una sola, en la nota oficial del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros (2/11/2013), apenas una semana más tarde, es ordenado el cierre inmediato de tales salas y nada deja entrever que vayan a ser reabiertas. Con esto, y por más que la nota insista en que la medida no constituye un retroceso en la nueva política económica del país, de forma implícita acaba de consagrar el principio de que ningún nuevo oficio tiene posibilidades de existir hasta tanto no sea imaginado y comprendido por las más altas autoridades político-económicas del país.
 
Vale la pena señalar que -a reserva de algún descubrimiento- las películas proyectadas en las salas de video 3D (he asistido a tres diferentes) son las mismas que en cualquier sala de video del circuito estatal o en la televisión. Realmente es difícil entender de qué se habla cuando de la intervención de Rojas se deriva que lo normal de estas salas de video 3D es promover “mucha frivolidad, mediocridad, seudo-cultura y banalidad, lo que se contrapone a una política que exige que lo que prime en el consumo cultural de los cubanos sea únicamente la calidad.”
 
Por desgracia, la ecuación entre frivolidad, mediocridad, seudo-cultura y banalidad en absoluto es clara en el presente en que vivimos y hace ya más de 20 años que un conocido teórico cultural llamaba la atención acerca de que, en modo alguno, un espectáculo de Madonna (trabajado a un altísimo nivel organizacional, profesional y tecnológico) podía ser considerado “baja cultura”; cuando un fenómeno como el Cirque de Soleil hace de ese viejísimo entretenimiento una nueva forma de arte; cuando la amplia gama que va de la computadora al teléfono digital cambia la comunicación, el entretenimiento e incluso las formas de producir y consumir arte; cuando el refinado arte de la ópera encuentra, gracias a la canción popular, nuevos públicos.
 
Todo ha cambiado, incluso las bases en las cuales encuentra su apoyo el diseño de las políticas culturales.
 
Las prohibiciones constituyen cierres que niegan todo camino al diálogo, tanto en el presente como en un futuro situado a distancia razonable (préstese atención a la fuerza que en la nota oficial cobra el adverbio ‘nunca’) y, al cortar esa posibilidad, de inmediato dirigen la intensidad del poder (la enormidad del aparato administrativo y discursivo que lo conforma) en contra de procesos, actitudes y cosas.
 
Lo sorprendente que presenciamos aquí es la deriva según la cual una política pública (en este caso la “política cultural”), de servicio, cobra autonomía y se constituye en un objetivo en sí misma, por encima de los cambios que hayan tenido lugar en la temporalidad; es por eso que, aunque débil e incompleta, alguna explicación es ofrecida en cuanto a la prohibición de las salas de video 3D, a la vez que prácticamente nada es dicho acerca de la prohibición de los salones de juegos de computadora. En este punto queda la amarga sensación de que la retórica (vieja) ha sido incapaz de elaborar algún discurso coherente para enfrentar a la (nueva) realidad.
 
Al final, y esta es la parte más nociva de las prohibiciones, es que actúan como si lo único que existiese fuesen las normativas y el control de un lado, mientras que del otro el objeto o la práctica que eliminar; de tal modo, puesto que no se discute, queda privado de voz (sin que tampoco se le ofrezca respuesta alguna) lo que –a mi entender- es lo más importante: la alegría. Dicho de otro modo, el hecho de que la cantidad de alegría que a diario se manifestaba en los lugares ahora cerrados (salas de video 3D y salones de juegos de computadoras) proviene de miles de personas concretas que allí gozaban de su tiempo libre, mis hijos, mi esposa y yo entre ellas. A estos les ha sido negado algo que, muy rápidamente, aprendieron a considerar como parte del disfrute y a cambio reciben absolutamente nada.
 
Puesto que, junto con todo lo hasta aquí dicho, es loable exponer a la más severa crítica pública todo producto cultural que estimule el racismo, el machismo, el sexismo, la violencia, la prevalencia del dinero y sus formas de generar dominación por sobre la amistad, la solidaridad o el amor, pienso que, entre otros muchos temas, varios de los que motivan la presente intervención merecen ser discutidos en algunas de las Comisiones que realizarán su trabajo durante el venidero Congreso de la UNEAC. Por tal razón comparto preocupaciones y dudas con quienes, como ustedes, son mis colegas. Es algo que hago con la convicción de que debemos de discutir mucho, pero no con las pasiones de la agitación y propaganda, sino con la desgarrada profundidad de la ciencia.
 
Victor Fowler Calzada



 
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