La Celia que yo conocí
POR OMER PARDILLO CID / ESPECIA El Nuevo HeraldEn la vida no hay casualidades: desde el día en que naces todo está escrito. Eso es, justamente, lo que me unió a Celia: el destino.
Nosotros pensábamos igual y solíamos hablar mucho, especialmente en los viajes largos. Un día me dice: “Omer, tú y yo estábamos predestinados a conocernos y trabajar juntos”, y puedo decir con completa fe que me convertí en su confidente. Tuve el honor y el enorme placer de conocer, más allá de la artista, a la persona, una mujer que, además de su energía, cubanía y colorida extravagancia en los atuendos para el escenario, tenía mucha fe, era católica, buena esposa, buena hermana, buena tía, buena amiga y, sobre todo, para mí, una buena jefa, que con el tiempo llegó a ser como una madre.
Celia y Pedro pasaban más tiempo conmigo que con su propia familia y yo pasaba más tiempo con ellos que con mi familia. Gracias a Dios les pude demostrar lo mucho que los admiraba y quería en sus momentos más difíciles. Durante la enfermedad de Celia y hasta el momento en que su cuerpo dejó la tierra, no me separé de su lado e hice todo lo posible para que su enfermedad fuese menos difícil.
Celia, Pedro y yo compartíamos el mismo signo zodiacal, Libra, lo cual nos hacía parecidos en muchas cosas. En innumerables ocasiones, sin hablarnos ya sabíamos qué queríamos decir ante alguna situación.
De Celia aprendí muchos valores. Uno de los más valiosos fue su humildad: a pesar de ser la más grande, siempre fue la más sencilla y eso la llevó a ganarse el corazón y admiración de muchos.
Ella no se acercaba al poder, el poder se acercaba a Celia Cruz. Con ella tuve la oportunidad de conocer a presidentes de diferentes países, reyes y empresarios, y también a gente humilde. Celia trataba a todos por igual, siempre con una sonrisa en el rostro y una palabra de amabilidad para cualquiera que se le acercara.
Nunca la vi negarle un autógrafo a nadie. Solo no daba autógrafos cuando estaba en la iglesia, especialmente la Ermita de la Caridad, santuario que solía visitar cada vez que viajábamos a Miami, y si alguien se le acercaba, con mucha amabilidad le decía: “Mira, espérame afuera y te lo doy, porque aquí adentro hay que respetar a la Virgen y es el único momento que tengo de ser Celia la persona, no la artista’’.
En mi memoria llevo muchas de sus confesiones así como los momentos dificiles para llegar al triunfo. Supo siempre torear a los pocos enemigos que tenía. Un día me dio una lección de vida y me dijo: “Omer, ese periodista que viene ahí ha escrito muy mal de mí siempre, pero él nunca sabrá que yo he leído todos sus artículos. Lo saludaré tan amablemente que dirá: ‘Celia ni sabe que yo escribí mal de ella’. De esa manera me demostró una vez más su calibre humano. Constantemente me repetía que ignorara a las personas que nos quieren hacer daño; es lo mejor que uno puede hacer pues les restas importancia y eso duele más que enfrentarlos: algo que ella sabía hacer muy bien.
En Nueva York le encantaba pasar inadvertida por las calles del SoHo. Disfrutaba mucho caminar, y en esas ocasiones íbamos ella y yo solos porque al estar Pedro enseguida la notaban. Los sábados invernales que estábamos en Nueva York se ponía un abrigo largo de visón y unos tenis Prada, un turbante y espejuelos gigantes adornados con lentejuelas y me decía: “Omer, nos vamos a disfrutar las calles de Nueva York”. Entonces íbamos a sus restaurantes favoritos: Balthazar en SoHo y después de compras. Aunque intentara esconderse, siempre la reconocían y, en realidad, he de confesar que le encantaba. Celia vivió para brillar en los escenarios del mundo, para dar entrevistas, para firmar autógrafos: ese era el mundo en el que se refugiaba de los problemas personales que, como cualquier ser humano, tenía.
LA QUE NO SABÍA DECIR ‘NO’
Le costaba mucho trabajo decir que no a algo que le pidiesen. Siempre tuvo por regla que no actuaba en el mismo escenario en que hubiese un artista que viviese en Cuba y trataba de evitar los encuentros. En una ocasión, en un concierto en Venezuela, un empresario que trabajaba mucho con Celia le dijo: ‘Quiero pedirte que te retrates con alguien a quien voy a traer ahora y te quiere conocer’. Se trataba de un artista radicado en Cuba y prefiero omitir su nombre.
Celia, muy cordialmente, posó para la foto y tuvo una corta conversación con la persona en el camerino, y después que se marchó me dijo: ‘Omer, por eso es que hay que preguntar siempre con quién son esos encuentros privados pues estoy segura de que ahora esa foto la van a enseñar a todo el mundo y después mis compatriotas del exilio van a decir, con toda razón: ‘Miren a Celia compartiendo con cierta persona’. Con el tiempo esa orquesta vino a Miami y lo primero que sacaron en las noticias fue la foto junto a Celia en Venezuela y ella, en entrevista desde Buenos Aires, dijo a una cadena televisiva de Miami: ‘La foto no es un montaje. Soy yo. Es una de esas cosas que pasan en la vida que yo no provoqué’.
En su repertorio es muy difícil encontrar una canción que se refiera a algo político, pero puedo confirmar que, sin miedo ninguno, denunció la realidad cubana por el mundo. A todo periodista que le preguntase: “¿Qué cree usted de Fidel Castro?”, respondía: “El día que ustedes le pregunten a Fidel Castro por mí y obtengan un comentario, entonces yo les responderé”.
Por más de 50 años fue una cantante que le dio mucha gloria a Cuba, pero en su isla desconocieron sus triunfos. El mundo sí los reconoció. Hoy su legado vive con muchas distinciones: un sello postal de Estados Unidos, un tributo en el día de su cumpleaños con el Google Doddle dedicado a ella. A todos nos queda su carisma y su eterna sonrisa, a mí el privilegio y el orgullo de haber compartido con ella tantos triunfos, momentos personales, alegres y difíciles, que llevo conmigo.
Gracias, Celia y Pedro por hacerme parte de vuestra familia.
+Omer Pardillo, mánager de Celia Cruz desde 1998 hasta el 2003 y albacea de su patrimonio.