Miami deja atrás la controversia con Mandela para celebrar su legado
Nelson Mandela fue un luchador infatigable contra el apartheid, desde antes de haber estado preso durante 27 años y luego de haber sido presidente de su país y activista humanitario.
La vida de Mandela, libertador de los negros de Sudáfrica, fue una epopeya de triunfos frente a obstáculos monumentales, una hazaña hecha posible por su férrea disciplina, agudo realismo y carisma popular que le valió amistades y aliados incluso entre los blancos.
Nelson Mandela se acercó en ocasiones a ideas y personajes que alejaron de sí y de su causa a personas –como él– de buena voluntad. Fue un hombre que generó grandes pasiones en un país y una época cargados de racismo y segregación y en un siglo de polarizaciones extremas, donde la violencia se hizo legítima para alcanzar casi cualquier propósito, noble o perverso.
Sus comentarios sobre Fidel Castro y la revolución cubana hechos en Namibia en 1990 fueron hirientes para el exilio cubano de Miami. Cuando Mandela afirmó que “durante mis años en la prisión, Cuba fue una inspiración y el compañero Fidel Castro una torre de fuerza...”, los exiliados cubanos –muchos de ellos ex presos políticos que como Mandela habían cumplido larguísimas condenas– reaccionaron con enojo. Cuando Mandela visitó Miami en el verano de 1990 los cubanos exiliados, sus figuras políticas y comunitarias, le reprocharon públicamente por su silencio en la condena a la violación de los derechos humanos en la isla. La visita produjo un cisma entre los líderes comunitarios del sur de la Florida que se debatían entre si se debía aplaudir su labor en contra del apartheid o si era necesario repudiar su apoyo a Castro, al entonces líder palestino Yasser Arafat y al desaparecido dictador libio Muammar al Gadafi.
Sin embargo, casi un cuarto de siglo después de aquella visita y de aquellos desencuentros, los exiliados miran atrás de otra forma.
En Miami, Ninoska Pérez Castellón, conocida comentarista radial y figura política del exilio, dijo que “el problema fue la falta de reconocimiento (por parte de Mandela) a las víctimas (del régimen de Fidel Castro). Algunos incluso habían pasado hasta más años que Mandela en la cárcel”.
Por su parte, el senador demócrata Bob Menéndez lamentó el fallecimiento de Mandela, a quien conoció personalmente y aseguró que hizo del mundo “un lugar más justo”.
“Nelson Mandela nos enseñó lo que es ser humano frente a lo inhumano, e hizo de un mundo injusto un lugar más justo”, dijo en un comunicado Menéndez, que preside el Comité de Relaciones Exteriores del Senado.
“Pocos individuos en la historia humana pueden reclamar verdaderamente un legado de paz y perseverancia como puede hacerlo Mandela. Como comunidad global, somos afortunados de habernos beneficiado de la grandeza de Mandela y siempre estaremos impresionados por su valiente trayectoria”, apuntó.
El senador por Nueva Jersey recordó su encuentro en Suráfrica con Mandela hace años, que le dejó “impresionado por su humildad e inspirado por su fortaleza”. “Fue un momento que nunca olvidaré”, confesó el legislador de origen cubano.
Mauricio Claver-Carone, director de US-Cuba Democracy Political Action Committee, un grupo que apoya las sanciones económicas contra Cuba destacó el “legado de sacrificio, perseverancia y libertad” de Mandela.
“Su muerte es también un recordatorio de los prisioneros políticos históricos del mundo, como el cubano Eusebio Peñalver Mazorra, el preso político de descencencia africana que más tiempo ha cumplido en la historia moderna, con 28 años servidos. Tristemente, Peñalver falleció en el 2006, sin haber visto libre a su amada patria”.
Meses atrás, cuando la salud de Mandela se deterioró y parecía inminente su muerte, líderes internacionales, celebridades, atletas y otros elogiaron a Mandela, quien murió el jueves a los 95 años, no solamente como el hombre que guio a SudAfrica en su tensa transición de un régimen racista a la democracia hace dos décadas, sino también como un símbolo universal de sacrificio y reconciliación.
Vestido de negro, el presidente sudafricano Jacob Zuma hizo el anuncio por televisión. Dijo que Mandela murió “en paz” acompañado de su familia alrededor de las 8:50 de la noche el jueves.
“Hemos perdido al más grande de nuestros hijos. Nuestra nación ha perdido a su más grande hijo. Nuestro pueblo ha perdido a un padre”, dijo Zuma. “Aunque sabíamos que este día llegaría, nada puede aminorar el sentimiento de una profunda y perdurable pérdida”.
En la iglesia Regina Mundi en Soweto, un área urbana al suroeste de Johannesburgo, el padre Sebastián Rousso dijo que Mandela, al que muchos consideran un símbolo de la reconciliación por sus esfuerzos a favor de la paz, tuvo un papel crucial “no sólo para nosotros como sudafricanos, sino para el mundo”.
A pesar de haber estado 27 años prisionero del régimen segregacionista blanco del apartheid, Mandela emergió de la cárcel con gestos de reconciliación y buena voluntad: almorzó con el fiscal que le dictó sentencia, cantó el himno de los blancos durante su juramentación y viajó cientos de kilómetros para reunirse con la viuda de Hendrik Verwoerd, quien fuera primer ministro al momento de su encarcelamiento.
Quizás uno de sus momentos más memorables fue en 1995 cuando entró caminando al campo de rugby de SudAfrica vistiendo la camiseta del equipo nacional, al que iba a felicitar por haber ganado la Copa Mundial.
La multitud de unas 63,000 personas –en su mayoría blancos– rugió “¡Nelson! ¡Nelson! ¡Nelson!” Mucho había cambiado. Fue en 1964 cuando lo declararon culpable de traición a la patria y lo sentenciaron a cadena perpetua en la notoria cárcel de la isla Robben.
Se emitió una orden a nivel nacional prohibiendo que se mencionara su nombre. Sin embargo, tanto él como otros presos políticos lograron sacar clandestinamente mensajes para orientar a su movimiento antiapartheid, el Congreso Nacional Africano.
Con el paso de los años crecía la conciencia internacional sobre las injusticias del apartheid y para cuando cumplió 70 años, Mandela ya era el preso político más famoso del mundo. La ocasión fue conmemorada con un concierto de rock de 10 horas de duración en el estadio Wembley de Londres, transmitido a los cuatro rincones del planeta por televisión.
Los gobernantes blancos de SudAfrica tachaban a Mandela de agitador comunista y aseguraban que si los negros llegaban al poder el país se hundiría en el caos y en un derramamiento de sangre similar al de otros países de Africa. Sin embargo, tras el derrumbe del apartheid, Sudafrica ha tenido cuatro elecciones parlamentarias y ha elegido a tres presidentes pacíficamente, lo cual ha sentado un ejemplo para el resto del continente.
“Hemos desmentido a los profetas del desastre y hemos logrado una revolución pacífica. Hemos restaurado la dignidad de todos los sudafricanos”, expresó Mandela poco antes de abandonar la presidencia en 1999, a los 80 años de edad.
Nelson Rolihlahla Mandela nació el 18 de julio de 1918, hijo de un cacique indígena en Transkei, una patria de la tribu Xhosa que luego pasó a ser uno de los “Bantustanes” que el régimen blanco creó en el país para afianzar la separación entre blancos y negros. Mandela fue criado como hijo de nobleza, lo que le inculcó un estilo personal de cordial dignidad. Muchos sudafricanos, de todas las razas, lo llamaban con su nombre de tribu, Madiba, como expresión de afecto y respeto. Se educó en escuelas metodistas y en 1938 fue a la Universidad de Fort Hare, que era sólo para negros. Fue expulsado por organizar una huelga estudiantil.
Se mudó a Johannesburgo, donde trabajó como policía en una mina de oro, como secretario de una firma de abogados y como boxeador amateur, además de que también estudió derecho. Comenzó su activismo antiapartheid en 1944 al fundar el movimiento juvenil del Congreso Nacional Africano. Cuando fue arrestado, declaró ante el tribunal: “No niego que planifiqué el sabotaje, pero no lo hice con ánimo delictivo, ni por amor a la violencia”.
“Lo hice como consecuencia de una evaluación personal metódica y ponderada de este sistema que se caracteriza por la tiranía, la explotación y la represión de mi pueblo por parte de los blancos”, agregó.
Para fines de la década de 1970, el régimen del apartheid comenzaba a percatarse de que su sistema ya era insostenible. El país estaba aislado a nivel internacional, había sido expulsado de la ONU, descartado de los Juegos Olímpicos y su economía se tambaleaba bajo el peso de sanciones internacionales. Comenzaron lentas negociaciones entre el gobierno y los seguidores de Mandela, quien en una ocasión fue trasladado de la cárcel para reunirse con un ministro gubernamental.
Un asistente tuvo que enderezarle la corbata y amarrarle los zapatos a Mandela, quien había olvidado cómo hacerlo tras tantos años de presidio. El 11 de febrero de 1990, el reo número 46664 caminó libre de la cárcel tomado de la mano de su esposa Winnie.
Tanto negros como blancos lo ovacionaban en la calle. Mandela se hizo cargo del CNA y en 1993 compartió el Premio Nobel de la Paz con el presidente F.W. De Klerk. Tras cuatro años de participar en un gobierno de transición, fue elegido presidente de SudAfrica por abrumadora mayoría, en las primeras elecciones multirraciales del país.
En su ceremonia de toma de posesión, fue saludado por generales de raza blanca y cantó junto con la multitud tanto el himno nacional de los blancos “Die Stem” (”La voz”) como el tema panafricano “Nkosi Sikelel’ Afrika” (”Dios bendiga a Africa”).
“Al fin hemos logrado nuestra emancipación política. Prometemos liberar a todos los pueblos del pesado yugo de la pobreza, la privación, el sufrimiento, y la discriminación”, declaró Mandela. “Nunca, nunca, nunca jamás volverá a ocurrir en esta tierra la opresión de uno contra el otro”, añadió.