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General: Mi nombre es Putin, Vladímir Putin, un puto más en el armario
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanet20  (Mensaje original) Enviado: 07/12/2013 18:25
Mi nombre es rainbow flagPutin, rainbow flagVladímir Putin
La política a golpe de testosterona del presidente ruso ha encontrado
un triste símbolo en las Pussy Riot, cuya excarcelación reclamaron esta semana intelectuales europeos
Representan el reverso de la mujer preferida por el exagente secreto
vladimir_putin.png (1000×1000)
  Detras de este peligroso Putin, fiero, machote, seguramente se esconde en un  armario un homosexual en potencia.. 
 
JUAN JESÚS AZNAREZ   / Madrid  / http://elpais.com/
Vladímir Putin aborrece las sensiblerías. Él pertenece a la estirpe de hombres recios, viriles, capaces de sobrevivir en la tundra siberiana con un bocadillo de abedul y una infusión de derechos civiles. Nada arredra al gobernante ruso, a juzgar por los aduladores en nómina, que lo exhibe galopando a pelo por las estepas del Volga, intrépido en una lancha rápida, imbatible y fiero en el tatami, musculoso y machote siempre. Las escenificaciones concebidas por los monaguillos de palacio ocultan su complicidad en la pujanza del rebuzno homófobo y en el encarcelamiento de dos componentes de la banda Pussy Riot cuya liberación pidió esta semana la intelectualidad europea. El trabajo de los tramoyistas es subrayar —fotos con fusil en ristre y pecho descubierto al más puro estilo Madelman— la pericia de Vladímir Vladímirovich en la pesca de lucios como orcas, en el buceo a grandes profundidades, y atribuirle una valentía patriótica casi temeraria.
  
Excepto su miedo a la libertad, nada asusta a un mandatario que se enternece con la defensa de las grullas y el oso polar, su compromiso con la preservación es sincero. También lo es su apego al esquí y la equitación, y su aversión al feminismo y a los impulsos libertarios de las jóvenes Nadezhda Tolokonnikova y Maria Alejina, fundadoras del grupo punk que el 21 de febrero de 2012 arengaron en la catedral de Cristo Salvador contra el ordeno y mando del exagente del KGB devenido en presidente. El día de autos, cubiertas con chillones pasamontañas, se santiguaron frente al altar de la iglesia ortodoxa y, guitarreando, pidieron a la Virgen María que se llevara a Putin. Fueron condenadas a dos años de prisión con cargos de vandalismo e incitación al odio religioso, de los que han cumplido 18 meses. El desaforado castigo ha potenciado la nominación del documental Pussy Riot: A Punk Prayer a los Oscar.
 
El restrictivo criterio de Putin sobre la emancipación de la mujer y el reparto de roles en la pareja heterosexual no es nuevo. Durante años, el número de matrícula del Audi negro que le trasladaba de su residencia particular al Kremlin fue el 007. Vladímir Bond, experto en artes marciales, nunca ocultó su fascinación por los servicios de inteligencia, a los que perteneció en la Rusia comunista y poscomunista.
 
Un asesor del Kremlin sugirió a Putin una amnistía para final de año que afectaría a las dos jóvenes
Pero el mandatario, de 61 años, no solo admira el arrojo del héroe británico, sino que renovó y plastificó las prerrogativas de su licencia en la Rusia de la intolerancia, convirtiéndose en matarife de las libertades, según le acusa la oposición. “La cárcel no va a cambiar a mi hija. Cuando era niña, su fábula favorita era la de un cordero que embiste contra un roble”, dijo Andréi Tolokonnikova, padre de Nadezhda, en declaraciones a La Voz de Rusia. “Papá, nunca me obligues a hacer algo, me dijo con cuatro años”. Su padre accedió, pero el presidente ruso es autoritario e impositivo, de acuerdo con el grupo de intelectuales que han pedido en un manifiesto la mediación de la UE para lograr la excarcelación de las dos presas. Dos víctimas de la censura de un político hiperactivo, abstemio, educado a la vieja usanza soviética, en el secretismo y en los tabúes y atavismos sobre la igualdad de género, las ONG, la prensa independiente y los derechos civiles.
 
Tanta testosterona en política tiene consecuencias graves. La Duma ha aprobado la estigmatización de la homosexualidad casi por unanimidad, y el 34% de los rusos cree que los homosexuales son enfermos, según la encuestadora Levada. Su apaleamiento, la prohibición de entregar niños en adopción a parejas del mismo sexo —la directora del Instituto Catalán de Acogida y Adopción, Núria Canal, admitió que se han paralizado las adopciones con España, donde el matrimonio gay está permitido—, el surgimiento de grupos neonazis a la caza del inmigrante étnico y la retirada de Ikea de un artículo en su revista sobre una pareja británica lesbiana son secuelas de esa legalidad carca. “¿Dónde están mis chicos gais esta noche?”, preguntó Lady Gaga en su concierto moscovita en 2012. Los gais estaban con ella, pero también los comisarios del juzgado de paz de San Petersburgo, que multó a la empresa Planet Plus por permitir a su diva ese “descaro propagandístico”.
 
Las reacciones a tanto retroceso democrático han sido variadas. En una de las últimas, un grupo de beldades ciñen camisetas con la imagen del idolatrado, en un vídeo colgado en las redes: “Este hombre que ha cambiado el país me vuelve loca”, se derrite una tal Diana. También fue un bombazo la escrotofixión del joven pintor Pavel Pavlenski en noviembre en la plaza Roja de Moscú. Cabizbajoy desnudo, permaneció hora y media mirando el clavado de la cubierta testicular a los adoquines de la histórica plaza. Fue curado en un hospital y liberado. En mayo, también en pelotas, se enrolló en alambre de espinos para protestar contra nuevas leyes represivas. Y en otra ocasión se cosió la boca en solidaridad con las Pussy Riot.
 
Nadezhda Tolokonnikova fue internada recientemente en un presidio de Siberia, según denunció su marido, Piotr Verzilov, con quien tiene una hija de cuatro años. Miles de kilómetros de peregrinación penitenciaria desde el comienzo del cautiverio, en marzo del pasado año: primero en Moscú, después en un penal de Mordovia y ahora en una celda siberiana. Y como arrecian las protestas, un asesor del Kremlin sugirió este miércoles que Putin El Magnánimo aprobara una amnistía a finales de año, con el vigésimo aniversario de la Constitución de 1993, que beneficiaría a las dos jóvenes y al magnate Mijaíl Jodorkovski. A la espera de que así sea, se suceden las convocatorias al boicoteo de los Juegos Olímpicos de invierno en la ciudad de Sochi.
 
Las Pussy Riot, procaces y librepensadoras, no son el tipo de mujer promocionado por el presidente. No sorprende su inquina contra el grupo liderado por Nadezhda, pues ha posado desnuda y participó en el dibujo de un falo gigante frente a la sede del Servicio Federal de Seguridad (antigua KGB), que Putin dirigió en 1998. Tampoco es reciente el antagonismo de Putin con la periodista y escritora Masha Gessen, autora del libro El hombre sin rostro y casada con Svetlana Generolva, activistas ambas en las asociaciones de gais y lesbianas rusas.
 
“Mujeres que han trabajado con él le describen como inseguro y libidinoso como un adolescente entrado en años”, escribió Gressen, con indisimulada bilis, en Vanity Fair. “Y desde que ascendió al poder ha desarrollado una gran afición por los trajes caros y los relojes de marca, aunque su gusto sigue siendo provinciano”. Puede que sea el hombre envidioso y vengativo que describe Gressen, pero no hay constancia de que a Putin, además del poder, le obsesione la riqueza, más allá de un chalé de dos plantas, un Volga clásico de los cincuenta, cuentas bancarias de saldo desconocido y tesoros patrimoniales y testaferros de las leyendas urbanas.
 
Cursó la carrera de Derecho y se adentró en el mundo de los servicios secretos y también en el corazón de la azafata de vuelo Ludmila. A los tres años y medio de noviazgo le pidió matrimonio: “Tú sabes que no soy hombre de carácter fácil. La vida conmigo tiene sus riesgos”, se sinceró. Se casaron en 1983, tuvieron dos hijas, María y Catia, a las que casi nadie conoce físicamente. Anunciaron su divorcio el pasado junio.
 
Las escandalosas Pussy Riot son el indigesto contrapunto de la mujer preferida por el césar de los Urales, según consta en las confesiones de quien fuera su esposa durante casi 30 años, recogidas en la biografía Conversaciones con Vladímir Putin (2000). Aparentemente resignada, Ludmila, de 55 años, dijo a los biógrafos que su exesposo cree que la mujer “debe ocuparse de las tareas de la casa”, y no conviene elogiarla porque acaba creyéndoselo “y la estropeas”. Esta doctrina rige aún en la mayoría de los hogares de Rusia y Europa del Este, y explica la vigencia de una hombría de bragueta y costumbres paleolíticas.


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