El socialismo es como bailar una milonga en medio de una comparsa de rumberos
Por Miriam Celaya | Desde La Haban Capital de Cuba Indios y cowboys, héroes y villanos, buenos y malos, son los términos con los que se suelen clasificar en el cine, en las telenovelas y en la literatura las polarizaciones de los personajes, colocándolos, en virtud de ese dualismo maniqueo, en bandos antagónicos donde, invariablemente, el bien triunfa sobre el mal.
La política, en su interpretación más simplista, no escapa de idéntico esquema, que asoma en particular en los criterios que se vierten hoy desde una izquierda infantil y radical cuya pertinacia asombra casi tanto como asusta, al apelar con nostalgia a los pasados y “mejores” tiempos del llamado socialismo real, cuando la era de la sovietización se extendió sobre una buena parte del mundo e incluso invadió, aunque sin llegar a cristalizar, una realidad cultural y espiritualmente tan diferente como la cubana.
Resulta sorprendente, tras el estrepitoso chasco del experimento “marxista-leninista” de Europa del Este, la demostrada ineficacia económica y la corrupción generalizada del modelo, además de la represión aplicada contra toda manifestación de librepensamiento, encontrar entre cubanos relativamente jóvenes, que por demás se autoproclaman libertarios, expresiones cargadas de admiración y añoranza hacia “aquella hermosa y gigante nación”, para referirse a la extinta Unión Soviética. Máxime en un medio social que cada vez se distancia más de aquel engendro, por lo que tal postura es un anacronismo semejante a bailar una milonga en medio de una comparsa de rumberos.
Paradójicamente, estos nacionalistas acérrimos, cuyo denominador común es el rechazo absoluto a todo lo que huela a “imperialismo yanqui”, son los defensores a ultranza de la que fuera la metrópoli de Cuba durante treinta años, la URSS –esa forma peculiar que tomó por un tiempo el imperialismo ruso–, y no se conforman con el hecho de que “una élite burocrática” que detentaba el poder, y en particular Mijaíl Gorbachov, protagonizaran “la traición a las posibilidades” de un socialismo que no fue capaz de sostenerse tras 70 años de férreo control de la economía, las riquezas naturales, el poder político y la sociedad en su totalidad. Creen que apenas un puñado de burócratas barrió en pocos meses con la fuerza moral socialista y con sus logros, contra millones de “beneficiados” que después ratificaron en las urnas el retorno al capital. Por eso ahora los trasnochados de acá exigen otra oportunidad para la estandarización y consagración de la pobreza. Sí, porque de eso se trata: cual cátaros postmodernos demonizan la riqueza material, como si la miseria en sí misma constituyera la virtud suprema.
Anotada la cuestión, pero reconociendo el derecho de cada quien a expresar su propio credo político e ideológico, que de eso se trata la libertad –y también la democracia, de la que tanto desconfían estos sujetos, por ser ésta nacida en sociedades burguesas y propia de ellas–, hay que añadir que son grupos (el principio del “colectivo” es esencial) reivindicadores de los derechos de los trabajadores, en particular de los obreros, aunque ellos mismos no lo son, en base al rechazo absoluto al “capitalismo”. Son otros tantos mesías, especialmente adoradores de aquel ardoroso matador, el Che Guevara, quien después de fusilar tantos cubanos y fomentar tanta violencia en diferentes regiones recibió una cucharada de su propia medicina e hizo mutis.
Sus ideas y estrategias políticas se basan, pues, en el viejo principio vigesimonónico de la lucha del socialismo (lo “bueno”) contra el capitalismo (lo “malo”), donde la humanidad –que son los trabajadores, las “masas” – alcanzarán la justicia y prosperidad merecidas cuando el primero triunfe sobre el segundo. De nada vale que estemos transitando ya por la segunda década de un nuevo siglo, donde el conocimiento, la revolución tecnológica, la información y las comunicaciones son condiciones esenciales, imprescindibles, para la búsqueda de soluciones globales para el presente y futuro de la humanidad; donde cada vez se desdibujan más las fronteras políticas y donde los estrechos conceptos de “capitalismo” y “socialismo”, “derechas e izquierdas”, no bastan para definir las complejidades de una época que está pariendo –no sin dolor– nuevas relaciones y principios de convivencia universal, políticas incluidas.
Pero los de la izquierda infantil (que, afortunadamente, no es toda la llamada “izquierda”), están tan absortos en las rememoraciones y en la contemplación de sus virtuosos ombligos que no se han enterado.
Quizás por eso utilizan frases trilladas (como aquella cursilería de evocación guevariana: “no se puede construir el socialismo con las armas melladas del capitalismo”) y desempolvan a su vez viejas y melladas consignas y figuras históricas que fueron iniciadores o fundadores de la tendencia de pensamiento de la cual se autoproclaman herederos, quizás por alguna incapacidad congénita para fundar algún nuevo paradigma de pensamiento, más adecuado a estos tiempos. Tampoco ninguno de ellos se ha molestado en definir cuáles son esas “armas melladas del capitalismo”, que han permitido la permanencia de éste a lo largo de más de un milenio.
Y no se trata de negar reivindicaciones auténticas. Yo comparto en principio la actitud crítica de esos sectores de izquierda ante el tema de las inversiones extranjeras, sea en el Mariel, en la esfera del turismo (hoteles, campos de golf, marinas, etc.), en industrias varias, en la agricultura, o en otros renglones de la economía que este régimen ha destruido sistemáticamente a lo largo de 55 años. Pero no por el mero hecho de que acudan “las transnacionales” o porque eso “nos inserte en los flujos del capital y la economía mundial capitalista” –por cierto, la única economía mundial que existe es la capitalista, la “socialista” es economía aldeana, de candonga y trapiche–, que en definitiva estoy a favor de todo lo que signifique prosperidad, desarrollo y bienestar, sino porque los cubanos de la Isla están excluidos de participar en ella, porque tales inversiones solo enriquecerán al poder autocrático y a su élite, y porque los trabajadores ni siquiera tendrán el derecho de contratarse directamente en esas empresas; al contrario, serán doblemente expoliados por el Gobierno-Estado-Partido a través sus agencias empleadoras y de un régimen salarial abusivo.
De cualquier modo, no es en pos de la igualdad o en defensa del socialismo que tantos miles de cubanos emigran cada año. Tampoco los que se arriesgan a invertir en algún negocio privado se inspiran en el Che o en la URSS. Es sabido que la libertad verdadera está en el ejercicio pleno de las capacidades de los individuos, en sus posibilidades de prosperar, y no en las miasmas hipnóticas de las ideologías. No culpemos al capital de nuestros fracasos propios, que no ha habido en Cuba veneno más mortal que el de los discursos políticos. La nación cubana se forjó sobre las ansias de prosperidad de sus hijos, sobre el trabajo y los talentos de millones de ellos, no sobre la primacía de una ideología sobre otra: tales son las armas sin mella que nos legó la historia
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