Cuando la calle Terraza en la barriada de Lawton es atrapada entre las calles 12 y 13, se convierte en callejón. Justo antes de estrecharse, custodiada en su fachada por la Virgen de la Caridad, Patrona de Cuba, se mantiene casi intacta la casa de Celia Cruz, La Guarachera de Cuba. La residencia número 110 en el antiguo reparto La Mallorquina se construyó en 1954 al gusto de La Dama de la Salsa. Junto a la casa, se mantiene orgullosa de vencer al abandono otra propiedad de la cantante. El edificio de dos plantas que levantó en 1956 para rentar sus cuatro apartamentos. La zona, donde varios artistas de la época también construyeron, prometía prosperidad. Ramón Reimond, de 86 años, vecino del lugar, lo asegura. “El reparto venia en desarrollo. Aquí construyeron sus casas Lino Frías, Arsenio Rodríguez. Pedro Knight, Rolando la Serie. Sabrá Dios lo que fuera este reparto hoy en día”.
Fue en este ambiente y sobre caminos de tierra donde La Reina estableció su hogar para vivir en unión de su mamá Ollita, su hermano Bárbaro y su prima Evangelina García, Nenita. Aunque asegura Mercedes Laura Figueras Alonso, prima hermana de la artista, que “Celia era propietaria de un terreno en Asunción, Luyanó, donde proyectaba construir su casa permanente”. Lamentamos que la actual moradora de la vivienda de la calle Terraza, María Caridad, hija de una prima de Celia, se negó a recibirnos. Por fortuna, otros familiares que aun residen en la zona, y los vecinos, nos abrieron las puertas.
Mongo, dueño de un camión en la década del 50 fue contratado para cargar materiales durante la construcción del edificio. “Recuerdo a Celia subida en la placa con un pariente suyo que estaba al frente de la obra, un ingeniero que vivía cerca…. En esta zona había pocas casas, para llegar aquí con el camión hice carrileras de hormigón”. La vecina de la casa colindante, Olga Aguirre, de 83 años, recuerda más: “Cuando Celia comenzó a fabricar, ya vivíamos aquí….Era muy alegre, no de meterse en casa de nadie pero siempre estaba atenta a todos. Ella peinaba a mi hija cuando era pequeña… Cuando me case me regaló unos gansos grises de porcelana muy lindos…Ollita fue testigo de mi boda”. El orgullo de haberla tenido cerca se respira en los testimonios de los vecinos que peinan canas. Los jóvenes se conforman con escuchar y repetir las historias de quienes vivieron aquella época de alegría dorada en el barrio.
Miguel Velazco, de 69 años, era una niño cuando La¨Reina de Todos los Ritmos hacía sus fiestas. “Paulina Álvarez venía a los cumpleaños. Yo participé en uno y conocí a Paulina. Invitaba a todos los muchachos del barrio. Niño que llegaba allí, ella (Celia) le daba dulces y caramelos”.
Eduardo Borrell, de 61 años, recuerda cuando la artista compró todas las cervezas de la bodega La Complaciente y formó tremenda fiesta en la calle Terraza. Idalia Ascanio, la hija de Andrés, el bodeguero, narra la última fiesta que recuerda, en 1958. “Fue un homenaje a la Caridad del Cobre. Estas eran calles de tierra llenas de carros de lujos del año, patrulleros de la policía… Todo el mundo venía a celebrar”. La cordialidad y las fiestas es el recuerdo más vivo que mantienen los vecinos del reparto, donde vivió La Diosa de la Alegría. Rememora Luis Ruiz, de 73 años, cómo en un instante la guarachera convertía el barrio en un carnaval.
“Aquí bailaban todos con las fiestas de Celia. Por aquí vivían muchos artistas….Olga Guillot venía con su hermana Ana Luisa. Ahí fue donde la conocí. Todas las orquestas pasaron por las fiestas de Celia, la Sonora, Saratoga…”. Relata Mercedes Figueras que “jamás se ha escuchado en el barrio un criterio negativo sobre Celia. Trataba a todos con la humildad de su origen”, asegura su prima. Mercedes tenía 16 años cuando Celia Lla Grande dejó Cuba rumbo a México, el 16 de julio de 1960. Un día que el dolor de abandonar su tierra hizo coincidir con el de su muerte.
Su prima la recuerda alegre, familiar y con la picardía que ella repite en la sangre. “No hacía mucha vida de barrio porque siempre estaba en ensayos y cuando estaba en la casa se encerraba en el cuarto a estudiar su música. Pero cuando se sentaba en el portal de la casa con su mamá saludaba a todo el que pasaba”. “Había domingos que invitaba a almorzar a quienes trabajaban con ella”, relata Mercedes. Hacía fiestas pero la fija de todos los años era en la víspera del 8 de septiembre, día de la Caridad del Cobre”, agrega. La devoción sincrética que predomina en el barrio despertó el interés por la vida religiosa de La Reina del Guaguancó. Es de dominio público que la hija de Obbatalá no tenía hecho el Santo.
Recibió el Cofá con el Oshún en 1956, deidades que a su muerte heredó, en una ceremonia Itúto, Yardis García Rousseau, hija de una prima de la artista. Yardis abandonó la carrera pedagógica y se gradúo en la Academia de Canto Mariana Dominich. En la actualidad integra el quinteto Voces Negras, beneficiado por la crítica. Ella recuerda la frustración de su abuela cuando participó en el concurso televisivo Todo el mundo canta y fue eliminada porque era familia de Celia Cruz. “Prefiero no decir que tengo lazos familiares con Celia…. Mi mayor anhelo es cantarle a Celia en su tumba. Si la suerte me acompaña, lo haré el próximo año”, señala.
Los recuerdos glorifican Aunque se conservan fotos, después de la muerte en el 2002 de Anacleta Alfonso Ramos (tía Ana), a los 98 años, se vendieron los premios de La Reina de la Música Latina que se conservaban dentro de su casa. Un año más tarde, fallece Celia. Mercedes Figueras organizó una velada a la que acudieron vecinos del barrio a rendir póstumo homenaje. El único recuerdo ingrato de aquel momento fue la opinión del gobierno. “Cuando Celia murió fue una falta de respeto de la prensa cubana llamarla icono de la contrarrevolución”, declara. ¨Ni Celia, ni Beny (Moré) han tenido sustitutos en su música”.
En todos los rincones del antiguo reparto La Mallorquina, está la sonrisa azucarada de Celia Cruz. La huella de la “Guarachera de Cuba” persiste en los callejones asfaltados de un rincón de La Habana donde los moradores se niegan a perder su recuerdo. Eso lo constante desde nuestra llegada al barrio, en la respuesta de Carlos O’Farril, un señor cuarentón, cuando preguntamos dónde quedaba la casa que era de Celia Cruz. “La que era no, la que es la casa de Celia”, dice medio serio.