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General: Los amores de una monja y una numeraria
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanet20  (Mensaje original) Enviado: 06/01/2014 14:51
Amores de una monja y una numeraria
reportaje_junio2012_1.jpg (700×269)
POR MARÍA JESÚS MÉNDEZ
Dios, si no quieres que sea homosexual, ¿por qué me has hecho así?”, le preguntaba Susana (nombre cambiado) a Dios, cuando medía poco más de un metro veinte y aún no tenía la regla. Susana estudiaba en un colegio madrileño Opus Dei, ideología de su familia, y tenía nueve años cuando escuchó de una profesora lo que era ser homosexual. Gustar de alguien del mismo sexo. La profesora explicó que no sólo era algo malo, sino que también algo que no quería Dios. A Susana le dolió el estómago. “Yo soy eso”, pensó.
  
Susana, que hoy tiene 33 años, pasó muchas noches rezando y confrontando a Dios. No era capaz de entender que Dios la hubiera hecho homosexual si él odiaba la homosexualidad. Rezaba y esperaba que todo cambiara. Pero no cambió. El paso de los años intensificó esas sensaciones y enamoramientos. “Lo pasaba muy mal, idealizaba y amaba chicas, me torturaba eso. Amores imposibles. Rezaba mucho. A los 14 años empecé a salir con chicos porque era lo que tenía que ser. Para mí la vida real no tenía nada que ver con el corazón. Me trataban bien, eran como mejores amigos. Sólo nos dábamos besitos”, recuerda Susana.
Para no pensar en las cosas que la perturbaban, Susana se centró en los estudios y en la iglesia. Tenía las mejores notas de la clase y viajaba con las juventudes católicas haciendo trabajo social.
 
A los 18 años entró a un Colegio Mayor para formarse como numeraria del Opus Dei. Ser numeraria implica un compromiso de celibato y normalmente vivir en un centro de la institución. En éste conoció Susana, con 22 años, a Raquel, la hermana de 18 años de una compañera numeraria, que también estaba formándose en la doctrina opusiana.
 
“Al principio no me llamó la atención, pero empezamos a tener mucha afinidad, ella parecía un poco más rebelde, usaba pantalones anchos, teníamos una conexión enorme, nos contábamos todo, hablábamos de todas las cosas, yo sólo quería estar todo el día con ella. La atracción era mutua, no hablábamos de eso pero ambas lo sabíamos y lo decíamos con la mirada. Queríamos hacer las cosas bien. Pero yo sentía hasta dolor adentro. Un día no aguanté más, estábamos en mi habitación. Me levanté, cerré la ventana, la tomé de la mano y la besé. Fue tan increíble todo lo que sentimos. Pero fue triste porque nos despedimos así. La habíamos cagado y ya no podíamos volver a vernos”, cuenta Susana.
 
Pero la distancia no duró más de un día. A la mañana siguiente Raquel llamó a Susana y le dijo que no quería estar lejos de ella. Que la quería. “Me jodía mucho, yo era numeraria y ella se estaba preparando. No podía decirle nada, ni darle esperanzas aunque me moría de amor por ella. Me sentía tan mal que quedé con mi director espiritual y le conté lo que había pasado. Él me dijo que el problema es que teníamos mucha intimidad y eso confundía. Y que la solución era que no estuviéramos solas, siempre con otras personas. Hicimos eso pero era horrible porque no podíamos hablar. Un día no aguantamos y nos fuimos a una habitación a conversar. Llegó la directora del centro, nos abrió la puerta de par en par, ‘¿qué estáis haciendo aquí solas?’, nos dijo”.
 
Los directores del centro le pidieron a Susana que se planteara su condición de numeraria y su permanencia en la casa. Susana y Raquel dejaron el centro religioso.
 
Durante más de dos años Susana y Raquel mantuvieron una relación a escondidas. Se besaban y tocaban en los baños de MacDonals, Rodilla, los probadores de Zara y detrás de los árboles de El Retiro. Iban juntas a misa y a confesar el pecado de besar a otra mujer. Las respuestas de los sacerdotes variaban entre sugerir tomar distancia o cortar la amistad. “Intentábamos hacer las cosas bien. Dejar de besarnos, pero no podíamos, siempre volvíamos a caer. Ella era mi vida, yo no soportaba ni siquiera estar un mes de vacaciones con mi familia, sin verla”, relata Susana.
 
“Ojalá fueras un chico, Susi. Sería maravilloso y ya estaríamos casadas”. Así empezó a hablar Raquel el día que dejó a Susana. “Pero no lo eres y yo quiero casarme y tener muchos hijos, como tienen mis hermanos. Y eso no me lo puedes dar”. Han pasado casi diez años y Susana aún recuerda como la afectaron esas palabras. Raquel volvió a formar parte del Opus Dei, un año después se casó y en la actualidad tiene cuatro hijos. Susana bajó de peso hasta llegar a pesar 41 kilos. 18 meses necesitó para recuperarse. Después de un tiempo decidió dar un cambio a su vida. Salió del armario ante su familia y entró a internet para conocer otras lesbianas. “Desde entonces he tenido dos novias. Y aunque mi vida está bien ahora, tengo amigas y un trabajo que me gusta, no he vuelto a sentir por otra mujer lo que sentí por Raquel”, concluye.
 
Me lié con una monja
 Rosa tiene 44 años y vive en un pueblo de Aranjuez. Está casada con una mujer y ambas son madres de una niña de seis meses. En su pueblo no había bares ni lugares de encuentro para mujeres lesbianas, por lo que todas las relaciones que estableció Rosa fueron relaciones que empezaron en forma de amistad con compañeras de trabajo, de estudios y vecinas. Casi todas heterosexuales. Ya había tenido varias novias cuando conoció a Pilar. Pilar era monja, tenía 26 y realizaba un voluntariado en un centro de personas discapacitadas, lugar de trabajo de Rosa. Rosa estaba en el armario. En su pueblo la homosexualidad era completamente invisible.
“Pilar y yo empezamos a llevarnos muy bien, a contarnos las historias de la adolescencia, a tener mucha complicidad, a darnos golpecitos, vamos, lo que se llama tontear. Ella tocaba la guitarra en misa y me propuso enseñarme a tocar. Era nuestro día más esperado de la semana, porque terminábamos el trabajo y nos íbamos a una sala aparte del centro. Hablábamos mucho, casi no tocábamos la guitarra. Pero fue creciendo la intimidad y el contacto físico. Ella, para enseñarme a tocar, me tomaba las manos, para hacer los acordes, me abrazaba por detrás. Empezó a surgir una atracción brutal”, cuenta Rosa.
 
La congregación de Pilar le dio una semana de vacaciones en verano. Pilar invitó a Rosa para que la acompañara a la casa de su madre, en un pueblo pequeño al sur de España. Compartían habitación. La primera noche hablaron de sentimientos. “Ahí ella me dijo que sentía mucha cercanía conmigo, que ya la había sucedido en el pasado de querer mucho a algunas amigas, quererlas tanto hasta el punto de desear besarlas y abrazarlas. Estábamos muy cerca y yo le dije que lo nuestro no era normal, que era más allá de caerse bien, que era algo especial. Nos besamos”.
 
Rosa no le dijo a Pilar que era lesbiana ni que había tenido relacionares con mujeres. Se liaron a lo largo de toda la semana. Los primeros dos días, Pilar le pidió a Rosa que solo la tocara de la cintura para arriba. Ya al tercer día no había limitaciones.
 
“Pasábamos el día entero enrollándonos. Su madre, que era una mujer muy mayor, decía ‘pero cómo pasáis el día durmiendo, ¿tan cansadas estáis?’ Porque nos levantábamos tarde, nos echábamos una siestas de muchas horas, por la tarde íbamos un rato a las fiestas del pueblo y por la noche nos metíamos pronto a la cama”.
 
Al finalizar las vacaciones, Pilar y Rosa regresaron a Aranjuez. Jamás volvieron a besarse ni a hablar de lo que había sucedido. “Era muy raro para mí. Cuando estábamos juntas yo le preguntaba qué iba a pasar entre nosotras, yo quería estar con ella pero me sentía culpable porque no quería apartarla de su camino. Ella me dijo desde el primer momento que tenía claro que quería ser monja, que era su destino. Quería estar casada con Dios, no conmigo. Que no había podido frenar lo que sentía por mí, y como eran sus vacaciones se dejó llevar. Pero era todo muy raro, ella era consciente de que llevaba días pecando, pero que hasta que no se acabara esa semana ella no iba a dejar de hacerlo, quería aprovechar. Era como quien se toma un año sabático”, comenta Rosa.
 
Al cabo de unos meses Pilar terminó su voluntariado y la congregación la destinó a otra ciudad. Pilar y Rosa no han vuelto a verse. Algunas navidades retoman el contacto por teléfono. Rosa no le ha dicho que está casada y que tiene una hija. Pilar tampoco ha preguntado. En la actualidad tiene un cargo importante, a la cabeza de una congregación.
 


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