Fútbol y homofobia
Thomas Hitzlsperger
Por: Fernando Aramburu | http://elpais.com/
La edición del semanario alemán Die Zeit con fecha del 9 de enero pasado incluyó una entrevista de dos páginas con Thomas Hitzlsperger. Este conocido futbolista, ya retirado (a una edad bastante temprana, por cierto: tiene 31 años), solicitó la entrevista con el fin de hacer pública su homosexualidad. Deseaba antes de nada suscitar un debate público sobre el asunto.
El mismo día, por la noche, sus declaraciones, en todo momento ponderadas, merecieron un espacio en los noticiarios de televisión. Un día después, no se hablaba de otra cosa en Alemania. Las palabras del exfutbolista tardaron poco en dar la vuelta al mundo.
Hitzlsperger fue en su día un centrocampista de alto nivel. Defendió los colores del Stuttgart, posteriormente los del Wolfsburgo. Jugó asimismo en Inglaterra e Italia, y vistió cincuenta y dos veces la camiseta nacional. Llegó a ser capitán de la selección. Luego se ha sabido que una de las personas a quienes solicitó opinión sobre el propósito de revelar su homosexualidad fue el seleccionador Joachim Löw, quien lo animó a dar el paso.
El gesto de Hitzlsperger suscitó en Alemania el aplauso general. Se oyeron, sí, algunas voces disconformes con el momento elegido por el exfutbolista para su revelación, por considerar que habría sido más oportuno efectuarla cuando Hitzlsperger aún ejercía de futbolista profesional.
Esto se dice fácil. Atrévase un hijo de su madre a jugar en un estadio ajeno, ante cuarenta mil hinchas del equipo rival, después de haber hecho pública su homosexualidad. Me da que el tal, si colecciona afrentas, pronto habría llenado el álbum. Se ha recordado estos días el caso del jugador inglés Justin Fashanu. El cual, reconocida en público su homosexualidad, vivió un infierno que lo condujo, al cabo de algunos años, al suicidio.
A excepción del referido reproche, a Thomas Hitzlsperger le llovieron los parabienes. Numerosos futbolistas, funcionarios del deporte, políticos y personalidades públicas elogiaron su valentía. En Alemania, país liberal con un nivel educativo alto, la homosexualidad ni está prohibida ni constituye motivo de escándalo. Baste recordar que el Ministro de Exteriores anterior al actual está casado con una persona de su mismo sexo y el alcalde de Berlín convive con su pareja masculina. Una de las primeras intervenciones públicas de la actual titular de la cartera de Medio Ambiente, al incorporarse al cargo, fue declarar su homosexualidad, un modo eficaz de precaverse contra curiosos y chismorreros. Lo que está prohibido en Alemania es discriminar a nadie por causa de su condición sexual.
El quid, por tanto, el problema o como quiera llamársele no es exactamente la homosexualidad, sino la homofobia en los estadios de fútbol, donde persisten tabúes de viejos tiempos. Salidas del armario, como suele decirse en español castizo, se han producido en otras modalidades deportivas sin tanto ruido mediático. Recordemos al jugador de baloncesto Jason Collins, a la tenista Martina Navratilova o al boxeador Orlando Cruz. Incluso el fútbol femenino, muy desarrollado en Alemania, está en lo tocante a la cuestión de la homosexualidad mucho más libre de prejuicios que el masculino. La portera Ursula Holl, por ejemplo, está casada con una mujer y a nadie se le despeina por ello una ceja.
Al parecer, el fútbol masculino continúa despertando en más de un cerebro asociaciones atávicas que lo identifican con la virilidad entendida de una manera reductora. La ignorancia tiende a equiparar al homosexual con una versión débil del varón, incluso con la feminidad, como si ser mujer fuera algo negativo. Estos clichés se transmiten adosados a formas lingüísticas claramente denigratorias de los homosexuales y no infrecuentes, como han reconocido estos días algunos jugadores, en los vestuarios de los equipos.
Revela un grado supremo de tosquedad la persona a la cual le basta que un humorista imite las maneras de un mariquita para romper a reír. Tópico, por cierto, que no cuadra en absoluto con el tipo de deportista que fue Thomas Hitzlsperger, conocido, por razones que se dejan imaginar, con el sobrenombre de der Hammer (el Martillo).
En una sociedad cuyos ciudadanos no fueran renuentes al respeto mutuo sería irrelevante saber a quién ama la gente en su intimidad. De ahí el enorme valor cívico que comporta el gesto de Thomas Hitzlsperger. Quizá, como ha repetido estos días la prensa alemana, si otros futbolistas de similar condición se animasen a seguir el ejemplo, el mundo, también dentro de los estadios, sería un poco mejor; no sé, más agradable, más humano.