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General: Joe Biden, vicepresidente de EEUU : La situación en Venezuela es alarmante
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: administrador2  (Mensaje original) Enviado: 10/03/2014 03:46
Joe Biden, vicepresidente de EE. UU., dice que 'la situación en Venezuela es alarmante'.
'En vez de inventar conspiraciones, Maduro debería escuchar al pueblo'
  
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El vicepresidente de EEUU pidió al gobierno
de Nicolás Maduro respetar los derechos universales de la población
 
             POR  CAROLINA ÁLVAREZ PEÑAFIEL
 La crisis en Venezuela, afirma Joe Biden, “me recuerda épocas pasadas, cuando hombres fuertes gobernaban usando la violencia y la opresión”. El vicepresidente de Estados Unidos llega hoy a Chile, en su segunda visita al país y su séptimo viaje oficial a la región, con una agenda que tendrá entre sus prioridades la delicada situación por la que atraviesa el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela.

En una entrevista por escrito con El Mercurio, el vicepresidente demócrata desestima las “teorías conspirativas” con las que Venezuela acusa a Washington de injerencia y sostiene que Estados Unidos no está interesado en las viejas batallas ideológicas, sino en buscar un hemisferio “de clase media, democrático y seguro”.

Los críticos dicen que la administración Obama no presta suficiente atención a la región y que debería involucrarse más en temas como la crisis en Venezuela. ¿Está preparado EE. UU. para dar un paso más allá en términos diplomáticos y, por ejemplo, promover un esfuerzo con otros países para ayudar a resolver la crisis en Venezuela? ¿Cree que ha sido débil la actuación de la OEA?

La situación en Venezuela es alarmante. El Gobierno tiene la responsabilidad básica de respetar los derechos universales, que incluyen las libertades de expresión y de asamblea; proteger al pueblo de la violencia y comprometerse en un diálogo genuino en un país profundamente dividido. Hay un mejor camino y el pueblo espera que el Gobierno lo tome.

Enfrentar a manifestantes pacíficos con la fuerza (pública) y en algunos casos con milicias armadas, limitando la libertad de prensa y de asamblea –necesarias para el debate político legítimo–, demonizar y arrestar a los opositores políticos y reforzar dramáticamente las restricciones para los medios no es lo que esperamos de democracias signatarias de la Declaración de los Derechos Humanos y de la Carta Interamericana, y ciertamente no está a la altura de los sólidos estándares de democracia que tenemos en la mayor parte de nuestro hemisferio.

La OEA y sus miembros tienen un importante rol para reforzar las instituciones democráticas y para ayudar a resolver crisis políticas como la de Venezuela. Hemos visto llamados de la OEA y de países de la región para respaldar un diálogo en Venezuela y llamados para que todos los actores eviten la violencia y la intimidación.

He trabajado en estos temas por mucho tiempo en todo el mundo y la situación en Venezuela me recuerda épocas pasadas, cuando hombres fuertes gobernaban usando la violencia y la opresión, y (la violación de) los derechos humanos, la hiperinflación, la escasez y la extrema pobreza causaban estragos en los pueblos del hemisferio. Fue un capítulo difícil de nuestra propia historia, debido a que nuestra lucha con la Unión Soviética algunas veces nos dejaba del lado de líderes que no compartían nuestros valores. Pero EE. UU. finalmente quedó del lado correcto de la historia en lugares como Chile, donde el embajador Harry Barnes y otros defendieron públicamente a las víctimas de la represión. Esos días ya casi no existen gracias a la valentía de muchos hombres y mujeres de las Américas, quienes sufrieron en nombre de la democracia.

Hoy, ellos son líderes de algunas de las sociedades más vibrantes e inclusivas de la región. He conocido y me he maravillado con estos líderes donde las urnas son el rey, donde los militares no pueden vetar la voluntad del pueblo y donde se gobierna por resultados, asegurando los derechos de las futuras mayorías, comprometiéndose en el diálogo y protegiendo las libertades fundamentales. Ellos nos enseñan a todos que la democracia implica consideraciones sobre cómo se ejerce el gobierno, no solo sobre cómo es elegido.
El presidente Nicolás Maduro hasta ahora ha tratado de distraer a su pueblo de los temas más importantes que están en juego en Venezuela al inventar conspiraciones extravagantes sobre EE. UU. En lugar de eso, debería escuchar al pueblo venezolano y mirar el ejemplo de esos líderes que resistieron la opresión, o se arriesga a repetir las injusticias contra las que ellos pelearon con tanta valentía.

La crisis en Venezuela ha subrayado las diferencias políticas entre gobiernos como los de Argentina, Bolivia y Ecuador, que respaldan al presidente Maduro, y otros como el chileno y el colombiano, que llaman a un diálogo con la oposición. ¿Cómo define usted la relación de EE. UU. con Latinoamérica? ¿O ve usted dos Latinoaméricas?

Desde el momento en que asumió, el presidente Obama ha sido claro en que no nos interesa volver a pelear las batallas ideológicas del pasado en este hemisferio, y ha trabajado por un futuro de mayor integración y respeto por los derechos universales. Los asuntos de las Américas siempre han sido importantes para Estados Unidos, pero importan aún más hoy porque lo que sucede en la región tiene más impacto en nuestra prosperidad y seguridad que nunca antes. Por eso, la administración Obama ha puesto en marcha el período de participación estadounidense más sostenido en las Américas en mucho tiempo, para aprovechar el enorme potencial de la región –económico, político y social– en beneficio mutuo del pueblo estadounidense y los ciudadanos de las Américas.

El 11 de marzo asistiré a la segunda investidura de Michelle Bachelet como presidenta de Chile antes de ir a República Dominicana, donde seré el primer funcionario de la Casa Blanca en visitar ese país en más de 20 años. En mis viajes he tenido la suerte de conversar con muchos líderes inspiradores que trabajan para sacar a sus ciudadanos de la pobreza, diversificando y abriendo sus economías para competir a nivel global, integrando los mercados de energía y la infraestructura nacionales y construyendo nuevos espacios para la cooperación. Este tipo de esfuerzos nos enseñan a todos que el pragmatismo, y no la ideología, es el secreto del éxito. No es coincidencia que los países que han usado democracia y mercados abiertos para crear nuevas oportunidades para sus ciudadanos están entre las economías más prósperas de la región.

Infortunadamente, algunos miran más al pasado que al futuro. Reconocemos que quedan resabios de la Guerra Fría, de modo que hay suspicacias. Pero en mis viajes he descubierto que la mayoría de la gente en las Américas está cansada de pelear viejas batallas ideológicas que no ayudan en nada a sus vidas cotidianas. Nuestros ciudadanos quieren saber qué defendemos, no solo en contra de qué estamos. Ellos están enfocados en lo que nuestros gobiernos pueden hacer para entregar beneficios concretos, como trabajos pagados con buenos salarios, educación para nuestros hijos, seguridad en sus comunidades y un futuro donde nuestras economías y países están fuertemente entrelazados y donde los derechos humanos fundamentales son respetados. Eso es lo que la gente que votó por nosotros quiere.

Es por esa razón por lo que en los últimos años hemos hecho un esfuerzo para mejorar la relación con nuestros críticos más duros. Pese a nuestra voluntad para tender puentes, no nos hacemos ilusiones de que esta relación mejore pronto. Afortunadamente, estos son casos aislados en una región donde una mayoría de países ven de forma positiva la relación con Estados Unidos y son nuestros socios en muchas áreas.
Los críticos también apuntan que China aprovecha la supuesta falta de interés estadounidense en la región con tratados económicos. Ahora Rusia quiere forjar una alianza con Nicaragua, Venezuela y Cuba para expandir su presencia militar. ¿Es esto un desafío al poder de Washington en una región que tradicionalmente ha estado en la esfera de influencia de Estados Unidos?

La historia más importante no es sobre los países que proyectan su influencia en el hemisferio occidental, sino más bien cómo los países de la región cada vez más son actores globales. Esta es una región cuyos gobiernos no están solo construyendo nuevos foros para el diálogo entre ellos; también están yendo más allá de las Américas para afianzar relaciones comerciales con Europa, África, India y Asia. Chile, por ejemplo, es un miembro productivo del Apec (Foro de Cooperación Económica del Asia-Pacífico) y tiene acuerdos comerciales con al menos 60 países. Colombia trabaja para acceder a la Ocde (la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico). Uruguay contribuye más a las operaciones internacionales de paz, si lo consideramos en una base per cápita, que cualquier otro país en el mundo. La política de EE. UU. es alentar y respaldar estas tendencias.

Pero también hay un número importante de interesados que invierten en las Américas, económica, política y socialmente, y eso incluye no solo a China y Rusia, sino también a la Unión Europea, Canadá, Japón y Corea del Sur, entre otros. Nuestra actitud es dar la bienvenida a las contribuciones de cualquier país que trabaje activamente por nuestro objetivo común de lograr un hemisferio de clase media, democrático y seguro, desde Canadá hasta Chile. Decidir quiénes están contribuyendo a ese objetivo depende de los pueblos de las Américas.

Mientras China y Rusia tratan de extender su presencia en Latinoamérica, EE. UU. prioriza el giro a la región Asia-Pacífico. ¿Qué tan importante es la conclusión de las negociaciones del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) para esta estrategia?

Finalizar el TPP –que incluye a cinco países del hemisferio occidental– es una alta prioridad para esta administración, y el Presidente y yo estamos decididos a sacarlo adelante. La agresiva agenda comercial del Presidente ha llevado a un aumento del 50 por ciento de las exportaciones de Estados Unidos, sumado 700.000 millones de dólares a nuestra producción económica y contribuido con un tercio de nuestro crecimiento económico. Lo que es más importante, el aumento de las exportaciones ha solventado la creación de empleos en nuestro país: cada mil millones de dólares en aumento de las exportaciones genera entre 4.000 y 5.300.

Las naciones del TPP tienen un PIB combinado de 28,1 billones de dólares, representan el 39 por ciento del PIB mundial e incluyen economías tan diversas como Estados Unidos, Japón, Malasia y Chile. Una vez concluido, el acuerdo será un apoyo para crear y retener empleos y promoverá el desarrollo económico entre sus miembros, al aumentar el acceso a los mercados, elevar los estándares laborales y ambientales y emparejar la cancha.

Todos conocen el atractivo económico de Asia, pero también vemos un enorme potencial en las Américas. El TPP es la manifestación de nuestra visión de un Pacífico más amplio, que incluye el hemisferio occidental. En ese sentido, el acuerdo podría profundizar nuestra relación comercial con una región que es destino para el 40 por ciento de las exportaciones de Estados Unidos y donde ya tenemos una línea casi continua de acuerdos de libre comercio desde Canadá hasta Chile.
 


      El Mercurio (Chile)
 


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