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De: SOY LIBRE  (Mensaje original) Enviado: 05/04/2014 19:28
La escasez de productos básicos, las barricadas y
las tensiones sociales convierten la vida en Caracas en una carrera de obstáculos
  
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Un joven camina frente a una barricada en el sector El Cafetal, en Caracas
                                                    POR FRANCISCO PEREGIL  / Caracas  /  EL PAÍS
    La escena puede apreciarse cualquier día en los principales supermercados de Caracas. A las ocho de la mañana del martes unas doscientas personas guardan cola ante la puerta del Excelsior Gama de Santa Eduvigis, uno de los centros mejor abastecidos de la capital. La mayoría no sabe qué producto llegará. Pero siempre cae algo a precios subvencionados: café, harina, arroz, aceite, frijoles. Hoy se rumorea que habrá leche, dos cajas en polvo y dos latas de leche condesada. El gerente ha dispuesto unas carpas para repartirlas. “Nos hemos convertido en un país de carpas”, lamenta una señora.

No los quiero ver peleando –advierte el gerente-, sino haciendo valer sus derechos. Aquí no hay funcionarios que se coleen (que se salten la cola), ni ninguna de esas vainas. No se peleen.

Mujeres y hombres han llegado al este desde todas las zonas de Caracas. Del mismo este, que es donde viven los de mayor poder adquisitivo, y del oeste. Hay una raya tan clara como invisible entre las dos partes de la ciudad. Los estudiantes que levantan barricadas contra el Gobierno de Nicolás Maduro desde el 12 de febrero lo hacen en el este. Y los chavistas convocan sus marchas en el oeste. Sin embargo, cada día miles de personas cruzan esa raya para trabajar o comprar.

-¡Chavistas, que sois todos chavistas!, espeta una señora a los primeros de la cola.

Es rubia, de ojos azules y origen alemán. Tiene 67 años, es técnica radióloga y se llama Palma Panucza. Después explica: “Estos son todos buhoneros (comerciantes callejeros), se quejan del Gobierno pero después aplauden como focas a Maduro. Nos estamos cubanizando. En un país con tantas riquezas se ha vuelto normal hacer estas colas para conseguir un poco de carne congelada que viene de Brasil y cuando la abres y la hueles se te quita el apetito. Yo les digo: ‘¿Pero qué os creéis, que esto es Suiza?’ Y después pienso, ‘¡qué hablo yo si no saben ni dónde está Suiza!’"

Muchos de los consultados opinan que la escasez de alimentos obedece a la mala gestión del Gobierno. Pero tampoco comparten la estrategia de los estudiantes que levantan barricadas, llamadas coloquialmente guarimbas.

“No digo que no protesten”, explica Raúl Montero, albañil de 30 años, “pero que lo hagan de forma pacífica. Si se presenta una emergencia, ¿cómo hacer para pasar por la carretera? Por culpa de ellos la gente llega tarde al trabajo y los niños a la escuela”.

Desde la acera de enfrente unos cinco muchachos levantan las manos riéndose y entonan Patria querida, la canción que cantó Hugo Chávez antes de viajar a Cuba por última vez.

“Se burlan de nosotros, nos están llamando chavistas”, dice un hombre que vino a la cola desde uno de los barrios más humildes de Caracas. “Nos están diciendo: ‘ahí la tienen, ésta es la patria que ustedes querían'”. Otra mujer añade: “Pero seguro que la mamá de ellos hace cola aquí también”.

Unos critican al Gobierno y otros se culpan ellos mismos por la escasez. Una mujer lamenta:

-Hay gente que viene todos los días a la cola. ¿Para qué? Para vender lo que compran.

Y otra le responde:

-No, señora. Un día se viene a por el café, otro a por el azúcar, la leche...

Y las dos llevan razón. Hay comerciantes callejeros que revenden lo que compran, hay miles de ciudadanos que han montado en su casa una despensa alternativa con víveres para sobrevivir durante meses. Hay contrabando de alimentos en la frontera con Colombia. Y hay una escasez de productos básicos como nunca la hubo desde que Hugo Chávez llegó al poder en 1998. El desabastecimiento ha traído pequeñas y grandes corruptelas. Hay vigilantes en los centros que cobran dinero por avisar a tiempo del producto que llega cada mañana. “Los que trabajan en los supermercados ganan más revendiendo que con el sueldo que les pagan. Lo sé porque yo he contribuido a eso”, reconoce una señora.

Hay miles de ciudadanos que han montado en su casa una despensa alternativa con víveres para sobrevivir durante meses
La gente ha desarrollado unos rayos X naturales para adivinar en las calles el contenido de las bolsas. Un encuestador que trabaja para el Gobierno chavista y prefiere preservar el anonimato reconoce que el problema del que más se quejan los ciudadanos es el de la escasez de alimentos. “La escasez está nueve puntos por encima de la inflación en la valoración de la gente”, señala. “Pero es falso que el país esté a punto de estallar. La inflación es muy alta, pero los salarios han subido por encima de la inflación. Hay dinero para comprar los alimentos. En caso contrario no habría colas. Y, al contrario de lo que ocurre en las grandes ciudades de Latinoamérica, en Caracas no se ve a niños pidiendo por las calles. Se está infinitamente mejor que en 1998, antes de la llegada de Chávez. Es cierto que hay corrupción, pero no más que en la mayoría de Latinoamérica, desde México a la Patagonia. Y menos que en países ultracapitalistas como Paraguay”.

Chávez solía culpar de los desabastecimientos “a los empresarios acaparadores”. Y el mensaje caló en sus seguidores. José Villanueva, agrimensor de 54 años, cree que ahora hay más escasez porque Chávez expropiaba en cuanto los empresarios “frenaban sus plantas” mientras Maduro no expropia.

Ese razonamiento lo sostiene también el citado consultor chavista, quien culpa de la escasez y de la inflación a los empresarios. “El mecanismo es muy simple: Un importador le pide al Estado dólares subsidiados a un precio de 6,30 bolívares por dólar para comprar diez relojes. Se va a Panamá. ¿Compra diez relojes? No, compra cinco. Los dólares para los otros cinco relojes se quedan en Panamá: fuga de capitales. ¿Trae los cinco relojes a Venezuela? No; dos los vende en Colombia porque allí los precios son mucho más altos y le va a sacar más rentabilidad. Quedan tres relojes, pero solo saca dos al mercado. Hay escasez de relojes, la demanda sube y los precios también. Y al mes saca el tercero”.

A media mañana los taxis se comunican por frecuencias de radio las zonas adonde no se puede circular porque “los guarimberos” han taponado la vía o levantado las alcantarillas. Al caer la tarde comienzan a montarse barricadas en la plaza de Altamira, sede inicial de las protestas. Desde el 12 de febrero han muerto 39 personas. Maduro insiste en que el objetivo es darle un golpe de Estado. Y eso mismo opinan muchos chavistas. Sin embargo, el estudiante Carlos González, quien se encuentra el martes en la plaza de Altamira, señala: “Los golpes los dan los militares. Nosotros somos civiles. Y en mi caso, puedo decir que soy del oeste. Pero me manifiesto en el este porque si bien aquí nos echan gases y perdigones, en el oeste nos tiran puro plomo. Hasta ahora, ni una manifestación de opositores ha sido grabada disparando”.

Maduro insiste en que el objetivo es darle un golpe de Estado. Y eso mismo opinan muchos chavistas
Un día después, el miércoles, dos agentes de la Policía Nacional Bolivariana recibieron sendos balazos en la cabeza y en una pierna cuando intentaban disolver una manifestación de opositores. Al día siguiente, un estudiante opositor fue desnudado y encapuchado por un grupo de militantes chavistas. En ninguno de los canales de televisión del país se informa sobre las protestas. A menos que resulte herido algún agente. Los ciudadanos sólo se informan en directo por las redes sociales.

En el Gobierno están convencidos de que las barricadas han servido para cohesionar a sus electores. “El 87% de la población está contra ellas”, indica el citado consultor. “Si la oposición sigue infravalorando a Maduro, si siguen pensando que el chavismo gana porque compramos a los pobres con subsidios y porque controlamos los medios de comunicación. Para nosotros es una excelente noticia, porque así nunca nos van a ganar”.

A la mañana siguiente vuelven las colas a los supermercados, las carpas, los cortes de calle y las manifestaciones en el este. Pero las zonas más pobres, los inmensos cerros que rodean la capital, continúan en silencio.
 
Colas en los supermercados para comprar alimentos racionados por una tarjeta



 
Fuente: EL PAÍS


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